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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ' (¿1879?-1947)

                  Capítulo XVl                       

             (Novela-Histórica)

 Por: Bernot Berry Martínez   (bloguero)

 

   Me narró el señor que aquel bravo don, con sus ojos llenos de ternura, le fue percatando de cuanto había efectuado. Conoció que ascendió la ‘Loma de la Vaca’ después del mediodía, en ambiente tranquilo, notándola muy pelada, no como en años anteriores. Sin embargo, algo bastante bueno sintió: es que nadie le vigilaba, ya que no le habían perseguido a causa tal vez de su atuendo de espantapájaros, similar a los que usan ciertos dementes. Le contó que escaló el cerro con poca dificultad. Es que llevaba un largo palo en el cual pensaba colocar la Bandera, apoyándose en el mismo. Le dijo que mientras iba ascendiendo recordó asuntos del pasado, 1917, de cuando por ese perímetro se combatió por la Dignidad Nacional, avizorando estampidos, rabiosas frases ordenadas por el general Vicente Evangelista a sus bravos combatientes, pidiéndoles detener a los agresores. Le afirmó que vio y percibió gritos de dolor, contemplando brillosos ojos apagándose lentamente; distinguiendo lucha cuerpo a cuerpo, a hombres heridos de machetazos rodando colina abajo, chillando, yéndoseles su último hálito de vida. Le contó que miró a cadáveres de mercenarios, soldados foráneos,  también de guerrilleros. Le narró que los nacionalistas de Evangelista conocían su terreno, eran del contorno, lo cual les ofrecía una considerable ventaja.

    Refirió que en aquel tiempo todo ese cerro llegó a poseer numerosos árboles de robles y caobos de gruesos troncos, centenarios, y detrás de éstos se escondían los guerrilleros, causándoles grandes bajas a los ofensores de nuestra Emancipación con sus machetes y armas cortas, esencialmente los poderosos y famosos ‘44’. Señaló que sonrió con esos recuerdos, sintiendo que una murmurante brisa le acariciaba su canosa cabeza. Expresó que si bien aún era un hombre maduro, de unos 40 años, se sintió orgulloso de  participar defendiendo  la ‘Loma de la Vaca’ de ataques sorpresivos, incluso de uno que organizaron después de la medianoche, cuando la  tropa de ‘Vicentico’ dormía. Pero los vigías, entre quienes se hallaba él, pudieron verlos arrastrándose con cuchillos en la boca, cubriéndose con ramas, dando la alarma correspondiente, logrando enfrentarlos hasta que huyeron en desbandada, dejando varios muertos. Le indicó que los hombres de ‘Vicentico’eran valientes, enérgicos, unos ‘cojonudos’ como lo comentaba con relativa frecuencia el comandante Evangelista.   

    Le dio a conocer que en esa cima había poseído una casita hecha con maderas de palma, un buen conuquito, varias gallinas, un gallo manilo, además una vieja res que no producía leche pero que mugía al avizorar algún extraño, dando aviso. Le indico que posiblemente a causa de ese animal es que llamaban a ese lugar la ‘Loma de la Vaca’. Sí, allí vivía con un elevado sosiego. Comía los productos de su huerto y diversos frutos de árboles frutales. Hacía sus ejercicios mentales, tanto los de meditación contemplativa y trascendental, como otros de ejecución más difícil. Contemplaba en noches estrelladas a las hermosas Pléyades o ‘Siete Hermanas’, obteniendo en ese sitio sus primeras experiencias con cuanto oculta el firmamento. Le confirmó que en esa cumbre realizó sus primeros contactos con los viajeros siderales, conociendo que el Cosmos estaba lleno de vida, existiendo numerosos planetas con seres bastantes evolucionados, diferentes y similares a los de aquí, compartiendo con nosotros desde la antigüedad. Y le habló de ‘La Biblia’, el Libro Sagrado de los judeocristianos, manifestando diversos sucesos de OVNIs, como el “Carro de Fuego” que se llevó a Elías delante de Eliseo; o aquel aparato entre el agua en donde estuvo Jonás por varios días; o la del visionario Ezequiel haciendo un contacto de primer tipo, personal, con los extraterrestres, narrado por el propio profeta, todo de acuerdo a sus conocimientos; o la famosa ‘Estrella de Belén’, la que era un objeto volador que se detuvo para mostrar con brillante luz a los maestros místicos el lugar exacto en donde nació el Niñito Jesús, el Nazareno, etc. Le contó acerca de otros textos, mucho más antiguos que ‘La Biblia’, los cuales narran sobre esos seres que vinieron de lejanas estrellas en el Cosmos a socorrer a ignorantes pueblos, convirtiéndolos después en poderosos imperios para cambiar el curso de la historia...     

    Pues bien, le reveló que en esa cima habitaba completamente en soledad. No poseía familiares cercanos, tampoco concubina. Ni siquiera tenía un latoso y pulgoso perro. Sin embargo, se sentía feliz. Le encantaba esa solitaria colina. Nadie le molestaba, aunque a veces llegaban unos subrepticios cazadores buscando cerdos cimarrones. Él no les ayudaba, quedándose en su morada hasta que se fueran --se recuerda que era vegetariano, tampoco le agradaba  que  mataran a los animales--. 

    Refirió que su existencia en esa loma fue hermosa, que las personas poseen el Derecho de escoger la forma de vivir que les plazca. “Lo esencial es no hacerle daño a sus semejantes”, aseveraba. Mas, ese manera de vida, sencilla y bella, de inmensa placidez, se le derrumbó cuando llegaron los norteamericanos en 1916. Le ratificó que los gringos vinieron al Este por Macorís, un año después, el 10 de Enero de 1917, fecha en que el joven Gilbert salvó la honra del pueblo de Macorís con su conocida hazaña en el muelle. Empero, le aseveró que nunca estuvo con las Guerrillas comandadas por Vicente Evangelista. Es que era una persona de paz, jamás amante de la guerra. Le señaló que su mayor anhelo en la vida consistía en que los hombres convivieran sin matarse, ya que era un firme partidario de lo manifestado por el místico francés, el escritor Julio Verne, referente a las guerras capitalistas: “¡Pobres soldados, creen que combaten por la patria y no saben que lo hacen por los poderosos empresarios!”

    Ahora bien, sabía que dejar los hombres de guerrear era sumamente difícil, esto a consecuencia de que llevamos entre nosotros, en el ADN, ese virus de la violencia, ‘del poderoso dominar al más débil’. Y presentía, por tanto, que pasarían considerables años antes de que evolucionáramos hacia su completa extinción. 

    Fue por aquella intervención foránea que Vicente Evangelista, quien se encontraba laborando en su finquita (esa propiedad se la destrozarían más luego los mercenarios de los yanquis, asesinados sus viejos trabajadores y animales, quemada la vivienda), tomó aquella ‘Loma de la Vaca’ para su Cuartel General, expresó. Enseguida escudriñó a ‘Vicentico’ con fines de conocer su personalidad, tomándole gran admiración y respeto. Era alto y fuerte, mestizo claro, de rostro adusto. Era astuto y honesto. Ostentaba mirada de brillo penetrante. Intuyó en él a un real guerrero, poseedor de gran notabilidad, con enorme carisma y don de mando. Le confirmó que Evangelista escribía en un cuaderno, una especie de diario, lo más importante de cuanto acontecía, llevándolo siempre consigo. Le manifestó que el comandante era pausado dialogando, un líder al servicio de la Nacionalidad Dominicana, odiado por los yanquis y sus esbirros a sueldos, aseverándole que con seguridad sería bien recordado por las generaciones venideras, algo aún no acontecido.  

    Relató que estuvo un buen rato encima de la hierba, rememorando variadas cosas acontecidas en esa comarca. Y cuando se acordó de su plan, se levantó y fue hacia su bulto, sacando la Bandera, desdoblándola con esmero y respeto, poniéndosela al largo palo con fuertes cordeles, cavilando que subiría con precaución en el único árbol grande que aún quedaba allí --un viejo tamarindo--, de los muchos que anteriormente existían. Y pensó que el egoísmo y la cruel deforestación que el ‘humano’ proseguía haciendo, lenta, devastadora, estaba originando enormes estragos en el ecosistema. Le confirmó: “somos tan toscos derrumbándolos, que no volvemos a sembrar otros para sustituirlos; de esta forma rompemos el equilibrio biológico natural, cultivando ese popular refrán que con frecuencia lo emplean los descarados mediocres individuos: “El  que venga  atrás que arrée.

    Me narró el señor que aquel anciano le refirió que el tamarindo poseía más años que él, conociéndose desde tiempo atrás, señalándole que aunque eran seres vivos de reinos diferentes, animal uno, vegetal el otro, los árboles sienten y sufren, lo aseguran los meditabundos consejeros de vastísima experiencia. A consecuencia de lo anterior, le contó que con sumo gozo lo abrazó unos minutos, en silencio, tal vez comunicándose interioridades. 

    Contó que le pidió al árbol su permiso para subirlo a colocar en su mayor altura un palo con la Bandera Nacional. Y creyendo que se lo concedió, con sumo cuidado lo fue trepando, recordando que en el mismo se había encaramado otras veces, sirviendo de vigía a ‘Vicentico’ y sus combatientes. Bueno, dijo que podría caerse, que no era el de antes, y se estrellaría contra el suelo, convirtiendo su deseo en gran desastre. Pero se dio confianza. Se afirmó que nada le acontecería. Era delgado, fibroso, caminando con regularidad, manteniéndose con cierta agilidad. Llevaba el Pabellón con el palo sujetado a su espalda. Le narró que subiendo bastante alto, quedando lentamente oscilando, lo amarró con una fuerte gangorra en erguida rama, sobresaliendo el tricolor Estandarte Dominicano en las alturas del árbol frutal. Y que allá arriba, contentísimo, bajando un poco, aferrándose a una potente rama, chilló con toda su energía la frase gritada por Gregorio Urbano Gilbert al disparar su revólver contra unos yanquis en el embarcadero de Macorís, hiriendo de gravedad a un joven teniente: “¡Viva la República Dominicana, viva la República Dominicana!”afirmándole que la voceó varias veces.  

    Le recordó que jamás llegó a ir con los guerrilleros en sus correrías contra los interventores y sus esbirros. Sin embargo, cooperaba con ellos porque ‘Vicentico’ le dio una delicada misión. Sí, le ordenó mantenerse sumamente alerta, para en caso de advertir algún grave peligro, como una emboscada, avisarles quemando leña, ya que el humo les advertiría de que estuvieran prevenidos porque había una celada contra ellos, sucediendo lo contrario si no les avisaba. Por tanto, era muy importante su tarea. De ella dependía, de su buena contemplación, salvar vidas de honrosos hombres, cuidándose que no le atraparan: sería degollado de inmediato como hicieron con la vaca mugidora, clavando su cabeza en una mata. Claro, si lo atrapaban y eliminaban ya no tendrían prevención y sería culpable de una posible dolorosa matanza. Pero los combatientes eran muy precavidos, curtidos en los montes. Y por tal motivo ostentaban unos chillidos que cambiaban regularmente, evitando caer en una trampa de los mercenarios criollos, quienes eran los que más se esforzaban por atraparlos. Es que cobraban buenas remuneraciones por cualquiera de ellos, recompensa que aumentaba de acuerdo al guerrillero que les llevaran a los oficiales norteamericanos, vivos o muertos. Por Vicente Evangelista ofrecían miles de dólares. A varios de estos individuos, buscadores de recompensa por matar a ‘Vicentico’ o algunos de sus lugartenientes, (Ramón Natera, Telesforo Santana Polanco, Martín Peguero, Basilio Santana, Ramón Batía, etc.), se presentaron a la ‘Loma de la Vaca’ con bandera blanca, dizque para incorporarse a las Fuerzas Nacionalistas. La mayoría de esos tipos fueron ejecutados porque los Patriotas se dieron cuenta de que estaban al servicio de la potencia interventora.

   Dijo que cuando los Nacionalistas avistaban el humo encima de la cumbre, señal evidente de algún peligro, se aproximaban a pie, pasando cuidadosamente el arroyo cercano a la loma, matando con rapidez a los traidores por dinero, quienes con regularidad estaban bebiendo ron, aguardándoles con armas cortas. Enseguida, quedándose con los revólveres y municiones, los cruzaban por los lomos de a tres en aquellos grandes mulos traídos por los americanos, y que bien amarrados los espantaban con tiros cerca de  sus orejas, bajando los animales a todo trotar con

su funesta carga encima. 

    Le expresó que aunque contempló que ya estaba anocheciendo, estuvo otros minutos sobre el tamarindo, saboreando sus excelentes frutos, lanzando al suelo cierta cantidad para llevárselos. Luego fue bajando muy despacio, llegando poco después, sano y alegre al suelo. Recogió una buena parte de los lanzados, guardándolos entre el bulto. Sonriendo volvió a estrechar con intensidad al tronco. Señaló que se encontraba emocionado porque en aquel momento se despedía del árbol-amigo, ya que jamás volverían a verse. Enseguida fue hacia ese lugar, antes bastante frecuentado su persona, en el cual utilizaba para hacer sus meditaciones. Y en ese sitio, arrodillado, los brazos en cruz, sus ojos atentos hacia el Cosmos, buscó establecer contacto con los auxiliares del Gran Espíritu del Universo, quienes eran seres muy superiores que constantemente están escudriñando cuanto acontece en nuestro planeta. Indicó que con su mente en total conciencia les pidió que tuvieran la bondad de pedirle a quien todo lo puede, enviarnos a una nueva Evangelina Rodríguez, paradigma educadora y médica, amantísima de su pueblo, de los desposeídos. Aseveró que con firmeza les suplicó que intervinieran en mandárnosla otra vez, pues ella impediría que nuestra Nación se hundiera en el abismo de la inmundicia. Les instó a pedir al Gran Espíritu por una nueva oportunidad, incluso hacia los demás países, implorándoles que lo cumplieran por amor al Humanismo, expresando hallarse en un buen momento de su máxima concentración mental, en alerta hacia la tenue oscuridad envolvente.

    Me indicó que de veras admiró su formidable memoria al recordar cosas que el don le contó en aquel 1947. Fue cuando dijo que le formuló que no tenía ni un poquitico de ansiedad, de miedo. Realmente se encontraba dominado por una impresionante serenidad, indicación irrebatible de que  su  petición la  pudieron escuchar. Pero, ¿se la llevarían al  Realizador de las  buenas súplicas? Lo consideró muy posible, contándole que en eso apreció hacia Occidente, en lontananza, que aún se veía un delicado y agonizante crepúsculo. Caviló que ya todo lo había perpetrado. Y eso era cierto: había colocado la Bandera en el lugar merecido, cumpliendo con la grandiosa solicitud que de forma constante su interioridad le sugirió. Y se sintió radiante de alegría al cumplir con ese deber, percibiéndolo en lo más profundo de su alma,  conciencia, raciocinio. Claro, caviló  que con  mucha seguridad los espíritus de aquellos valerosos guerreros nacionalistas, principalmente los caídos en variados combates, estarían elevadamente gozosos distinguiendo la tricolor Enseña flotando a los vientos de la Patria. Sí, era el Estandarte por el cual tanto batallaron los Trinitarios y Restauradores. Es que en esa franja del Este, durante buen tiempo, los luchadores por la Dignidad Nacional pudieron conservar libre nuestra Soberanía Territorial, mientras que en otras regiones los forasteros las mantuvieron aplastadas entre sus potentes y hediondas botas, solamente con el desprecio de su población. 

    Le manifestó que en tanto iba bajando la ‘Loma de la Vaca’, alcanzó a vislumbrar entre la sutil oscuridad que rodeaba, a nuestra  preciosa Bandera. Expresó que en ese ambiente la notó enlutada, flotando donde le respondía ondear por siempre. Dijo que el don, hombre de altísima sensibilidad, emocionado, se puso a llorar alegremente, contándole asimismo que de pronto súbitamente el ambiente oscureció, contemplando a las espléndidas y bellas estrellas con enorme admiración, carcajeando de felicidad. Se hallaba repleto de regocijo. Y con su bulto al hombro, siguió descendiendo la colina, deteniéndose un momentito a beber del límpido arroyuelo, el cual como ya se indicó cruzaba cerca de una cadena de cerros, no lejos de Mandarín, El Seibo. Igualmente se refrescó la cabeza y su rostro. Sonrió muy gozoso. A nadie había visto por los alrededores. Le  contó que avizoró una inmensa calma por el contorno. Era un medio que conocía perfectamente. Claro, no pensaba llegar a Macorís esa noche, sino posiblemente mañana, al cumplirse las ocho de la noche, el plazo que le había prometido. Y que logró alcanzar nuestro pueblo más pronto de lo esperado a consecuencia de que un militar, conduciendo un camioncito repleto de plátanos verdes, lo trajo en la parte delantera por veinte cheles. Iba deleitándose con los sabrosos frutos del tamarindo, regalándole unos cuantos al conductor.  

    Le pregunté qué había sido de tan valeroso y buen señor, si continuaron sus buenas relaciones. Me respondió que el don se despidió con un emotivo abrazo, siendo tan sincero que logró percibir su aura introducirse brevemente en su interior, que el anciano les puso las manos sobre sus hombros, y contemplándole bondadosamente le aconsejó cuidarse con dedicación, sin descuidarse ni un poquito, haciéndolo igual con aquellas notas que le escribió con el corazón, guardándolas para el porvenir. Y que ambos se encaminaron hacia el río, por ‘La Barca’. Y fue ahí, sin nadie a la vista, que de nuevo se despidieron, diciéndole que se iría lejos, primero a la capital, luego hacia el Cibao, Santiago, a saludar a unos amigos esotéricos, porque la ‘cosa’ por aquí se pondría mucho peor de cuanto estaba ahora. Y que después haría algo tremendo: trataría de alcanzar la cima del mayor pico de las Antillas (3.175 metros, el Duarte), para tratar de hacer contacto con los viajeros siderales, un lugar bastante preferido por ellos. 

    Me refirió entonces que entrando su diestra en un bolsillo de su ancho pantalón, extrajo una pequeña brújula y sosteniéndola por su cadenita le dijo: “Ten, guárdala bien, sin enseñársela a nadie pues es peligroso. Me la regaló el general Vicente Evangelista dizque para no perderme. Y recuerda cuanto te he dicho: este es un pueblo temible, tiene sobrados tiburones, chivatos hasta de balde”, y puso el aparato entre mis manos. Observé que se encontraba bien conservada (a la mañana siguiente comprobaría que era del 1917, nuevecita, tal vez le había pertenecido a un oficial gringo muerto en combate o perdida en la llanura) En ese instante él intuyó que lo de ellos llegaba a su final, que quizá más nunca volverían a verse en sus cuerpos terrenales, sintiendo una inmensa tristeza. Y fue cuando le contempló irse caminando encima de las aguas del Río Macorix. Me dijo que sonrió ampliamente al darse cuenta que el don dominaba tan antigua técnica. Narró que a unos doce metros se detuvo, miró hacia atrás  y le voceó: “Algún día tú también harás esto, sigue practicando”. Y que le miró levantando la diestra, diciéndole adiós, continuando andando sobre la superficie del río, perdiéndosele entre la oscuridad. Supuso que lo cruzó, siguiendo hacia donde le informó que marcharía. En eso escuché su abatida voz atestiguándome:

    --¡Jamás volví a verlo!       

   Advertí de soslayo que gruesas lágrimas serpenteaban el áspero semblante del ahora anciano señor, canoso, con descuidada barba, bajetón, fornido, regularmente vistiendo una larga chaqueta de color oscuro, siempre deleitándose con los crepúsculos de nuestro otrora hermoso río.

    A consecuencia de que me hallaba un poco alterado por lo último que me participó, no sabía si se trataba de una burla o era verdad, y obligado por la curiosidad le pregunté: “Oiga, ¿me dijo que se fue caminando sobre el río, eh? Hum, ¿eso puede ser posible, estimado amigo?”

    --Claro que lo fue --expresó, mirándome con seriedad--, es la técnica de la Levitación. Todo maestro místico llega a dominarla, igual que muchas otras cosas que el sujeto común ni siquiera puede imaginarse, como es el de pasar a la Cuarta Dimensión, ese espacio-tiempo descubierto por el ruso Minkowsky partiendo de lo desarrollado por Einstein y su Teoría de la Relatividad. Se afirma que en esa dimensión la velocidad de la luz podría ser instantánea. Te vuelvo a mencionar que la mente es sumamente potentísima. Se domina con los años. Tú también las aprenderías si te dedicaras de lleno.  

    Me sentí altamente aturdido, no comprendiendo esos asuntos tan complicados. Y tal vez por eso me llegó una interrogante sobre ‘Vicentico’, y se la hice sin reparo, alejándolo de cuanto me informaba. Le pregunté la razón de venir Evangelista hacia Macorís a tomar posesión de la Gobernación, cuando incluso él mismo sospechaba que podía ser una tremenda trampa. Lo pensó un rato antes de responderme que eso mismo le había indagado al don, contestándole éste que sólo en el Este se peleaba, que los cibaeños estaban quietos aunque rabiosos con los gringos, igual en la zona Sur, que Vicente había rechazado diez mil dólares y un salvoconducto para marcharse a Venezuela si dejaba de combatir, también no quiso la gobernación seibana, pero que exigió la macorisana porque se asegura que tenía en mente atacar después a la capital con armas proporcionadas por los alemanes, quienes las entrarían por el puerto local en buque neutral, ya que la Primera Guerra estaba en plenitud. Sí, de este modo Evangelista ampliaría la contienda mundial, ya que en el fondo era pro germánico. Me expresó que ‘Vicentico’ era un táctico tremendo, dividió su tropa, permaneciendo con buena parte de ella pues los gobernadores de antes no eran como los de ahora, poseían sus fuerzas. Lo hizo con el propósito de que continuaran batallando en caso de que fracasara su plan, una valiente aventura con un 50% de éxito. Me afirmó que ese intento le fracasó a consecuencia de que fue traicionado por un ‘intelectual’ de pacotilla, arribista y oportunista --“de ésos que les gusta mandar desde la sombra pero nunca combatir”--, dijo, aseverándome que ese mediocre individuo lo envidiaba por su gran capacidad de mando y su independencia, no tomando en cuenta a esos tipos que quieren dirigir pero sin arriesgarse. Me indicó que los yanquis violaron el ‘Pacto de Alto al Fuego’ firmado en la ‘Loma de la Vaca’ con ‘Vicentico’, haciéndolo preso cuando llegó a Macorís, y que encadenado llevaron al héroe sobre una carreta de basura, encadenado de pies y manos, hacia su cuartel en Miramar. Me contó también que luego se conocería que durante esa misma medianoche de su detención, sin ser juzgado, lo ejecutaron, ignorándose qué hicieron con su cuerpo, si lo tiraron entre el mar con pesas o enterrado por el ‘Pley Coloráo.’ Empero, las luchas continuaron con mayor ahínco, divididos en grupos de guerrilleros, dirigidos por el valiente y decidido Ramón Natera. Le interrogué sobre el traidor de ‘Vicentico’, respondiéndome: “Bueno, ese tipo recibió un dinero largo por su información. Se quedaron con el  diario del comandante, estudiándolo. Y como siempre sucede con esos individuos, al salir los yanquis del país fue nombrado en el Cuerpo Diplomático durante unos años, hasta que se enfermó, secándose lentamente, convirtiéndose en un hilo en el lecho, algo que regularmente les pasa a los traidores. Es la Ley de la compensación”. Y lo vi sonreír con cierta satisfacción. .     

    Pero me sentía desconsolado. Ya no me encontraba en condiciones de seguir escuchándole. Por eso, poniéndole una mano sobre su hombro, en señal de un hasta pronto, me fui pegado al murallón, percibiendo su mirada en mi nuca, Pasé junto a FERMOSELLE, asimismo por el Puerto, no deteniéndome hasta llegar al Malecón. Allí me puse a contemplar a mi queridísimo Mar Caribe, Padre de los Mares.                      

    Algunos  días  después  de nuestro último encuentro, en una brillante noche, hallándome avistando el río desde el muro, presencié que una silueta humana iba caminando encima de las aguas. Me pareció que era el viejo amigo, el esotérico, dirigiéndose hacia la otra ribera. Realmente eso no me sorprendió porque ya me voy acostumbrando a tantas extrañezas…

    Bueno, eso sí, me alegré memorizando cuanto aquel don le certificó al joven de aquel tiempo. Entonces, observando las hermosas estrellas, me puse a meditar en el señor de los mensajes, especialmente de cuánto me hubiese gustado conocerlo, conversar con él, escucharle relatar acerca de los tantos asuntos por los cuales debió de pasar. Por eso me interrogué: ¿Qué le habrá sucedido? ¿En dónde expiró su último aliento? ¿Falleció en altísima montaña, como en el Pico Duarte, su mayor empeño, admirando a sus adoradas Pléyades? En fin, me manifesté, aquel don, un ser a quien no tuve el honor  de conocer, desde este  tranquilo  lugar le  envío  un profundo y sincero saludo telepático. Ojalá logre captarlo y me ayude con los misterios que nos rodean…  

 

NOTA: Esta obra nuestra se halla registrada en la Oficina de Derecho de Autor, ONDA, cual manda la Ley 65-'00. 

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

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   Turenne Berry Martínez (Bernot), 1940, nació en San Pedro de Macorís, Miramar, Rep. Dominicana. 

    Es domínico-francés. 

    Pertenece al Colegio Dominicano de Periodistas, CDP; al Sindicato Nacional de Prensa, SNTP, y a la Asociación Dominicana de Periodismo y Escritores, ADPE.

    Ya antes había editado con recursos propios varias obras: “Nuestro inolvidable Miramar”,1997, remembranza de su barriada. La novela de los ilegales “Sueño más allá del olvido”, 1998, con una segunda edición ampliada y corregida en el 2009 para atender diversas peticiones. La de narraciones “En ese doblar de campanas”, (Extraños Relatos), 1999. La novela social ecológica “La misión de Jaimito”, 2002; y la titulada “Más allá de la esperanza” (Prosas Poéticas), escrita en el 2003. Ahora lanza, con ayuda de la Sindicatura local una edición de la novela- histórica “Una flor para Evangelina Rodríguez”, 2007, la cual con gusto donó al Museo de Historia de Macorís con la finalidad de que obtuvieran fondos para la Institución. El libro trata sobre la Educadora y Primera Médica Dominicana, con tres especialidades realizadas en Francia, gran mujer, ejemplar patriota, quien fue totalmente incomprendida por la machista e hipócrita sociedad de entonces (¿?). También por el obtuso y reaccionario clero católico. El autor después publicó, 2008, su texto “Anécdotas Macorisanas y”..., editando de igual modo, 2010, ampliado y corregido, una segunda versión del opúsculo “Nuestro inolvidable Miramar”.   

 

 

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