'UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ' (¿1879?-1947)
ESTA OBRA SE HALLA REGISTRADA EN LA OFICINA NACIONAL DE DERECHO DE AUTOR (0NDA), COMO MANDA LA LEY 65-00.
RNC : Cédula
Título : ‘Una Flor Para Evangelina Rodríguez"
Por : Bernot Berry Martínez
(Turenne)
Diagramación: Autor
SE PERMITE LA REPRODUCCIÓN PARCIAL SIEMPRE QUE SE MENCIONE TEXTO Y AUTOR.
INTRODUCCIÓN DEL AUTOR:
Como los hechos históricos no son patrimonio de nadie, me propuse escribir un pequeño relato acerca del sepelio de nuestra primera médica, la Dra. Andrea Evangelina Rodríguez Perozo, “Lilina”, para que formara parte de mi texto ‘Anécdotas Macorisanas’, el cual estaba finalizando. Tenía pensado terminarlo con una foto de su tumba, comenzando con una suya, ambas incluidas en el presente. Ahora bien, ¿por cuál motivo éste se fue extendiendo hasta convertirse en novela-histórica? Es esta una interrogante que con cierta frecuencia me he realizado, concluyendo que no puedo responderla. Parece que la misma es profunda, se pierde en inescrutable laberinto.
Cuanto puedo aseverar es que si hubiese encontrado con prontitud su nicho, esta obra no existiría, quedando como una simple anécdota de cuatro o cinco páginas. Pero así suceden determinadas cosas en la vida. A veces son tan extrañas que es preferible dejarlas de tal modo para una mejor tranquilidad emocional, ya que pertenecen a lo abstracto, a lo muy complejo. ¿Y por qué? Bueno, pienso porque a nada aproximado el neófito lograría llegar. Eso sí, posiblemente le quedaría un vacío tan hondo que le sería altamente deprimente.
Vuelvo a insistir que si hubiera hallado su tumba rápidamente este texto no estuviera escrito, pues no tenía intenciones de producirlo. Informo que cuanto pasó fue que al no poder localizarla, me fui compenetrando en la admirada vida de Evangelina Rodríguez, a consecuencia del loable libro del Dr. Antonio Zaglul Elmúdeci (“Despreciada en la Vida y Olvidada en la Muerte”), una estupenda biografía que con seguridad influyó en mí a efectuar el presente trabajo, en tanto me dedicaba a buscarla en aquella antigua (1904) pequeña necrópolis situada en Villa Providencia, SPM, Dominicana. Incluso les ofrecí una recompensa a unos obreros que laboran allí, con el propósito de que la procuraran, todo sin resultado positivo. Era como si no estuviera sepultada en ese cementerio. Es más, algunos de ellos me sugirieron la posibilidad de que tal vez su nicho fue profanado, cambiado, entrando en él a otro extinto, algo que con relativa frecuencia se está perpetrando en camposantos dominicanos --ahora se roban los carísimos ataúdes, y por este motivo la familia de los difuntos prefieren romperlos a martillazos antes de enterrarlos--. ¡Caramba, esta probabilidad me causó aprensión y tristeza de sólo cavilar en tal viabilidad!
Cierto, pasaron más de seis meses sin hallar su tumba, mientras lo que seguía narrando crecía como harina amasada con excelente levadura. Empero, si bien trataba de ubicarla para tomarle una foto, igualmente deseaba contribuir con el Museo de Historia de Macorís, ya que esa Institución quería ponerle una distinción a tan destacada educadora-médica, considerada en extremo sobresaliente, tanto en Humanismo como en Patriotismo.
Recorrí los cuatro cuadrantes que componen ese viejo cementerio sin encontrar su tumba. Era algo desesperante y dificultoso buscarlo en aquel ardiente sol mañanero, igualmente causante de enorme frustración. A veces no sabía qué más ejecutar. Por eso, en determinada ocasión me apersoné a nuestro Honorable Ayuntamiento tratando de indagar si conservaban algún destello sobre su enterramiento, esto porque en la oficinita del camposanto no pude hallar nada, tampoco en el Cabildo.
Sin embargo, como soy un individuo que no se rinde fácilmente, proseguí batallando y escribiendo. ¿Y qué aconteció? Bueno, alguien a quien no recuerdo (creo que fue Pastor Vásquez) me insinuó interrogar a Roberto Vásquez, un pasado administrador del mismo, sucediendo que un sábado matutino lo hallé en el Parque Duarte. Y miren cómo son las cosas, Roberto se acordaba que esa sepultura estaba próxima a una mata de caña, la cual nació al azar o porque alguien la sembró. Sí, una luz de esperanza penetró a mí. Y de inmediato le invité a que me la mostrara. Pero él no podía en ese instante: se hallaba haciendo tiempo para efectuar un asunto personal. Por tanto, acordamos acudir al siguiente día, a las diez. Mas, cuando me presenté a esa hora, él no se encontraba, dejándome dicho con un sujeto que procurara a ‘Mateo’, quien laboraba al frente de esa diminuta necrópolis. Y de inmediato así lo hice, informándome Rafael Truján Martínez, su verdadero nombre, que Roberto llegó temprano y entre los dos buscaron en el lugar a la misma, y porque tenía una cita, le confió a él que me comunicara cuanto averiguaron.
Me indicó “Mateo” que ambos fueron al sitio donde debería estar el tan buscado sepulcro. Pero no lo vieron porque la señal con la mata de caña no se hallaba. Me sentí un poco contrariado. Era como volver a comenzar. Entonces le pedí llevarme a donde ellos estuvieron. Y el buen hombre, quien se gana la vida en ese camposanto desde temprana edad, un experimentando poniendo lozas y haciendo inscripciones en tapas para nichos, etc., me condujo al mismo. Esa zona se encontraba cercana al ingreso del cementerio, en su primer cuadrante. Y hallándome por ahí, me di cuenta que ya antes lo había recorrido en varias ocasiones. No obstante, en ese momento me sentí muy emocionado, esperanzado en divisarla. Y mientras leía los nombres de algunas tumbas, percibí que Truján Martínez me observaba con atención. En eso él me enseñó una abandonada, descuidada, sin apelativo, diciéndome que tal vez había sido utilizada por hurtadores con la finalidad de introducir a un fallecido, esto a consecuencia de que ciertos familiares se van del país y no retornan jamás, sucediendo algo muy similar con los violadores: entran al muerto y la desatienden por siempre.
Estaba pensativo. Me envolvía una terrible indecisión. Pero volví a contemplar en aquella soleada mañana los nombres de variados sepulcros. El sol estaba tan picante que molestaba mi visión. El espacio se hallaba lleno de nichos: elevados, medianos, pequeños. Entonces fue cuando el corazón me dio un salto por la emoción. Cierto, a varios metros de mí había uno alto, rodeado de lozas, con distintos apelativos. Entre éstos estaba el grandioso nombre de la Dra. Evangelina Rodríguez. Y con bastante entusiasmo, muy impresionado, me le fui aproximando, señalándolo, comprobando que ahí se encontraban sus restos y los de varios de su familia, unos siete, incluyendo los de su abuela paterna, doña Tomasina, sureña, quien la crió con recta moralidad. Sí, encontré su sepulcro de manera extraña. Cavilé que siempre la busqué como una sencilla, nunca elevada con siete nombres. “Mateo’ se hallaba emocionado. La examinó, expresándome que estaba perfecta, necesitando solamente que limpiaran sus lozas. Salimos del cementerio. Me envolvía una honda satisfacción. Nos despedimos contentos. Tenía que traer a un fotógrafo, quien me cobró 150 pesos por hacerme una, la cual se encuentra en la obra. Para cumplir con el Museo saqué una fotocopia y se la obsequié.
Ahora bien, pido disculpas por la crudeza con la cual se halla escrito el texto. Reconozco que es fuerte y penoso, con horribles detalles que se ignoraban. Empero, la autenticidad es que a tan prestigiosa médica le pasó suficiente más de cuanto aquí se narra. No ignoro que diversas personas me odiarán con mayor ferocidad que en la actualidad. Pero allá ellos. Además, sé que aumentarán mis encubiertos enemigos. Empero, les recuerdo que “la palabra es para decir la verdad, no para encubrirla”, José Martí, poeta, Apóstol de la Libertad de Cuba. Gracias.
NOTA: Con esta introducción, la cual debí poner al comienzo, finaliza nuestra Novela-Histórica "Una flor para Evangelina Rodríguez". De veras espero que le haya gustado aunque fuera a una sola persona. Con esa distinción estaría complacido con el enorme trabajo efectuado de manera gratuita: Bernot Berry Martínez (bloguero).
Correo: bernotberrym@hotmail.com
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katherine -