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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'LA MISION DE JAIMITO' (Novela)

                              

                  Capítulo No.8

 

Por: Bernot Berry Martínez  (bloguero) 

 

     Pedro dejó el Parquecito de las tres palmas y se  dirigió hacia su casa. Tenía un ligero mareo. Sentía un hondo vacío de soledad. Tuvo la sensación de ser un individuo mezquino, realmente miserable, asqueante, resentido contra las personas, incluyendo sus cercanos familiares. 

     La luz del nuevo día iba ahuyentando las tinieblas. El barrio ‘La Aurora’ se saturaba del agradable aroma del café, y debido a eso, Pedro, olfateándolo con la nariz levantada, ansió ingerir una taza de la oscura infusión. Y pensó en Manuela, quien con seguridad lo estaría colando pues ella se levantaba regularmente un poco antes del aúllo de la sirena, no extrañándose al encontrarla en la cocina preparándolo.

     --¡Buen día, mujer!  -dijo, sentándose en una sillita de hierro, la cual estaba al lado de una vieja  mesa de madera con vasos, jarros, tazas. Pero ella no le respondió. Siguió colando el café con la vista fija en el negro líquido cayendo entre un jarro. Por eso el concubino volvió a repetir--: "Buen día, Manuela", contestando la  fémina: "Vaya, ¿ahora e' que te aparece, ah?". Y él: "Bueno, taba por ahí, tú sabe, conoce la vida, lo cabrona que e'"/."Eh, dime bebiendo ron, ya me dio el olorcito a nípero"/. "Vamo, mujer, no me hallo pa' vaina. Ehh, me pasó algo terrible, encabronáo 'e verdá. Pero dame café, dame café, me muero por beberlo".

     --Hum, no me diga que peleate con alguien, ¿ah? --la concubina echó de la bebida en una taza, el marido contemplaba la infusión con ansiosos ojos, respondiendo--: "Eh, no, no fue eso no. Depué te cuento, depué te cuento"/. "Toma, bébete el café, porque a eso fue que vinite, ¿verdá?"/. "Mujer, mujer, no me hable así, no me hable así, me pasó algo feo en el..."/. "¿Y cómo tú quiere que te hable, ah? ¿Que te reciba con un besote depué que te aparece jediondo a ron a eta hora, eh?"/."Manuela, no e' pa' tanto no, no e' pa' tanto"/. Pedro ingería el café lentamente. Ella  le  dijo: "¿Que   no? Hum, ya veo que botate tó el dinero ganáo en la sona" /. "No venga con esa vaina, mujer, si tú supiera lo que me sucedió por ahí, en el Parquecito de la tré palma".

     --Lo sé bien, sólo hay que verte: tú etá má feo que nunca, etá má feo que nunca. 

     El hombre no respondió. Ni siquiera se inmutó. Se tomaba la infusión muy despacio, deleitándose con la misma, quizá pensando en cuanto le había pasado. Manuela le observaba de soslayo, notándolo preocupado, los ojos semicerrados, decaído, empero molesta porque hedía demasiado a ron le interrogó: "Oye, ¿y cuánto pote bebite, ah?", contestando él: "Déjame bebé el café tranquilo, mujer, déjame beberlo", preguntando ella nuevamente: "Eh, ¿díme cuánto pote te tirate, ah?", respondiendo Pedro sin mirarla que casi no había tomado, que un poco solamente, pero no mucho, no tanto como en otras ocasiones.

     --Hum, ¿que casi no bebite, Pedro? Ese olorcito que tú tiene no e' paja 'e coco no, no e' paja 'e coco. Jum, e' mucho lo que tomate si, e' mucho. 

     El hombre la contempló con fijeza. Ella notó los ojos rojizos por la mala noche pasada, escuchándolo expresar: "No, ya te dije que casi no tomé. Franciquito y yo nos tiramo tré media, tré, y entonce yo venía pa' la casa, te juro que venía hacia cá. Entonce, eh, yo me senté en el parquecito con otro pote a pensá en lo que desea nuetro macaco".

     --¿Te sentate ahí a pensá en Jaimito?

     --Sí, sí, Manuela, así mimito fue, a pensá en él.

     -- Hum, ¿y no fue con alguna tipeja sidosa que te sentate ahí, ah?  -la concubina lo señaló seriamente. 

     Pedro, un poco molesto le manifestó: "¡Qué vaina contigo, mujer, ¿por qué  tú  siempre saca  eso,  eh?"/. "Porque  te  conoco  bien, tigueraso, te conoco bien"/. "Manuela, Manuela, no me trate así, no empecemo a dicutí"/. "E' que tú ere el culpable, no yo"/. "Pero tú no comprende, mujer, e' que la vida ha sido fuerte conmigo"/. "¿Y con quién de nosotros ha sido floja, eh?"/. "E' que conmigo ha sido durísima, Manuela, fuertísima"/. "¡Oye a éte! Hum, ¿y porque la vida ha sido muy dura contigo, fuertísima como tú dice, debemo nosotro, tu hijo y yo, pagá la jaba, eh?"/. "Hay mujer, vamo a conversá sobre otra vaina, pero ante dame má café, tá buenaso, sabrosón como tú siempre lo hace, y dime si Jaimito etá bien". 

     --Sí, Jaimito etá bien. Ahora se halla durmiendo. Eh, pero te noto etraño, algo cambiáo, ¿qué te pasa, Pedro? -la fémina lo miró atentamente, percibiéndolo nervioso, preocupado, empero  él no le contestó, sino que volvió a pedirle más café, respondiéndole la lavandera  que de inmediato lo haría, pero que le dijera cuanto le había pasado ya que estaba poniéndola intranquila, y seguidamente le dio de la negra bebida, tomándola el trabajador despacito, sin hablar nada, ensimismado, la concubina contemplándole mientras iba enojándose por esa actitud, teniendo deseos de insultarlo por pasar la noche fuera del hogar, gastando el dinero que con tantos esfuerzos ganaba desde tempranas horas, debiendo levantarse dando las seis porque ella lo llamaba ya que si fuera por él se quedaría en la cama roncando como un puerco, mas la fémina lo zarandeaba ("vamo, vamo, arriba, arriba, se hace tarde, se hace tarde, ven a bebé tu café y te coma dó yaniqueque que te guardé”), y por eso Pedro se apeaba del lecho, orinaba abundantemente en su bacinilla azul, se lavaba la cara con jabón de cuaba y sus dientes también pues él consideraba que la pasta dental hallábase muy cara ("eso e' pa' rico, mujer, pa' rico", afirmaba), pero la lavandera se quedaba callada, nada le informaba sobre una que compraba para su hijo y ella, guardando el secreto, escondiéndola entre un jarrito con monedas, dinerito sobrado de compras y con el cual adquiría variadas cosas para la casa.       

        "Oye, ¿me dirá, ya qué cosa te sucedió, ah?"                                                                                                                                            

     --Si te lo digo no me crerá, Manuela, no me lo crerá.

     --Hum, ¿no me diga que te hallate con el Barón del Cementerio? Aseguran que por ahí, depué de la medianoche, salen toa clase de  alma en pena.

     --¡Peor que'so, mujer, peor que toa esa vaina!         

     --Vamo, bebe má café pa' que se te quite el jumo.

      --Lo que vi me lo quitó enseguía mujer, enseguiíta.

    Manuela se interesó más en el asunto. Por tanto, sentándose junto a su marido en un banquito de madera, le interrogó acerca de cuanto había visto. Empero, él le respondió así: "Ná, mujer, que voy a conseguirle el tambor ese a Jaimito, eso haré sí". La concubina se asombró, sonrió, y nuevamente preguntó: "Oye, ¿que tú le comprará el redoblante a Jaimito, Pedro?". Y el obrero, con la mirada perdida, le contestó que se lo compraría porque..., y ahí se detuvo a consecuencia de que su mujer lo interrumpió expresándole que el muchacho quería uno bueno, no de cartón. "Sí, sí, mujer, se lo compraré aunque tenga que vendé mi cadenita y el guillito también".

     La fémina  cambió el  tono de su  voz para aseverar: "¡Oh Pedro, sería bueno, él desea tanto ese tambor! ¡Ay, si tú supiera lo que me dijo mamá que Jaimito le contó!".

     --¿El qué? Jum, ¿qué te dijo tu vieja, eh? --el hombre la miró con seriedad--. Dime, Manuela, ¿qué cosa vino a contarte, qué cosa vino a decirte, ah?

     Otra vez sonrió la concubina. Recordó a su madre relatándole el encuentro con Jaimito, "el má querío de to' su nieto", como le indicó ayer en la tardecita, bebiendo café,  sentada en el mismo asiento en el cual lo estaba su marido, las piernas cruzadas, vestida de negro, siempre de luto desde la tragedia del padre, duelo que no se quitaba, no deseaba, lo cargaría hasta la tumba, había muerto el hombre suyo, decente, que  no peleaba, ("nunca tu pai me alsó la vó ni me dio un pecosón", recordó ella), sí, lo llevaría hasta la sepultura, era lo único que podía hacer en recuerdo a su memoria. Entonces fue que Manuela le respondió al concubino: "Eh, mamá me contó una cosa rara sí, dique el muchacho quiere ese tambor porque tiene una cosa, eh, una misión, dique una misión que le dieron por el río".

     --¿Que le dieron una misión por el río?  --Pedro se asombró,   abrió   los   ojos   en  tanto  miraba a su mujer.

     --Sí, sí, eso fue lo que me dijo mamá que Jaimito le informó, eso fue.

     --Hum, ¿y  no  te dijo ella  que esa misión se la dio, eh, se la dio una vaina brillante que habla, jediondona a mangle, ah?  

     --Algo así me habló mamá sí. Pero debemo tené en cuenta que Jaimito e' raro, tiene mucha imaginación. Hum... ¿y cómo tú sabe sobre esa cosa, Pedro?  -se contemplaron con atención; el hombre percibía aún el olor del extraño ser; lo recordaba perfectamente, entonces manifestó--:"Mujer, mujer, porque a mí también se me apareció en ese parquecito una vaina rarosa, jediondona a mangle, brillante como un cocuyo grandaso". Inmediatamente Manuela dijo: "¿No me diga?", y le puso una mano en el hombro, sintiendo que su marido se estremeció. En ese instante, fuera de la vieja vivienda se oían más ruidos de vehículos, de gente, despertándose el pueblo luego de una noche de tragos, del llamado 'viernes social'.

     --Sí, mujer, así como te dije fue. Esa vaina brillosa se me apareció y, eh, aunque tú no me crea, eh, esa cosa me habló, me dijo vaina rara.                                                 

     --¿Te habló, Pedro? Hum, ¿y qué te dijo, ah? --Manuela le acariciaba los cabellos, el cuello, pegadas sus rodillas, contestándole él que no sabía si se lo decía ya que tal vez ella no le creería, por lo cual la concubina le señaló, juntándosele más, que le contara cuanto le dijo la cosa brillante pues ella  hallábase segura de que no le mentiría. El marido elevó su cabeza hacia el tejado, luego la bajó hacia el  piso de cemento, miró para los lados y después se quedó observando los atentos ojos oscuros de su mujer. Entonces señaló: "E' como pa' uno volverse loco, Manuela, volverse loco". La fémina seguía pasándole la mano por el pelo, ansiando conocerlo todo, animándolo ("vamo, vamo, tú no te vuelve loco, ere hombre apretáo, valiente, quien no tiene miedo a ná, así tú me ha dicho, no te me acobarde ahora, Pedro, no te me acobarde") Y Manuela lo sintió temblar de pies a cabeza, herido su machismo profundamente, de tal forma lo consideró, empero igualmente el zonero le dijo palabras sin sentido, queriendo como salir del paso, no narrárselo cuando ya la concubina le había puesto cierto interés debido a que coincidía con lo contado por su madre, y por eso ella no podía dejarlo escapar, lo tenía  entre  sus  manos de mujer comprensiva la cual  reconoce al hombre asustado porque algo le sucedió que no entendía, y ese individuo se volvía niño, un infante que buscaba a su madre para protección, darle explicación, calor, cariño, mimarlo, hacerle comprender que confiara en ella, que no había más nadie, solamente su concubina, mujer, cocinera y lavandera, la madre del único vástago que ambos poseían: ese Jaimito extravagante, quien deseaba un redoblante para tocarlo delante del río y así cumplir con una supuesta misión encomendada, misión dizque dada a él por un ser fantástico, tal vez uno perteneciente a otra desconocida dimensión.        

     Cierto, ahí se encontraba Manuela con su gran oportunidad, el rostro del concubino pegado a su vientre, calmándolo con palabras tiernas, acariciándole la cabeza todavía húmeda por el rocío que le cayó en el trasnoche, sin darle importancia al pleito verbal que en ese  momento sostenían sus vecinos  de.../dame el dinero para la leche de los niños./, de, no tengo, pendeja, ¿es que no entiendes, eh? /de, sí, yo entiendo bien, te lo bebiste con mujeres malas./, de, no digas eso porque Dios te puede castigar./de, yo ya estoy castigada al meterme contigo, un viejevo pariguayo privando en chulo, en jevito, pantalón ajustado, cabello mojadito, .../de, vamos, vamos, yo no me meto en tus cosas, en tus juegos de caraquita, lotería, fragatán, salón de belleza, ja ja ja,  y,  y,.../  de,  ¿y  de  qué, ah?,  y de  qué, ah?/,  de,  tú  sabes, mujer, tú sabes./, y de, no sé nada, pendejo, habla claro como hombre con pelo en pecho, ¿entendiste?, habla como hombre con pelo en pecho...

     --Óyeme Pedro, cuéntame, háblame sobre lo que te habló la cosa brillosa, confía en mí, soy tu mujer. Yo te comprendo bien, yo te comprendo bien. 

     El obrero la miró unos segundos. Luego le contestó: "Eh, bueno, esa vaina jedionda a mangle, Manuela, me dijo, eh, me pidió --su voz sonaba emocionada, así lo advirtió la concubina--, mejor dicho me ordenó que le comprara el tambor, sí, que le comprara el tambor a Jaimito porque él tiene una misión que cumplí. Cierto, mujer, eso  fue lo  que me  dijo la cosa brillosa, y me lo repitió varias veces". 

     --¡Vaya, vaya, Pedro!

     --Sí, Manuela, dique una misión que cumplí tiene Jaimito. 

     --Hum, ¿y no te aseguró qué clase de misión e', ah?

     --No, eso no me lo dijo, no me lo dijo.

     --Entonce, entonce pa' cumplí la misión esa e' que quiere el redoblante ese. ¿Qué tú piensa, eh?

     --Seguramente, mujer, seguramente.

     --¡Vaya, qué cosa rara tán pasando! --advirtió Manuela. De inmediato, levantando sus brazos y mirando hacia el techo sentenció--: "¡Ay Dió mío, ay Dió mío, presiento que algo feo le viene a nuetro hijo, algo muy feo le viene!". Y se quedaron callados, meditando, sin ponerle atención a la riña sostenida por sus vecinos, quienes rodaban por el suelo, los hijos corrían hacia el patio, los perros ladraban, se escuchaban objetos rompiéndose, gritos de la fémina, voz de hombre chillando "¡puta-puta!", la mujer contestando "puta será tu mai, maldito, tu mai", y se oyeron más cosas cayendo al suelo, teniéndose la impresión de que la casa se derrumbaría, pero de repente se percibieron unas veloces pisadas mientras algo metálico se estrellaba contra la empalizada del callejón, voceando la voz de la concubina: ¡"maldito, maldito!", apareciendo por el portón que daba a la calle un individuo delgaducho arreglándose el pelo corto, la camisa rota, en chancletas, unos infantes siguiéndole, "papi, papi", le decían, pero él los ojeó sin hacerles caso y continuó andando deprisa, dirigiéndose al colmado de la esquina a tomarse una cerveza bien fría con la finalidad de apagar esa 'caldera' hirviendo que sentía en su estómago por haber ingerido demasiado ron durante la noche y la madrugada. 

 

 

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