'UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ' (¿1879?-1947)
Capítulo VI
(Novela-Histórica)
Por: Bernot Berry Martínez (bloguero)
La gran realidad es que toda existencia es cambiante, evolutiva. Nada permanece estático, ni las formas como actúan las instituciones, incluyendo la Iglesia Católica, como también las numerosas sectas desprendidas de Ésta. Por tanto, aunque es posible que el gobierno de Trujillo no había detenido y maltratada a la Primera Médica por motivo ignorado, dejándola deambular por poblaciones y caminos hasta que tal vez se perdiera en la enmarañada oscuridad de la demencia, esto último no aconteció a consecuencia de las huelgas que sacudieron la Región Oriental. Cierto, aquellos paros laborales trajeron que los personeros del régimen, cual ya se notificó, asesinaran a dirigentes sindicales y subyugaran a muchísimos más. Empero, aparte de esas espeluznantes perversidades, se ordenó buscar a los cabecillas, a sus organizadores, pues consideraron que serían los auténticos responsables de tales paralizaciones. Y fue cuando un influyente tipo, vulgar adulón, inmundo machista lleno de odio por las progresistas ideas de Andrea, la señaló como una persona que debía indagarse profusamente porque era amiga de los Republicanos ibéricos expulsados, también de cuantos aún quedaban, conociéndosela como una resuelta enemiga del ‘Jefe’, de los curas, una campesina que se creía francesa y a quien le agradaba cantar y declamar extraños versos en esa lengua. Expresó la probabilidad de que esa mujer se estaba haciendo la maniática para evitar persecuciones, pudiendo ser una de los principales cerebros de esas huelgas. Y los demás consideraron que ese pícaro sujeto podía tener razón, y Trujillo dio la orden de ser buscada para investigarla. La inquirieron en la ‘Casa Amarilla’ y donde familiares y amigos cercanos. Y debido a que no fue encontrada, cavilaron que se hallaba bien escondida, quizá entre un aljibe seco o lleno de agua, algo muy utilizado antaño para burlar persecuciones. Y en diversos de esos depósitos fue rebuscada. Se dispuso entonces que la localizaran viva o muerta, en cualquier parte. Y mandaron temibles sujetos, militares disfrazados de civiles, gente del Este Profundo, conocedora de esa región, a rastrearla por los montes seibanos, ya que alguien había avisado que la divisó por esa zona.
El Dr. Zaglul narra que un amigo suyo, antiguo militar de baja graduación del Ejército, luego de ser jubilado, le refirió una “deleznable historia” acerca de la reclamada Primera Médica. Le aseveró que ésta fue encontrada caminando entre Pedro Sánchez y Miches, señalándole que “la golpearon sin misericordia”, siendo conducida a la Fortaleza ‘Pedro Santana’, a la llamada ‘Méjico’ por los macorisanos. En ese recinto fue salvajemente torturada, interrogándola con fuertes golpizas durante unos días. Le manifestó asimismo aquel antiguo militar, que al fin comprendieron --¿su demencia?--, y que “muertos de vergüenza si es que la tenían, la abandonaron en un desierto camino vecinal cerca de Hato Mayor”.
Sin embargo, es una lástima que el Dr. Zaglul no abundara más sobre su amigo, el veterano del Ejército, como tampoco de cuantos participaron en las palizas y torturas de la Dra. Rodríguez. Claro, él conocía que nuestro país es pequeño, la mayoría se conocen, tienen algún parentesco, amistades, etc. Y el siquiatra Zaglul, ‘quien sabía más que el mismo lápiz’, no quiso arriesgarse escribiendo apelativos, algunos nombres que seguramente llegó a enterarse. Empero, si el galeno lo hubiera hecho, posiblemente sabríamos sobre ellos, incluyendo de sus familiares. Y es que sería una carga muy pesada de acarrear. La misma los encorvaría. Pero como jamás los sabremos, asegurándose que hasta la deshonraron de forma muy vil, tendremos que mordernos los labios impotentes, inútilmente. Y por todo eso, contemplando con melancolía al bello cosmos mañanero, considerando que nuestras conciencias se empequeñecen adoloridas ante semejantes crueldades, con razón diferentes personajes con frecuencia se interrogan: “¿Por qué los malvados, con rarísimas excepciones, siempre se salen con las suyas, muriendo de viejos en sus fétidos lechos, teniendo por lo regular a su alrededor algún truhán ‘religioso’ dizque buscando alma que salvar?”
No obstante, tenemos que seguir viviendo con esta podredumbre encima, aunque con certeza suponemos que tales fieras, en sus asiduos y escandalosos festejos, detallaban deleitados cuanto le realizaron a nuestra distinguida médica. Sí, aunque se cerciora que ellos abusaron sexualmente de Evangelina, debemos tener muy en cuenta que fue obligada a puras golpizas, forzándola de manera irracional.
Con mucha certeza y por su enorme valentía, ella defendió su honor antes esos feroces jóvenes militares, ebrios de alcohol y demencial lujuria. Si esos estupros se lo provocaron, algo bastante creíble, es indudable que le causó una incurable profunda herida emocional. Por tanto, al consumarlo, cosa no extraña en tan impúdicos individuos sin importarles edad, podríamos conjeturar que todo eso contribuyó en enorme magnitud a que Evangelina se adentrara hondamente en el brumoso abismo de la locura. Por eso y con bastante lógica, si bien no informara acerca de esos evidentes libidinosos actos, el Dr. Zagual certificó en su obra: “Era el puntillazo final para esta pobre mujer”.
Sin embargo, nuestro respetable profesional, inmenso admirador y enamorado de la ejemplar vida de la Dra. Rodríguez, hombre con inmensa ética, silenció tales profanaciones a su biografiada. Empero, tal vez por su origen de clase, el Dr. Zaglul era un poco conservador. Y quizá por esto se vio preciso a declarar para la Historia: “Los dominicanos de esa época habíamos logrado vencer la capacidad de asombro”.
Redundan personas al respecto que tal vez el admirado siquiatra y escritor, respetando la hidalga memoria de nuestra Primera Doctora, eludió relatar esas aberraciones, debiendo conocerlas bien, avergonzándose profusamente. Se cavila entonces que pudo haber vivido con esas imágenes en su formidable mente siquiátrica, las que pudieron repetírsele con relativa regularidad. Igualmente, las mismas debieron atormentarle mucho, haciéndole la vida más difícil, complicada, llevadera.
Posiblemente esas reproducciones son las que se hallan relacionadas con los ‘fantasmas’ que acongojan al escritor incesantemente, penetrando de manera constante su imaginación, turbándole. Se ratifica que sólo lo dejan tranquilo cuando las expone en el papel. Entonces, ¿por cuál raciocinio se supone que al Dr. Zaglul tales imágenes pudieron angustiarle? Bueno, posiblemente a que no brindó en su texto detalles precisos, crudos, de la cobarde y cruel violación a la anciana Evangelina Rodríguez. Por consiguiente, los investigadores creen que la biografía del Dr. Zaglul, confeccionada con numerosas indagaciones del autor, fue relatada prudentemente, con ciertas lagunas, esto pudo ser “porque el dominicano no cae en gancho”, popular frase que al prestigioso médico-siquiatra le encantaba emplear con cierta regularidad.
Se especula que desde su lanzamiento desnuda como bulto sin valor en un camino vecinal de Hato Mayor, dejándola ahí con la finalidad de que falleciera en dizque posible accidente, su enfermedad mental le fue creciendo hasta el final de su existencia. Es más, piensan que si todavía le quedaba un poquito de lucidez, alguna lucecita, ella no quiso salir de las complicadas penumbras de su mundo interior. Es que fuera del mismo, su verdadero universo le era una espantosa pesadilla. Ya lo había vivido en sus más de 68 años de pesarosa existencia. En ese lapso, y con su intenso amor, lo entregó todo por su gente, recibiendo a cambio indefinidas humillaciones de diversos tipos, jamás una certificación de gratitud.
Cierto, como ya se notificó, cuanto Evangelina había aprendido venciendo enormes obstáculos los colocó a disposición de sus conciudadanos. Pero aquella sociedad no estaba preparada para una fémina de tan elevadas luces. Y como se dijo: nuestro pueblo se hallaba compuesto por una comunidad extremadamente machista, frustratoria, que rayaba en el oscurantismo, de farsantes, dirigida en el fondo por intrigantes jesuitas y otros ‘sacerdotes’ falangistas, principalmente de la Orden ‘Opus Dei’, esos fieles de la terrible ultraderecha del nacionalcatolicismo, sostenedora del déspota y asesino Francisco Franco.
La Dra. Rodríguez lo había perdido todo. Se encontraba en inmensa soledad, totalmente vencida. Sus enemigos jamás le bajaron la guardia, ni con los años, muriendo todos así, odiándola. Fueron gente que nunca perdonaban, rabiosamente orgullosos. Entonces, ¿por qué iría tan brillante mujer a retornar a su cruenta realidad? Por eso se sospecha que su último acto de inteligencia y valentía fue quedarse entre su enorme introversión, completamente ensimismada, una chiquilla persiguiendo sonreída, alegre, sus brazos en alto, a multicolor bella mariposa por un verdoso campo de su tierra natal, Higüey. Sí, en esta forma estuvo ella feliz por unos meses. Erraba de un pueblito a otro, casi sin comer, los aguaceros cayéndole encima, durmiendo en cualquier parte, regularmente junto a grueso tronco, persiguiendo en su ilusión al precioso insecto volador que nunca logró alcanzar. Y fue en cierta coyuntura, durante hermoso y azuloso atardecer, encontrándose cerquita de atrapar a la mariposa, que sonriente la miró convertirse súbitamente en brillante flor de luz, creciendo muchísimo, fundiéndose ambas en un solo organismo.
Ahora bien, cuánto hemos podido averiguar acerca de Evangelina después de las huelgas azucareras (narrado más arriba), es que aparte de su anormalidad, se hacía una abstraída demente, “perdida en un mundo irreal”. Dicen que actuando de ese modo ella trataba de evadir a sus peligrosos adversos. Pero los rastreadores, con el mandato de hallarla como fuera, lograron atraparla durante una temprana mañana gris, en un atajuelo entre Pedro Sánchez y Miches. Se afirma que esos cinco nefastos tipos la sacaron del caminito, llevándola arrastrada monte adentro. Andrea los insultaba y pataleaba furiosa. La dejaron caer sobre unos hierbajos, observándolos ella desde el suelo con mirada de fuego. Allí fue golpeada y maldecida con rabia: “¡Comunita ‘e mierda, habla hora contra el jefe, habla hora, vieja loca!”... El férreo vestido suyo, igualmente su ropaje interior, se lo desgarraron con suma violencia, quedando completamente desnuda, aterrorizada, tratando con sus manos de cubrir sus diminutos senos. Y aquellas bestias, contemplándola gozosos, produjeron perversas risotadas estremeciendo aquel enorme tranquilo ambiente. Bebieron largos tragos de ron, pasándose la botella. La educadora-médica trataba de humillarlos, gozando ellos con su berrinche. Fue en eso que el cabecilla del grupo, sosteniendo un revólver en la izquierda, aflojándose su pantalón con la diestra, preguntó con picardía: “Eh, ¿y será cierto qu’eta loca ‘e mierda e’dique señorita, ah?” Y los otros cuatro, algo que parecía premeditado, ordenado con seguridad por algún oficial superior, extasiados, enseguida les sujetaron sus piernas y brazos --“¡Suéltenme, suéltenme, perros trujillistas!” vociferaba la doctora, tratando inútilmente de zafarse de sus fuertes manos--. Y por orden de rango, el sargento primero, se turnaron para violarla. Y fue deshonrada sucesivamente. Evangelina, horrorizada, no pudo resistir, desmayándose. Los guardias la hicieron volver en sí con potentes puñetazos en los costados, gritando ella de dolor, continuando abusándola --“Coge guto, maldita comunita, coge guto” --le gritaba uno, joven, babeándole el rostro.
Con mucha posibilidad sus profundos lamentos los excitaban, aumentándoles su fogosidad, prosiguiendo vejándola. Dos de los violadores, el sargento y el cabo, pasaban la treintena de años, los demás eran rasos, casi de la misma edad, apenas alcanzaban los veintidós.
Se afirma que la Dra. Rodríguez fue totalmente profanada y degradada por esos cinco fornidos soldados. Empero, coincidencialmente se comenta que ella fue la partera de los tres más jóvenes, con diferencia de días, la especialista que gratuitamente atendió a sus madres a traerlos al mundo. Alegan que eso sucedió a los pocos días de su retorno de Francia, encontrándose por ese lugar visitando parientes.
Es muy posible que los intensos lamentos de nuestra Primera Médica estremecieran a toda esa zona. Incluso que numerosas aves del sector, avergonzadas por cuanto vieron y escucharon, dejaron de canturrear, buscando protección entre los ramajes de un majestuoso árbol de jabilla. Además, que un cercano riachuelo silenciara su murmullo, y que el viento se desviara para no cruzar próximo al lugar de tan horrible deshonra. También pudo ser probable que por ese contorno se abatiera un mutismo espantoso, solamente quebrado por las pavorosas y horrendas carcajadas de los militares, crueles risas que se entremezclaban con las sufridas lamentaciones de Andrea Evangelina.
¡El Humanismo, una vez más, fue herido hondamente, pero jamás de muerte!
Cuanto se ha contado acerca del grandioso abuso de nuestra ilustre doctora, fue dado a conocer por dos hermanitos de doce y once años, quienes cargaban agua de la otra orilla del arroyo para llevarla a un bohío en la cima de una colina, en donde vivían con sus padres. Ambos hacían eso por las mañanas y en las tardes. Y mientras se preguntaban quiénes eran esos hombres y cuál la mujer chillando, debieron esconderse pronto entre la maleza colindante, dejando los envases en la ribera, cuando les advirtieron venir arrastrando a la desnuda señora por las muñecas, dejándola bocabajo, sobre el límpido manantial. Desde su escondite, bastante aterrados, los hermanitos contemplaron a esos individuos lavándose manos, brazos, rostros, incluso sus partes intimas, haciendo burlas los más jóvenes de quién tenía el pene más grande.
Los muchachos observaron los revólveres entre sus cinturones, poniéndose más nerviosos, comprendiendo que aunque no estaban uniformados, se dieron cuenta que eran atroces guardias, abusadores, asesinos. Entonces, mirándoles bien, se susurraron que por ese sitio conocían bien a tales sujetos. Claro, ambos sabían que los lugareños aseveraban que esos tipos eran delincuentes desde antes de enrolarse al Ejército.
Los hermanitos aborrecían a los soldados. Se hallaban al tanto de que un tiempito atrás, varios de ellos mataron a su abuelo paterno a bayonetazos, trasladándolos enseguida del Seibo a Macorís. El homicidio lo efectuaron cuando su pariente regresaba al hogar en su burrito de carga, luego de vender algunos productos agrícolas. Le hurtaron el dinero de la venta y mataron hasta el noble animal. Y aunque ese crimen quedó como un robo, la verdad era que lo hicieron porque él no quería traspasar su tierrita a un latifundista, ‘quien no dormía por poseerla’. A los pocos días del homicidio, llegaron al terreno unos guardias. Estaban acompañados por un gordito ‘licenciado’ enfundado en apretado traje de color marrón, sudoroso, con sombrero bombín, cargando abultado maletín. Ese ‘profesional’, con papel en su diestra, les gritó a los parientes del asesinado, agitando el supuesto documento, que el difunto transfirió su propiedad al potentado hacendado el mismo día del crimen y robo. Empero, notando el obesito ‘licenciado’ que los familiares le contemplaban muy escépticos, pataleó rabioso, mostrando varias veces una cruz como la firma del fallecido. Pero eso era algo ilícito, totalmente una sinvergüencería a consecuencia de que el ultimado sabía leer y escribir. Entonces, enojado el supuesto ‘notario’, ordenó a los militares a que accionaran, sacándolos arbitrariamente de la vivienda y del terreno. Y así lo hicieron esos guardias, desalojándolos deprisa. Con disparos al aire lo efectuaron, no permitiendo que esa adolorida familia cargara con nada de allí, ya que el pariente muerto lo vendió con cuanto tuviera dentro. Sí, aquellos militares, cuales victoriosos “guerreros” de Atila, se repartieron el botín del ‘durísimo combate’, llevándose animales, gallinas, patos y otras propiedades. A los perros les dispararon por ladrarles, matándolos. Cuando iban a marcharse, ordenado por el ‘licenciado’, le pegaron fuego a la casucha para que nadie entrara.
Se dice que aquel terrateniente, unos días después de apropiarse del terreno, ‘dizque apenado por el homicidio de tan buen y laborioso hombre’, quiso ser “benigno” con sus descendientes, y les permitió irse a una loma de su inmensa propiedad. Les manifestó que fabricaran una choza, tuvieran un buen conuquito, y como compensación, como modo de pagarle, el padre de los muchachos trabajaría en su finca desde la aurora hasta el crepúsculo.
Claro, los hermanitos pudieron atisbar a los hombres bebiendo ron. Observaron que los más jóvenes ansiaban seguir abusando de la anciana, a quien por el silencio reinante la oyeron exclamar: “Ya basta, carajo, basta. Mejor mátenme, mátenme, alimañas trujillistas...”
Y fue en ese instante que se acordaron de una parienta lejana de su madre, médica ella, inteligente, vieja ya, sabía muchísimo, decía su mamá que odiaba a Trujillo, y que de cuando en cuando les visitaba. Pero aquellos guardias carcajeaban con intensidad, doblándoseles sus cuerpos mientras reían, señalándola, no pudiendo percibir bien sus otros insultos. Y vieron al dirigente ordenar a otro soldado, un tipo alto con ojos saltones, continuar violándola entre el arroyo, quedando esas límpidas aguas desairadas por siempre. Los hermanitos, apenados, impotentes ante tanta crueldad, llorosos, decidieron irse rápido hacia la vivienda. Y tratando de no ser vistos, aterrorizados y silenciosos, fueron subiendo la loma, llegando poco después al bohío, situado no lejos del arroyo, más o menos a unos 200 metros. Allí le narraron a su madre de cuanto fueron testigos. Incluso le indicaron que la señora abusada poseía suficiente semejanza con aquella amorosa doctora, la cual con tanta dulzura les acariciaba sus cabellos cuando venía a visitarles, siempre con aquel agradable olor a flor de limón.
NOTA. Este texto está registrado en la Oficina de Derecho de Autor, ONDA, como manda la Ley 65-’00.
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