TERCER CAP. DE "UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ"
NOTA: NO IMPORTA QUE PASE EL TIEMPO, PUES LA VERDAD SE ABRIRA PASO ENTRE LAS TENEBROSAS TINIEBLAS.
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
-III-
La Dra. Rodríguez dominaba el salitrero entorno en donde vivía. Entreveía que la querían convertir en gaviota sin bandada. Pero ella era solitaria por naturaleza, si bien muy sociable, una roca de alta mar con la cual se habían estrellado bastantes tempestades. Y todo eso le producía intensas fuerzas para contrarrestar a sus significativos enemigos. No ignoraba que funestos individuos seguían sus pasos, observando cuanto ejecutaba. Mas, no quiso encerrarse a lamentarse entre la ‘Casa Amarilla’, clínica que se iba quedando vacía de pacientes, esto debido al miedo imperante y a que las medicinas cada vez escaseaban más. Era como un terror fantasmal que fue envolviendo la vivienda. Lo psicológico de los jesuitas, ayudado por los matones del régimen, estaba obrando cuanto anhelaban tales sujetos de oscuras sotanas, a quienes el excomulgado y prolífico escritor colombiano, J. M. Vargas Vila, los tildó de ‘buitres negros’.
Refiere el galeno Zaglul que Andrea, conociendo que las enfermedades de transmisión sexual causaban graves trastornos a mujeres de la Zona de Tolerancia, de Pueblo Nuevo, ‘La Arena’, cumpliendo con su deber de gran humanista y recta médica, sabedora de su alta espiritualidad profesional, varias veces entró en dicho sector para contribuir con las prostitutas infectadas de venéreas y sífilis. No obstante, por su loable y meritorio trabajo, realizado hasta de noche, la jerarquía del machismo macorisano se escandalizaba. Y la bondadosa Dra. Rodríguez, de nuevo era injuriada, volando los pasquines por el pueblo, llevando las sucias calumnias que les ponían sus ruines enemigos.
Los muchos ‘curas’ españoles que vivían en la parroquia del pueblo de aquel tiempo --unos tremendos vagos, falangistas franquistas en vigilancia constante de sus compatriotas Republicanos--, se persignaban varias veces cuando se encontraban por alguna parte del pueblo con la laboriosa médica. De igual modo lo perpetraban cuando la veían cruzar cerca de la iglesia para ir al Ayuntamiento en procura de cierta ayudita. Andrea ni siquiera les miraba. Conocía que la provocaban. Mas, de cuando en vez la doctora paseaba por el ‘Parque Salvador’, disfrutando de algún bello crepúsculo. Se sabe que Evangelina tuvo una hija de crianza de nombre Selisette Sánchez, ‘Lalita’, niña que había nacido bajo sus cuidados en la ‘Casa Amarilla’, aceptando cuidarla como suya porque así se lo suplicó la real progenitora, doña Eulalia, de origen puertorriqueña, instantes antes de su fallecimiento por complicaciones de anteriores embarazos. Una tarde en que ella caminaba sujetando la mano a la chiquilla (esto me lo contó uno de los protagonistas, conocido de Miramar, varios años mayor que yo), que le ordenaron a él y otro niño gordito a que fueran a vocearle “cosas” a la doctora. Y ambos, gozosos, cumpliendo órdenes de “sagrados varones”, se le aproximaron, la señalaron, y saltando le gritaron: “¡Loca, loca, loca!”. Andrea les observó apenada, ojeando también a los “religiosos”, quienes carcajeaban, sujetándose sus voluminosas panzas. Pero la médica, educadora como era y por tanto entendida en sicología infantil, con afabilidad, sonreída y mostrándoles unos dulces, hizo que los chicos se le aproximaran. Cuando estuvieron a su lado les ofreció a cada infante unas ‘canquiñas’, cogiéndolas enseguida, llevándolas ansiosos a sus bocas. Entonces ella, agachándose casi a la altura de ambos, contemplándoles fijamente con sus penetrantes ojos, les gritó una frase que con seguridad se escuchó en toda esa plaza. Voceó, indicando a los ensotanados:
--¡Carajo, aléjense d’esos curas del demonio o se volverán maricones! ¿Me entienden ah? Apártense d’ ellos o se volverán maricones, carajo.
El testigo narró que los infantes se alejaron corriendo hacia donde se hallaban los “religiosos”, y que mientras iba trotando percibió su mirada en la cerviz; además que cuando ya estaban llegando, se volteó y pudo observarla riendo intensamente, igual a la niña, presenciando a los curas huyendo hacia la parroquia, entrando y trancando la puerta con dureza, quedando los dos afuera, originando que les dieran manotazos para que la abrieran, algo que los presuntos ‘sacerdotes’ no hicieron.
Bueno, eso me narró el sujeto, afirmándome que desde ese momento se fue ausentando de esa iglesia, quedando muy impresionado por cuanto voceó la doctora. Me informó asimismo que incluso dejó de ir por esa plaza, teniendo problemas con su madre, ya que los “religiosos” deseaban que intercediera con la finalidad de que su hijo fuera monaguillo, sirviera a la Iglesia. Mas, llegó a informarme: “Fue por eso que mis padres en parte se separaron. Mi mamá era fanática católica, yendo casi todos los días a misa, porque vivíamos en el barrio La Aurora. Mi papá era todo lo contrario, no les gustaban los curas. Decía que eran unos hipócritas. Por esa razón estuvo conmigo todo el tiempo, apoyándome, llevándome consigo cuando se apartaron, mudándonos para Miramar, en la calle ‘Antonio Molano’. Allí conocí a tu familia, haciéndome amigo de tus hermanos, tiguereando por el rompeolas, Playa de Muertos, el faro, aquel bufeadero”...
Nos encontrábamos sentados en el mencionado parque en un banco de cemento, años antes de ser embellecido como ahora está. Él recordaba asuntos muy serios durante ese moribundo atardecer. Se había detenido a saludarme al cruzar por donde me hallaba. Debido a que notó el libro del Dr. Zaglul acerca de nuestra Primera Médica, texto que estaba leyendo, él lo tomó en sus manos y me confirmó que un par de veces se deleitó con su lectura. Y quizá por eso, sentándose a mi vera, comenzamos a dialogar, enterándome de su anécdota con Evangelina Rodríguez. Entonces, indagándole si se acordaba del otro niño gordito con el cual le gritó “loca” a la doctora, se apenó bastante, y es que sentía por Andrea una gran admiración y respeto. Me señaló que él se había hecho médico en la UASD con enormes sacrificios, y por tanto podía imaginarse las penalidades que debió de pasar ella durante aquel tiempo. Le miré inclinar su cabeza con melancolía, igualmente alzarla para contemplarme e informarme que aquel infante se mantuvo ligado a la Iglesia Católica, siendo un fiel monaguillo. Me informó que ya su progenitora había abandonado el catolicismo, siendo confesa cristiana de una secta protestante, diciéndole con los años que ese muchacho era un tremendo homosexual. Me indicó que esos ‘curas’ lo pervirtieron, lo mismo que a otros jóvenes. Me contó con cierta alteración, que su madre le confesó que varios ‘sacerdotes’ tuvieron relaciones sodomitas con ese jovenzuelo por toda la parroquia, incluso en la torre, con repique de campanas, señalándome que no se hizo un escándalo porque la madre del jovencito era muy devota del catolicismo, silenciándolo. Dijo que aunque esa señora nunca dejó de asistir a esa iglesia, sí tuvo un grandioso cambio en su vida, pues comenzó a vestir de blanco por varios años, hasta su fallecimiento durante una espléndida mañana en que se deleitaba con el melodioso canto de un ruiseñor en su hermoso jardín.
--¡Ahora, como la doctora vaticinó, ese tipo es un viejo maricón! --murmuró, levantándose, despidiéndose con un fuerte apretón de mano, observándole marcharse pensativo, quedándose un instante al lado de una delgada palmera existente en aquel tiempo en esa plazoleta, árbol que estaba bastante inclinado por el peso de un enorme nido de golondrinas. Poco después le miré atravesar la avenida Domínguez Charro, dirigiéndose al muro grisáceo que protege a nuestro pueblo de posibles crecidas del Río Macorix (Higuamo). Y en tanto le veía alejarse, me llegó la curiosidad de haberle preguntado quién era el individuo del cual me había contado.
La Dra. Evangelina Rodríguez fue, sin titubeo alguno, una virtuosa mujer. Aunque sus numerosos adversos, principalmente ignacianos y seguidores, la calumniaron horriblemente, aseguran independientes personajes que ella siempre se mantuvo virtuosa. Conocen que cuanto efectuó y trató de realizar lo hizo sin tratar de ganar tesoros en los cielos, tampoco por marido, ni hijos, amante o novio, todo por amor al prójimo, a la Humanidad. Es por eso que se le tiene como una de las grandes féminas, llena de integridades, nacida en esta República. La consideran superior en patriotismo que algunas heroínas de este país, incluso con mayor piedad que diversas religiosas las cuales con seguridad se esforzaron con la finalidad de beneficiar a sus almas, alcanzar la prometida vida eterna, un real oportunismo. De esta manera, Andrea se halla valorada, en grandiosidad, que determinadas damas poseídas de destacados honores. Cuanto sucede es que a consecuencia de su extremo sacrificio en beneficio de sus análogos, el nombre de Evangelina Rodríguez debería estar muy por encima de otras nobles mujeres. Es algo fácil de evaluar, solamente debemos escudriñar su existencia, seguir su trayectoria desde su llegada a la vida, ¿1879?, hasta su fallecimiento en 1947. Confirmaríamos la historia de una inmensa fémina, educadora-médica consagrada a la gente, esencialmente a las personas humildes. Fue, como lo indicó el Dr. Antonio Zaglul, una persona fuera de serie. Estuvo muy por arriba de ese popular pensamiento. Ella, a causa de su forma de actuar, escapa a cualquier limitado raciocinio nuestro.
No obstante, ¿la hemos enaltecidos y venerado como se merece? No, eso nunca se ha perpetrado con justeza. ¿Y por qué? ¿Será porque no era cibaeña o capitaleña? ¿Acaso a su origen, una pobrísima campesina higüeyana? Por su decoro, después que ajusticiaron al aterrador Trujillo, el antiguo barrio llamado ‘mejoramiento social’ lleva su nombre, también el Plantel de Niñas en la Ave. Independencia, ambos situados en Macorís. Se sabe que figura en ciertas Enciclopedias de Dominicanos Ilustres, así como en distintos libros, también en otro sobre galenos del Dr. Zaglul, y que se encuentra incluida en la lista de Mujeres Sobresalientes de la UNESCO.
Es muy probable que su glorioso apelativo lo desean mantener en el ‘purgatorio’, mejor dicho olvido, aquellos individuos de hábitos negros, los siniestros e intrigantes jesuitas, con enorme influencia en la Congregación Católica. Sí, es muy intenso el rumor de que mientras los científicos se encuentran en lucha abierta averiguando acerca del Espacio Sideral, esa Iglesia, en pleno Siglo XXI, comienza a levantar con mucha discreción el terrible Oscurantismo en el cual mantuvieron a su feligresía, para que vaya penetrando la luz de la verdad en sus recintos medioevales. Claro, repetimos que lo van perpetrando de manera despaciosa. Empero, como la ‘vergüenza’ que podrían tener por cuanto ejecutaron sus predecesores es inmensa, ignoran el modo formal, correcto, de colocar en su justo lugar a tantas personas enlodadas en nombre del misericordioso Jesús. Por consiguiente, los apelativos de prestigiosas personalidades que continúan guardados en negruzcos y exóticos cajones triangulares, excomulgados, prohibidas a “sus almas entrar al reino de los cielos”, están dejándolas salir con lentitud, a paso de viejísimas tortugas. Claro, de esta manera anhelan evitar grandes escándalos, pues prácticamente casi nadie los recordaría porque habrían fallecidos.
El nombre de Evangelina Rodríguez, ratificado por sujetos relacionados con esos ‘religiosos’ de ropaje negrísimo, lo mantienen en la grácil oscuridad, dejando que el inexorable tiempo continúe pasando. Y como todos los gobiernos que hemos tenido, exceptuando el del intelectual don Juan Bosch, tumbado a los siete meses por honesto, fueron y están dirigidos por ellos, es muy difícil que lo dejen poner en su equitativo sitio, esto desde luego mientras tanto.
Con el arribo al país de la crema de la intelectualidad española, los Republicanos, la Dra. Rodríguez cooperó con éstos en todas sus posibilidades. Ya se narró que el tirano envió a numerosos de ellos a Pedro Sánchez para enloquecerlos, pero en esa pobrísima comarca ellos hicieron bastante por la cultura, hasta teatro popular con los lugareños. Empero, nada de esto le agradaba a la dictadura, ya que son polos muy opuestos. La doctora les visitaba y examinaba, llevándoles medicinas, comida y textos. A varios les ayudó a conseguir trabajo en El Seibo, La Romana, Hato Mayor, y en Macorís. En este último pueblo, debido a su alto desarrollo económico, varios llegaron a escondidas, ayudados por Andrea. Ejecutaban cualquier tipo de labor. Eran muy esforzados. Enseguida comenzó a circular por Macorís el periódico ‘La Democracia’, órgano de esos Republicanos. En ese medio escribió la Dra. Rodríguez sin colocar su nombre, también la combativa y hermosa poetisa Carmen Natalia Martínez Bonilla, demócrata, luchadora por los Derechos de la Mujer, antitrujillista, como igualmente lo hizo Petronila Gómez, directora de la revista ‘Fémina’.
Durante el proceso de la Segunda Guerra Mundial se estableció una tregua entre los Aliados y los soviéticos en su lucha contra los integrantes del Eje. Ese acuerdo sirvió para que los primeros se ocuparan en combatir a los segundos, quienes constituían en aquel tiempo el esencial enemigo común. Por ese motivo la tiranía, la cual le había declarado la guerra a las naciones integrantes del Eje, debió bajar su feroz represión, permitiendo una limitada libertad a los dominicanos, principalmente en pueblos con relativa importancia como lo era Macorís. Entonces, ansiando aprovechar al máximo esa situación que se les presentaba en bandeja de plata, los izquierdistas salieron de la clandestinidad, comenzando a organizar a los trabajadores en sindicatos, a campesinos pobres en cooperativas agrícolas, a tratar de dirigir las diversas Sociedades Mutualistas, etc. Esta población se iba envolviendo en una agitación constante. ‘El Federado’, un periódico obrerista, recorría las calles llevando mensajes esperanzadores acerca de un porvenir muy fructífero para los desposeídos. Los patrones se estaban preocupando. Detrás de esa tremenda tenacidad se hallaban los revolucionarios ibéricos, quienes de forma encubierta, moviéndose como incansables abejas, organizaron pronto el Partido Socialista Popular, PSP, y sus distintos frentes de lucha.
Durante ese lapso Evangelina estuvo muy activa. Se la observó por variados lados del pueblo. Afirman que recorrió gran parte de la República dando conferencias, notándosela bastante entusiasmada, el rostro radiante, sus ojos brillantes, ejecutando esas labores. No es un secreto que ofreció charlas mezclando la política con la salud y educación. Las personas se excitaban oyéndola. Era muy elocuente y convincente. Ofrecía excelentes ejemplos para que todos pudieran entenderla. De vez en cuando hablaba por una radioemisora local. Diversa gente la escuchaba por bocinas que los organizadores instalaban por diferentes barrios, aprovechando al máximo la tregua. En ocasiones, la señorita doctora se expresaba con tanta intensidad que excitaba a los oyentes, pero en otras lo efectuaba con dulzura, sin violentarse por las tantas penurias que atravesaba la ciudadanía. Es que había aprendido muchísimo con los Republicanos Ibéricos, quienes se esforzaron por hacerla gran guía, ya que talvez habían detectado que ella estaba dotada de cuanto se necesita para convertirse en verdadera dirigente: enorme valentía, superior intelecto, muy fogosa, extremada humanista, formidable educadora, primera médica con tres especialidades y formidable dominio de los idiomas castellano, francés e inglés. Eso era cierto, Andrea poseía una personalidad y formación intelectual con condiciones óptimas para dirigir esta Nación. No había nadie en aquellos momentos como ella. Y quizá por eso es que algunos indagadores se han interrogados: ¿Vislumbraron aquellos Republicanos españoles, imbuidos en la política internacional, que la Dra. Rodríguez podría alcanzar un enorme liderazgo, convirtiéndose con bastante posibilidad en la primera mujer en obtener la Presidencia? ¿Acaso pudo pensarlo, una fémina que había logrado todas sus metas, aplastando con firmeza cualquier obstáculo encontrado en su senda triunfal?
Entretanto, la autocracia trujillista trataba de cumplir a regañadientes con el acuerdo aliado. Sin embargo, dormía con un ojo abierto y otro cerrado. Su despotismo, cauta y felina, vigilaba constantemente a esos directivos del PSP, enterándose por esos sinvergüenzas chivatos infiltrados de cuanto planificaban.
Sí, con los años nos percataríamos que la dictadura conocía lo que Freddy Valdez, Mauricio Báez y otros dirigentes de esa organización, les manifestaban a quienes se congregaban en aquel amplio sector próximo a la cercana barriada de ‘El Toconal’, en donde con el tiempo la Sindicatura de Manuel Rodríguez Robles, 1996-2000, construiría una plazoleta con el busto del sobresaliente sindicalista desaparecido en Cuba en 1950, ampliada y hermoseada después en la del Arq. Ramón Antonio Echavarría, ‘Tony’, 2002-2006.
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