PRIMER. CAP. DE "UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ""
Novela-Histórica
NOTA: Como cada vez los libros son más costosos y menos gente los lee (las librerías han quebrado, hasta en España las están cerrando) me veo obligado a utilizar el Internet, mi blog, para por capítulos hacerles llegar a quienes me han solicitado la novela-histórica sobre la mujer más sobresaliente que ha nacido en la Rep. Dominicana, la Licda. en Educación y primera médica del país, con tres especialidades hechas en Francia, la Dra. Andréa Evangelina Rodríguez Perozo (Lilina).
ESTA OBRA SE HALLA REGISTRADA EN LA OFICINA NACIONAL DE DERECHO DE AUTOR (ONDA) COMO MANDA LA LEY 65-00.
RNC : Cédula
Título : ‘Una Flor Para Evangelina Rodríguez’
Por : Bernot Berry Martínez
(Turenne)
Diagramación : El Autor
Portada : Una rosa blanca
SE PERMITE LA REPRODUCCIÓN PARCIAL SIEMPRE QUE SE MENCIONE TEXTO Y AUTOR.
INTRODUCCIÓN DEL AUTOR:
Como los hechos históricos no son patrimonio de nadie, me propuse escribir una pequeña narrativa acerca del sepelio de nuestra primera médica, la Dra. Andrea Evangelina Rodríguez Perozo, “Lilina”, para que formara parte de mi texto ‘Anécdotas Macorisanas’, el cual estaba finalizando. Tenía pensado terminarlo con una foto de su tumba, comenzando con una suya, ambas incluidas en el presente. Ahora bien, ¿por cuál motivo éste se fue extendiendo hasta convertirse en novela-histórica? Es esta una interrogante que con cierta frecuencia me he realizado, concluyendo que no puedo responderla. Parece que la misma es profunda, se pierde en inescrutable laberinto.
Cuanto puedo aseverar es que si hubiese encontrado con prontitud su nicho, esta obra no existiría, quedando como una simple anécdota de cuatro o cinco páginas. Pero así suceden determinadas cosas en la vida. A veces son tan extrañas que es preferible dejarlas de ese modo para una mejor tranquilidad emocional, ya que pertenecen a lo abstracto, a lo muy complejo. ¿Y por qué? Bueno, pienso porque a nada aproximado el neófito lograría llegar. Eso sí, posiblemente le quedaría un vacío tan hondo que le sería altamente deprimente.
Vuelvo a insistir que si hubiera hallado su tumba rápidamente, este texto no estuviera escrito, pues no tenía intenciones de producirlo. Informo que cuanto pasó fue que al no poder localizarla, me fui compenetrando en la admirada vida de Evangelina Rodríguez, a consecuencia del loable libro del Dr. Antonio Zaglul Elmúdeci (“Despreciada en la Vida y Olvidada en la Muerte”), una estupenda biografía que con seguridad influyó en mí a efectuar el presente trabajo, en tanto me dedicaba a buscarla en aquella antigua (1904) pequeña necrópolis situada en Villa Providencia, SPM. Incluso les ofrecí una recompensa a unos obreros que laboran allí, con el propósito de que la procuraran, todo sin resultado positivo. Era como si no estuviera sepultada en ese cementerio. Es más, algunos de ellos me sugirieron la posibilidad de que talvez su nicho fue profanado, cambiado, entrando en él a otro extinto, algo que con relativa frecuencia se está perpetrando en camposantos dominicanos --ahora se roban los carísimos ataúdes, y por este motivo la familia de los difuntos prefieren romperlos a martillazos antes de enterrarlos--. ¡Caramba, esta probabilidad me causó aprensión y tristeza de sólo cavilar en tal viabilidad!
Cierto, pasaron más de seis meses sin hallar su tumba, mientras lo que seguía narrando crecía como harina amasada con excelente levadura. Empero, si bien trataba de ubicarla para tomarle una foto, igualmente deseaba contribuir con el Museo de Historia de Macorís, ya que esa Institución quería ponerle una distinción a tan distinguida educadora-médica, considerada en extremo sobresaliente, tanto en Humanismo como en Patriotismo.
Recorrí los cuatro cuadrantes que componen ese viejo cementerio sin encontrar su nicho. Era algo desesperante y dificultoso buscarlo en aquel ardiente sol mañanero, igualmente causante de enorme frustración. A veces no sabía qué más ejecutar. Por eso, en determinada ocasión me apersoné a nuestro Honorable Ayuntamiento tratando de indagar si ahí conservaban algún destello sobre su enterramiento, esto porque en la oficinita del camposanto no pude hallar nada, tampoco en el Cabildo.
Sin embargo, como soy un individuo que no se rinde fácilmente, proseguí batallando y escribiendo. ¿Y qué aconteció? Bueno, alguien a quien no recuerdo me insinuó interrogar a Roberto Vásquez, un pasado administrador del mismo, sucediendo que un sábado matutino lo hallé en el Parque Duarte. Y miren cómo son las cosas, Roberto se acordaba que esa sepultura estaba próxima a una mata de caña, la cual nació al azar o porque alguien la sembró. Sí, una luz de esperanza penetró en mí. Y de inmediato le invité a que me la mostrara. Pero él no podía en ese instante: se hallaba haciendo tiempo para realizar un asunto personal. Por tanto, acordamos acudir al siguiente día, a las diez. Mas, cuando me presenté a esa hora, él no se encontraba, dejándome dicho con un sujeto que procurara a ‘Mateo’, quien laboraba al frente de esa diminuta necrópolis. Y de inmediato así lo hice, informándome Rafael Truján Martínez, su verdadero nombre, que Vásquez llegó temprano y entre los dos buscaron en el lugar a esa tumba, y porque tenía una cita, le confió a él que me comunicara cuanto averiguaron.
Me indicó “Mateo” que ambos fueron al sitio donde debería hallarse el tan buscado sepulcro. Pero no lo vieron porque la señal con la mata de caña no estaba. Me sentí un poco contrariado. Era como volver a comenzar. Entonces le pedí llevarme a donde ambos estuvieron. Y el buen hombre, quien se gana la vida en ese camposanto desde temprana edad, un experimentando poniendo lozas y haciendo inscripciones en tapas para nichos, etc., me condujo al lugar. Esa zona se encontraba cercana al ingreso del cementerio, en su primer cuadrante. Y hallándome por ahí, me di cuenta que ya antes lo había recorrido No obstante, en ese momento me sentí muy emocionado, esperanzado en divisarla. Y mientras leía los nombres de algunas tumbas, percibí que Truján Martínez me observaba con atención. En eso él me enseñó una abandonada, descuidada, sin apelativo, diciéndome que talvez había sido utilizada por hurtadores con la finalidad de introducir a un fallecido, esto a consecuencia de que ciertos familiares se van del país y no retornan jamás, sucediendo algo muy similar con los violadores: entran al muerto y la desatienden por siempre.
Estaba pensativo. Me envolvía una terrible indecisión. Pero volví a contemplar en aquella soleada mañana los nombres de variados sepulcros. El sol estaba tan picante que me molestaba la visión. El espacio se hallaba lleno de nichos: elevados, medianos, pequeños. Entonces fue cuando el corazón me dio un salto por la emoción. Cierto, a varios metros de mí había uno alto, rodeado de lozas, con varios apelativos. Entre éstos estaba el grandioso nombre de la Dra. Evangelina Rodríguez. Y con bastante entusiasmo, impresionado, me le fui aproximando, señalándolo, comprobando que ahí se encontraban sus restos y los de varios de su familia, unos siete, incluyendo los de su abuela paterna doña Tomasina, sureña, quien la crió con recta moralidad. Sí, encontré su tumba de manera extraña. Cavilé que siempre la busqué como una sencilla, nunca elevada con siete nombres. “Mateo’ se hallaba emocionado. La examinó, expresándome que estaba perfecta, necesitando solamente que limpiaran sus lozas. Salimos del cementerio. Me envolvía una honda satisfacción. Nos despedimos contentos. Tenía que traer a un fotógrafo, quien me cobró 150 pesos por hacerme una, la cual se encuentra en la obra. Para cumplir con el Museo le hice una fotocopia, obsequiándosela.
Ahora bien, pido disculpas por la crudeza con la cual se halla escrito el texto. Reconozco que es fuerte y penoso, con horribles detalles que se ignoraban. Empero, la autenticidad es que a tan prestigiosa médica le pasó suficiente más de cuanto aquí se narra. No ignoro que diversas personas me odiarán con mayor ferocidad. Pero allá ellos. Además, sé que aumentarán mis encubiertos enemigos. Empero, les recuerdo que “la palabra es para decir la verdad, no para encubrirla”, José Martí, poeta, Apóstol de la Libertad de Cuba.
Gracias.
‘UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ’
(Novela-Histórica)
2da Edicion Virtual
-l-
Dra. Evangelina Rodríguez
(¿1879?-1947)
-1-
No son pocos los místicos quienes aseguran que cuando muere una persona muy perversa, perjudicial a humanos y al ecosistema, el planeta se contenta, incluso alegre canta cuando recibe sus restos, sucediendo lo contrario si ésta estaba íntimamente ligada al bienestar de la Humanidad y Naturaleza. Entonces, manifiestan, el mundo se detiene un pequeñísimo instante para lanzar un lamentoso y profundo quejido, percibido solamente por gran parte de nuestro espacio galáctico, mientras el sublime coro de las entrañas terrenales se prepara para entonar una hermosa melodía en su honor.
Si cuanto exponen los Maestros del Misticismo es real, se cumple cabalmente, entonces con bastante seguridad aconteció que la Tierra se detuvo un momentito aquel 11 de enero 1947, a la una de la tarde, emitiendo un fortísimo crujido estremecedor de lejanas estrellas, cuando expiró la gran amadora de nuestros crepúsculos, piadosa en extremo de infantes y adultos, educadora ejemplar, primera médica dominicana, patriota, demócrata, llena de virtudes, con algunas especializadas realizadas en París, Francia, de altísima moralidad, una sublime fémina nacida en Higüey el 10 de noviembre 1879 (¿?), según el Dr. Antonio Zaglul Elmúdeci,‘Toñito’, de nombre Andrea Evangelina Rodríguez Perozo (“Lilina”) en su importante texto “Despreciada en la Vida y Olvidada en la Muerte”.
Es verídico aquel proverbio que reza, “el humano pasa, quedan sus ideas e informaciones”, pues gracias a éste bien recordado galeno --de su obra obtuvimos valiosísimos datos para narrar este libro, consiguiendo otros por cuenta propia--, relata con pasión y hermosa prosa la triste biografía de la Primera Dominicana en conseguir una Licenciatura en Medicina, mujer que logró sus anhelos venciendo enormes obstáculos en aquella hipócrita sociedad de Macorís, extremadamente machista, muy cerrada, orientada por un clero español reaccionario y obtuso.
El admirado ‘Toñito’, médico-siquiatra y buen escritor macorisano, debió indagar con alta honra para legarnos su bien logrado texto, realmente noble y sublime, dándonos a conocer a la todavía desacordada Evangelina Rodríguez, una honrosa maestra que se dispuso a ser médica, profesión solamente ejercida en ese tiempo por hombres.
Empero, aunque admiramos la inmensa labor del Dr. Zaglul por su difícil labor, diferimos en su apreciación de que Evangelina fue menospreciada por ser mulata, algo raro en este país con esa mayoría. Debemos tener en cuenta que el mestizo dominicano es un híbrido de razas, esencialmente de negras y blancos o viceversa, con poquísima influencia de la indígena y asiática. Esta es una República Mulata. Las demás razas constituyen una minoría. Sin embargo, es muy posible que con los años, a medida que los haitianos sigan penetrando en nuestro país, la mayoría mulata decaerá, convirtiéndose en cuanto es Haití actualmente. Incluso, quizás hasta el antiguo refrán de que “el dominicano tiene el negro detrás de la oreja”, sea cambiado, puesto al revés.
Se piensa que cuanto sí fue posible a Evangelina fueron los inconvenientes que debió pasar para ejercer la Medicina, esto por ser mujer, debiendo combatir con tenacidad para practicarla. No obstante, no debió afectarla demasiado por su temperamento beligerante, siempre decidida en alcanzar sus metas. Es que Andrea Evangelina era sumamente rebelde, una verdadera águila impulsiva. Con considerable probabilidad su rebelión principió a endurecerse en aquel Instituto de Señoritas, debiendo soportar enormes burlas de sus compañeras, quienes con frecuencia la desairaban debido a que iba mal vestida, con horrendo peinado, era fea, huraña, vendedora de dulces, etc. Claro, con suficiente seguridad en ese plantel educativo comenzó a ser hondamente herida, no por mulata ya que la mayoría de sus condiscípulas lo eran también, sino por su baja clase social.
Dicen que la insurrección suya creció mucho más todavía por cuanto tuvo que franquear para marchar hacia la capital a estudiar como Maestra Normalista, título que le sirvió para ser profesora del Instituto de Jovencitas, dirigido por Anacaona Moscoso, ejemplar educadora, quien sería su íntima amiga, protectora y consejera de la futura médica. Sin embargo, el desprecio feroz y peligroso hacia Evangelina arrancó a manifestarse a medida que luchaba por el bienestar de los pobres, enseñándoles a leer y escribir. Asimismo por protestar con relativa frecuencia, en variados escritos y discursos, contra la intervención norteamericana del país en 1916, tratando de curar en forma encubierta a combatientes nacionalistas heridos por el invasor y sus mercenarios criollos, luchando por la defensa de los Derechos de la Mujer, protestando contra la sentencia a muerte del jovencito Gregorio Urbano Gilber por su heroica acción en el muelle local aquel 10 de enero 1917 Más luego, con el paso del tiempo, combatiendo la tiranía de Trujillo, por ser amiga y socorrer a los republicanos intelectuales ibéricos, a los cuales el sátrapa, según el Dr. Zaglul, a los más radicales tiró por Pedro Sánchez como forma de espantoso castigo y enloquecieran, complaciendo a su compinche asesino Francisco Franco, terrible “Caudillo de España por la Gracia de Dios” por acuerdo de la Iglesia Católica, institución que apoyó fielmente a tan brutal dictador. Dicha inscripción, con la figura de tan horrendo individuo, las tenían inscritas todas las pesetas españolas, sin importar denominaciones.
Cuanto se ha escrito más arriba acerca de Evangelina Rodríguez fue verdadero. No hay alteración de la verdad, tampoco mentira. Es que debido a sus grandes actuaciones en favor de los desposeídos, igualmente por la democracia nacional y continental, los enemigos del desarrollo y avance de los pueblos le hicieron la vida extremadamente dificultosa. La acusaron de cuanta vileza pudieron originar las inmundas mentes de poderosos enemigos, como eran los pasquines impresos, creados especialmente contra ella, lanzados en parques y escuelas, repartidos por muchachos y beatas en iglesias, dentro de viviendas. Numerosos los entraban por debajo de las puertas, algo corriente en el Macorís de ese entonces. No obstante, el liberal ‘Toñito’ Zaglul informó esa cruenta realidad de forma sutil, talvez para no chocar contra fuertes compromisos. Claro, él era un triunfante médico-siquiatra. Los intereses se imponen. Por eso optó por la forma más fácil: “fue despreciada por mulata”.
Andrea Evangelina no tuvo amigas de su edad. A los seis años fue llevada desde Higüey al Macorís del Mar por su abuela doña Tomasina, junto a sus tías, al fallecer Felipa Perozo, su madre. A esta localidad, quizá la de mayor bonanza durante aquel período, se mudó la buena doña con sus hijas y nieta, igual que otros dominicanos. De semejante modo lo hicieron cuantiosas personas de diversas partes del mundo, quienes cargadas de pesares, abatidas, buscando hallar mejores oportunidades, huyendo de horribles guerras, se asentaron en esta ciudad con olor a guarapo, fundiéndose con los años sus culturas en una sola, considerada única en toda nuestra Nación. Es cierto, Macorís es un pueblo que se caracteriza por ser internacional e híbrido.
Nuestra posterior primera médica vendió gofio y otras golosinas por las concurridas vías de entonces. Y delante del ‘Parque Salvador’, construido por el dinámico don Salvador Ross, donde se encuentra el primer Monumento a los Fundadores de la República, Andrea admiró los hermosos atardeceres que se presentan del otro lado del Río Macorix --Higuamo--, naciendo muy dentro de ella el noble sentimiento que poseen los verdaderos macorisanos (en el 2005 esa plaza fue renovada y embellecida, poniéndosele aquel nombre aprobado en Resolución Municipal, ‘Plazoleta a los Héroes de la Patria’, cuando finalizaba la primera administración del Arq. Antonio Echavarría, ‘Tony’)
La jovencita Evangelina Rodríguez fue muy amiga de la familia Deligne, esencialmente del poeta Rafael, a quien sin tenerle asco, limpiaba y trataba de curar las llagas de la espantosa lepra. Algunos cavilan, siendo muy probable, que ese sufrido vate fue el aconsejador principal para que estudiara enfermería, más luego medicina, al intuirle esa vocación esencial, humanitaria y superior que solamente poseen los brillantes y humanistas galenos.
Aunque Andrea Evangelina era muy pobre, anhelaba educarse, ser útil a sus semejantes. Se piensa que a consecuencia de sus cercanas relaciones con los hermanos Deligne, fue muy probable que éstos la asistieran a ingresar en el avanzado Instituto de Señoritas.
Anacaona Moscoso siempre tuvo por Evangelina una decorosa admiración. ¿Y esto a consecuencia de qué? Se afirma porque era disciplinada y provechosa estudiante, siempre limpia y respetuosa. Quizá por eso se fueron haciendo muy fraternales. La excelente educadora le aconsejaba que cuidara sus pasos en esta ciudad altamente corrompida, pecaminosa. Mas, para tal precaución la joven se benefició de su laboriosa y querida abuela, una señora con profundos sentimientos morales y religiosos adquiridos en el Sur, los cuales inculcó en su nieta desde temprana edad. Por tanto, Andrea siempre conservó una elevada moralidad por donde anduvo, fuera vendiendo dulces, estudiante, trabajando como educadora, ejerciendo la medicina general o con sus especialidades adquiridas en Europa, Francia. Cierto, ella estuvo protegida durante su existencia por una altísima espiritualidad, sin importar denigrante lugar por donde la vida la condujo.
Aunque ya algo se comentó, se asevera que Anacaona Moscoso le sugirió a la futura primera médica que cuando se graduara en el Instituto tratara de conseguir su diploma de Maestra Normalista en Santo Domingo, pues así podría recomendarla con todos sus derechos para ser profesora del plantel que dirigía. Y de esa forma lo hizo Evangelina, venciendo tremendas dificultades. Retornó a Macorís con ese título. A las pocas semanas se convirtió en institutriz del Instituto de Señoritas, no impidiéndolo las bajísimas protestas de oscuros sujetos trajeados como truhanes financistas y politiqueros (sacos y corbatas), tampoco las de barbudos curas, igualmente las injuriosas falsedades escritas en volantes, llevados al más apartado rincón del pueblo, conducidos por inescrupulosos hasta la capital.
No obstante, Andrea poseía grandiosos sueños de estudios para servir. Ansiaba ser médica, algo absurdo para una fémina durante aquel tiempo. Mas, ella no era persona de rendirse fácilmente, ya que por su testarudez llegó a ser cuanto alcanzó. Poseía una voluntad de superación incansable. Por eso, mientras ejercía como maestra del indicado plantel educativo, buscaba la manera de ingresar en la Escuela de Medicina. Claro, estaba auxiliada por Anacaona, igualmente por intelectuales sustentadores de la lucha feminista. Y Andrea, aunando esfuerzos, lentamente fue aplastando esos inconvenientes, consiguiendo que la recomendaran notables personas, pudiéndose inscribir en Medicina. Lo consiguió en octubre de 1903, conforme al Dr. Zaglul.
No pocos creyeron que ella saldría huyendo de la Facultad de Medicina al contemplar horrendas heridas, sangre, cadáveres, etc. Claro, pensaban que por ser una ‘frágil mujer’ no estaría condicionada para soportar tan graves emociones. Fue un craso error. Evangelina resistió cuanto hicieron para que no se convirtiera en nuestra primera médica, también los viles desprecios de profesores y alumnos. Era una lucha titánica que tenía que soportar. Era fea, de familia pobre, arisca, no poseía amigos. Realmente estaba muy sola contra catedráticos y estudiantes egoístas, quienes realizaban lo suficiente con la finalidad de que abandonara la Medicina y escogiera Enfermería, ya que para esto solamente podría servir. Pero Andrea fue pasando todas las materias en los iniciales años. Decayó en sus estudios al enfermarse su apreciada Anacaona Moscoso, preocupándose demasiado por la distinguida profesora, cuidándola, tratando de que la escuela marchara bien, etc. En tanto, los buitres vigilaban constantemente.
Empero, lamentablemente Anacaona falleció el 5 de septiembre de 1907. Evangelina lloró hondamente la extinción de su amiga y protectora, debiendo hacerse cargo de la dirección del Instituto, algo que deseaba la difunta, y para eso ya la había recomendado. Empero, por haberlo aceptado, sus enemigos de nuevo llenaron el pueblo de asquerosos pasquines, afirmando que había logrado esa dirección a consecuencia de que era la ‘querida’ de un destacado profesional local. La infamia no se detenía, era implacable. No obstante, tal vez la única fortuna de Andrea en nuestra terrible sociedad, fue que la Naturaleza no la dotó de gran belleza física, de lo contrario eso la hubiera llevado con mayor facilidad a triunfar, pues el comercio sexual no es extraño en Dominicana y el mundo, en donde hermosas mujeres venden sus cuerpos con relativa frecuencia al mejor postor. De esta forma consiguen matrimoniarse con acaudalados individuos que ni siquiera aman un poquito, obtienen buenos trabajos o ser amantes de adinerados sujetos de bajísimos instintos. Es el cruel juego de la vida.
Andrea Evangelina Rodríguez, como buena parte de los dominicanos, se entristeció bastante con la emboscada que le hicieron por Güivia al progresista Presidente Ramón Cáceres, mientras paseaba sin escolta en su Victoria Presidencial, acompañado solamente por su edecán militar y el auriga, aquella aciaga tarde dominguera del 19 de noviembre de 1911. La muerte del valiente mocano, ajusticiador del temible tirano Ulises Heureaux, ‘Lilís’, (1899, 26 de julio), trajo consecuencias caóticas al país. Por esto, determinados investigadores ratifican que dicho asesinato fue la causa principal para que la Potencia del Norte realizara luego su lamentable Intervención.
Sin embargo, Evangelina, sin darle importancia a las viles tendencias de los intrigantes, llenándose de valor, prosiguió con más sacrificios sus estudios de Medicina, terminándolos con más lentitud. Presentó su tesis con el argumento “Niños con Excitación Cerebral” el 29 de diciembre de 1911, siempre de acuerdo al texto del Dr. Zaglul. Un tiempo pasó sin ejercer como médica, ya que se sentía incapacitada en un pueblo lleno de destacados galenos. Y en tanto continuaba dirigiendo el Instituto, también la Escuela Nocturna para obreros y domésticas, escribió “Granos de polen”, un libro publicado con numerosas dificultades en 1915, procurando fondos para efectuar sus especialidades en Francia. Pero fue estafada en forma vil por un alcohólico y sinvergüenza impresor, algo que aún no es raro en el actual Macorís, lo confirma el autor por propia experiencia. Esa obra salió con muchos problemas de edición y faltas ortográficas, contrariando bastante a la educadora-médica. Se afirma que por esa razón se considera que buena parte de esas copias fueron destruidas por la propia ensayista, pero que unas cuantas pudieron ser salvadas del devorador fuego.
Aunque ese texto tiene un nombre poético, trata sobre Sociología, iniciando con lo siguiente: “Va mi libro dirigido especialmente a las madres jóvenes y a la juventud, alma de nuestra patria”. Esa obra ella lo redactó cuando aún era católica-hostosiana. Nunca quiso ejecutar una segunda edición, aumentada y corregida. Al regresar del país galo, había cambiado muchísimo en su modo de pensar, retractándose de haberlo impreso, considerándolo que fue parte de su vida inmadura, sin solidez intelectual.
Por efecto de que crecían sus ansias por partir hacia París, le aconsejaron marchar al Cibao a trabajar y reunir el dinero con el cual emprender su viaje. Mas, ella tenía un grave problema: no poseía su exequátur debido a que no deseaba que el mismo estuviera rubricado por un yanqui invasor. Sin embargo, siendo bien asesorada aceptó pasar La Pasantía en Guaza, Ramón Santana, en donde puso una farmacia porque allí no había ninguna. La llamó ‘El Tocón’, quebrando en poco tiempo debido a que regalaba muchos medicamentos, igualmente la mayoría que fiaba no se lo pagaban. Cuando tuvo sus papeles en regla (bromaría siempre de que su única mancha en ejercer la Medicina era la firma del gringo), marchó al Macorís del Norte, practicando allá sus profesiones, educadora y médica. Trataba de ahorrar dólares para su viaje, pero le era muy difícil: la mayoría de sus pacientes eran pobrísimos, no poseían dinero ni para comprar medicinas. Y la pobre Andrea, “Lilina” para sus familiares y amigos cercanos, apesadumbrada por tan cruenta realidad, mujer de espíritu avanzado, los atendía con devoción e inmenso amor, ofreciéndoles cuantos fármacos lograba conseguir entre algunos médicos de la región. Igualmente, contemplando que esas personas eran buenas y decentes pero analfabetas, se dispuso por las noches, a la luz de una vela o lámpara de queroseno, a que saborear el manjar del pan de la palabra, instruyendo a unos cuantos en la lectura y escritura.
Señala el siquiatra Zaglul que el período de Evangelina Rodríguez por el Cibao duró unos tres años, del 1918 al 1921. Asegura que con mucha seguridad ella no pudo economizar todo el dinero con el cual marchar a Francia, porque ejerció por esa región como si estuviera en misión humanitaria, apenas quedándose con lo cual sobrevivir.
Andrea retornó al Macorís Caribeño en 1921. Sus sueños de partir hacia París se hallaban más enraizados. Aseveran que se encontraba alterada por marcharse. Sin embargo, ella no economizó los dólares para emprender tan tremenda aventura. Por eso sus amigos le asistieron con mucha afectuosidad, efectuando recolectas, comedias teatrales, etc. Y con un maletín en su diestra, sola, brillando sus ojos de ilusiones y esperanzas, esa valiente mujer le dijo adiós a quienes la despidieron en el muelle de cabotaje de nuestro pueblo. Marchó a Francia a cultivar esas especialidades que tanto anhelaba cual modo de asistir a los demás, a cualquier persona, sin distinción de posición social. Varios años duraría Evangelina en la nación europea, logrando finalizar los estudios en Pediatría y Gineco-Obstetricia. Aunque ella le cogió un enorme amor a París, asimismo a la cultura francesa, no quiso quedarse allá. Según se afirma, desechó excelentes oportunidades de prestigiosas instituciones que indagaron su inteligencia superior, ansiando aprovecharla talvez en la medicina científica. Mas, ¿qué tanto habrá perdido la humanidad por su decidida voluntad de retornar de nuevo a su país? Es una interrogante que no se puede responder con exactitud. Cae en la especulación. No obstante, la República ganó muchísimo al regresar cargada de conocimientos. Llegó en el barco ‘Catherine’, de la Bull Insular Line. Se encontraba muy feliz de ver a Macorís nuevamente, igualmente al amado río. Con los ojos radiantes de felicidad anunció encontrarse ansiosa de comenzar a laborar.
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