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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'LA MISION DE JAIMITO' (Novela)

    

                 Capítulo No.6

 

Por: Bernot Berry Martínez  (bloguero)

 

    Jaimito no se había alejado demasiado de la lujosa residencia. Se quedó a una distancia prudente cuando Robertico llamó al guardián. Desde ahí estuvo vigilando para ver si le venían detrás. Empero, notando que los minutos fueron pasando sin que nadie se apareciera, la calle solitaria, decidió aproximarse de nuevo a la vivienda, atisbando con preocupación por el murito sin ver al gordito ni al uniformado, todo tranquilo. Entonces subió más la cabeza. Temió ser visto y atrapado. Había retornado para contemplar el redoblante, sólo por eso lo efectuó, inmediatamente se marcharía para su hogar. Casi susurrando Jaimito se decía: "Ehh, tengo que tené mucho cuidáo si. Hum, ese guachiman e’ jodón, lo conoco bien, e’ abusador, vive por casa, siempre le da golpe a su mujer y a lo hijo. Por ná le pega. Pela y pela casi tó lo día. Hum, ¿qué le pasará, ah? Pero ahí tá el tambor. ¡Dió mío, qué lindo e´! ¡Caramba, si yo pudiera tené un redoblante así mañana mimo cumpliría la misión! ¡Diantre, cuánto tremendo juguete tiene ete muchacho y yo sin ninguno ¡Qué trite, ni un tamborcito poseo yo! Hum, ¿por qué será que toitico no podemo tené juguete lindo, eh? Bueno, yo no entiendo bien eso no, pero creo que se debe al dinero. Sin cuarto no hay ná, no hay ná. Cójelo, me gutaría, me gutaría entrá al patio ese, agarrá el redoblante y ponerme a tocarlo hata cansarme, eh, hata cansarme"...

     Fue en ese momento que se apareció Robertico y viendo a Jaimito le afirmó: "Vaya, vaya, volvite otra vé. ¡Pero qué necio tú ere, ah! Ya verá, voy a llamá al guáchiman, voy a llamarlo". Pero Jaimito: "Por favor, no lo llame, no lo llame, por favor". Y Robertico: "Je, je, je, ¿le tiene miedo, verdá?". Y Jaimito: "Sí, e’ un hombre jodón,  encabronáo. Yo  sólo  quería  ve  al  redoblante  tuyo, solamente eso, e’ tan bonito y chuloso". Mas, Robertico, dudando, le preguntó: "¿Dijite verlo solamente, eh?". Y Jaimito: "Sí, mirarlo, e’ chulísimo. Epero que mi papi me consiga uno parecío, igual al  tuyo". Y Robertico:  "¿Igual?  Je je je, no tigre, éte no lo venden aquí no. Mi papi me lo trajo de Miami, de Miami, Etado Unido, je je je”...

     --Oye, en una ferretería yo ví tambore igualito al tuyo.

     --¿Igualito?  Je je je éso son de cartón y no sirven mucho no. Se rompen pronto. No son como el mío que mientra má se usa mejor suena. Eh, te lo enseñaré pa’ que tú vea lo suave que e’. --Robertico cargó su redoblante, mostrándoselo a Jaimito, diciéndole que pasara su mano para que le notara la suavidad, haciéndolo él así, admirándose enormemente, manifestando--: "¡Dió mío, qué suave e’, qué suave e’!". Y el gordito, sonriendo con satisfacción, insinuó que lo tremendo es lo lindo que suena. Y fue en eso cuando le preguntó si todavía deseaba  tocarlo un poquito.

     -- ¿Yo tocarlo? ¿Tú me lo pretaría? --el jovencito de La Aurora se alegró muchísimo.  

     -- Bueno, te lo puedo pretá por un ratico, pero tiene que darme una cosa, una pendejá que tú guarda.

     --¿Qué cosa, Robertico, qué cosa pa’dártela enseguiíta? 

     --La moneda de cincuenta chele, tigre, si me la da te preto mi tambor un momentico.

     --¡Ah sí, la moneda, la moneda! --buscó en un bolsillo-- Aquí tá, aquí tá. Tómala, tómala…--Robertico la agarró muy sonreído, asegurando que debía de examinarla bien debido a la existencia de muchos estafadores en las calles engañando a gente seria, y que eso lo afirmaba su padre, una persona conocedora de cuanto hallábase relacionado con el dinero, comerciante querido por todo el pueblo y a quien le daban pergaminos y trofeos a cada rato ("la casa tá llena de tale vaina", decía con  frecuencia). El obeso muchacho comparó la moneda  que  le  entregó  Jaimito  con  otra  suya,  mirando ambas por los lados, dejándolas caer sobre el concreto para comparar sus sonidos, y convencido que era legítima, con el rostro adusto le pasó  el tambor a un ansioso y alegre Jaimito, quien no salía de su admiración, anhelando ya estar tocándolo.

     --Toma, cuélgatelo. Eto son lo palito.

     --Sí, sí,  colgármelo.  Eh, lo  palito  si.  Entonce, oh, oh, a  tocá, tocá, tocá. ¡Oh, mi Dió, gracia, gracia!

     El hijo de Manuela y Pedro, emocionado, se colocó el redoblante y comenzó a tocarlo sin darle fuerte. Robertico le contemplaba con seriedad, pero como dejó de ejecutarlo para decir ¡"miércole, qué chulo suena, qué chulo suena !", le afirmó que siguiera ejecutándolo, que no se detuviera porque lo hacía bien y que él nunca lo había tocado, no sabía hacerlo. 

     --¿Que no?  Pero  si  sonarlo  e’  fácil,  Robertico,  e’ fácil. Ecucha, ecucha eto, ecúchalo, tá dedicáo a ti, ecúchalo con atención.  

    Jaimito tocó el redoblante con más intensidad, sorprendiéndose Robertico, pidiéndole no detenerse cuando lo miraba para preguntarle, "¿qué te parece, ah?", volviendo el mozalbete de La Aurora a continuar tocándolo, ganando confianza, marchando al compás del redoble, contentísimo, casi riendo de felicidad, tal vez ansioso ya por realizar su misión frente al río pues podría ser que la gente le observaría y admiraría lo bien que ejecutaba el solo de tambor, aplaudiéndolo, voceándole frases elogiosas, sus padres entre el grupo, orgullosos de él, del hijo raro, quizás hasta envidiado por los infantes de su misma edad, ésos que regularmente lo relajan y desprecian por su comportamiento ya que él no quiere divertirse  con sus estúpidos juegos, tampoco hablar disparates, agarrándose las nalgas, discutiendo, peleando por cualquier  cosa,  hurtando  cerezas  en la vivienda de la jamona Teresa.

     Claro, Jaimito se encontraba alegre entonando un ritmo de marcha con el redoblante de Robertico, quien silente lo miraba con sus brazos cruzados sobre el pecho, diciéndose que el tiguerito lo  tocaba de manera excelente cuando él jamás podía sacar a su instrumento algún sonido regular, armonioso, sino todo lo contrario. Y tuvo celos de Jaimito. Pero no le manifestó nada. Eso no lo hizo. Calladito se quedó, calladito, cavilando en algo para desquitarse, vengarse. Y dejó que su mente tramara algún plan, una idea tremenda que pudiera humillarlo, castigar a ese tipito que con seguridad se estaría burlando de él, su propietario porque no sabía ejecutarlor. Y sonrió con malevolencia. Y mientras el otro tocaba el  redoblar  marcial sin siquiera ya observarlo de cuando en vez porque se hallaba cautivado, realmente embelesado con la ejecución, Robertico fue retrocediendo con disimulo, lentamente, hasta llegar a la puerta, abriéndola, llamando al guardián quien de inmediato se presentó sonando la correa de la escopeta, cuestionando: "¿Qué sucede, Robertico, díme, díme?". Y el mimado jovencito, indicando a Jaimito tocando, le respondió: "El tiguerito vino otra vé, mírelo, y tiene mi redoblante, véalo". El guardián, asombrándose, dijo: "¿Cómo? Pero eto es el colmo, el colmo". Y Robertico, lamentándose: "Sí, y no quiere devolverme mi tambor, el redoblante que me compró mi papi y quien me aconsejó no pretárselo a nadie, a nadie", expresando el guardián: "Jum, déjamelo a mí, vamo a vé si a mí no me lo devuelve el carajito ete, vamo a vé".

     Entusiasmado proseguía el primogénito de Manuela tocando sin percatarse de la presencia del uniformado, ejecutando el instrumento y marchando alegremente en tanto el hombre de la escopeta, con el rostro avinagrado, se aproximaba al murito. 

     --¡Hey uté, uté, tigre’el diablo! --le voceó, haciendo resonar varias veces la correa de su  arma.

     Jaimito detuvo el tamborileo. Se espantó notando al guardián con la escopeta portada, la cara muy seria, sus ojos con una brillantez acerada fijos en él. Por un instante no supo qué hacer. Solamente tartamudeaba:   

    --Eh, eh, yo...yo… --Robertico sonreía de forma satisfactoria. 

     --Venga  pa’cá, carajo, y páseme ese tambor rápido si no quiere que le parta el culito --el hombre recordó por un brevísimo instante de cuando fue policía, terror de las calles capitaleñas, torturando a detenidos, gozando con sus gritos, quitándoles a las personas dinero para dejarlas ir, chantajeando a las mujeres sexualmente, abusando en  extremo con la autoridad que le proporcionaba por ley el uniforme gris, deshonrando con su actuación al Cuerpo Policial. 

     Observó  Jaimito  al  sonreído  gordito,  también  al guardián y los tranquilos lados sin personas. Con voz temblorosa expresó: "Eh, eh, Robertico me lo pretó, por cincuenta chele me  pretó su tambor, pregúntele, pregúntele". Y el hombre de la escopeta miró al adolescente de la vivienda, interrogándole: "Robertico, ¿e’ verdá lo que dice el tiguerito ete, dique tú se lo pretate, ah?" Pero el otro contestó que no, que era un mentiroso y deseaba robarse el redoblante que su papá le había obsequiado. Y Jaimito: "Le juro que me lo pretó por una moneda de cincuenta chele, señor. Yo nunca miento".

     -- ¡E’ un ladrón, guáchiman,  un ladrón! --chilló el gordito.

     -- No e’ verdá, señor, no e’ verdá --su voz sonó más calmada, así lo percibió el experimentado guardián--. Pero Robertico: "¡Ladrón, ladrón!". Y Jaimito: "Yo no miento, señor, por cincuenta chele me lo pretó, créame, créame". Y Robertico: "Guáchiman, cójalo y déle una pela, una pela que se mee". Y el otro: "No señor, él me lo pretó. Mire, eh, si me lo iba cogé no lo tuviera tocando como uté me vió".

     El ex-policía estaba vacilante. No atinaba qué efectuar. Contemplaba con incredulidad a los muchachos. Conocía de vista al jovencito de La Aurora. Sabía que era un raroso, que no se juntaba con nadie de su sector y que con ninguno jugaba, ni  siquiera con sus hijos, y que por eso lo relajaban, escuchando decir con cierta regularidad de que era un mariquita-parejero. Empero, temeroso de que fueran a llamarle la atención,  dijo a  Jaimito, señalándolo con su izquierda: "Ehh, mire uté, páseme el tambor, pásemelo y no habrá lío" --esta vez lo señaló con la escopeta.

     -- E’ que yo no pensaba llevármelo, señor...

     --¡Claro, claro, eh, pásemelo, pásemelo, depué puede irse, no  voy hacerle ná.

     Pero Robertico, oyéndole, sentenció: "¡Ladrón, e’ un ladrón! Deje que llegue mi papi, se lo voy a contá. Le diré que uté soltó a ese maldito ladrón. Uté verá, uté verá". 

     Se asustó el guardián. No le gustaba que lo reprimieran en su labor. Era un hombre con sesenta años cumplidos y sabía que ya no le daban trabajo fácilmente pues las compañías de vigilantes prefieren a los jóvenes que corren con rapidez, vigilan atentamente,  no  se  duermen  con  facilidad,   no  se  encuentran cansados por la vida, las malas noches pasadas, el frío agarrado, los huesos doliendo, la vista corta, los problemas económicos y  familiares, en su caso otro hazmerreir de la barriada a consecuencia de que su mujer le era infiel con un joven de veinte años cuando ella tenía  más de cuarenta, poniéndole eso rabioso, pegándoles a sus hijos porque no lo respetaban, eran mozalbetes que no se llevaban de sus consejos, como tampoco su concubina, fémina nacida allí mismo, en esa barriada poseedora de extrañas leyendas y en donde él y su gente vivía desde varios años. Sí, a veces les daba golpes a sus vástagos porque se burlaban de él, así se lo aseguraban algunos de sus pocos compinches, palizas que de nada valían ya que ponían a la gente a reir, los muchachos tratando de que no les pegara e igualmente la madre por  impedirlo, trayendo esto que él le cayera a puñetazos a su concubina y los jovencitos trataran de evitarlo, por lo cual a veces el desorden era tan tremendo que policías venían a calmarlo, solamente a eso, a tranquilizarlo, ya que no se lo llevaban preso, le conocían, era un veterano, y se iban, quedándose él encolerizado, rompiendo variadas cosas, y total para nada, volvían a lo mismo, a reírse de un hombre que fue terrible cuando estuvo con los ’Cascos Blancos’, hasta que vino la Insurrección de Abril y casi fue muerto, saliendo de las filas policiales, viniendo a Macorís debido a que el partido en el gobierno le consiguió trabajo en el Ingenio Porvenir de vigilante, un insignificante calié acechando en esa empresa a los trabajadores, oyendo cuanto decían, recomendando que sacaran a fulanito porque era ’un rojo’, peligroso, saboteador, y varios cayeron presos, manteniéndose así durante los famosos doce años de Balaguer, hasta que en 1978, con el paso de una organización opositora al poder fue cancelado, pero se quedó en este pueblo, nadie le hizo nada aunque todos conocían cuanto había hecho, pues "los macorisanos son extraños, perdonan a sus verdugos, andan con ellos, parrandean juntos, los ayudan con sus problemas”, como regularmente expresaba un dirigente político de izquierda asesinado.                                                                                                                                                                                                                     

     --¡Pase el tambor, carajo, pásemelo! --voceó el guardián, portando con firmeza la escopeta, extendiendo la diestra para agarrar a Jaimito, quien se asustó tanto que colocando el redoblante y los palitos en el suelo se alejó trotando deprisa, ansiando escapar del lugar, escuchando a Robertico que no lo dejara escapar ("no deje que se vaya, guáchiman, no lo deje"), y el vigilante preocupado, vacilante, tratando con cierta dificultad de apuntarle con la escopeta, gritándole que se detuviera antes que le disparara, y como no podía tener buena puntería, el uniformado cruzó una pierna por encima del murito y luego la otra, mientras oía a Robertico chillando: "¡Dipare, mate al maldito ladrón ese, mátelo, mátelo!"... 

 

 

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