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Bernot Berry Martinez (Turenne)

"LA MISION DE JAIMITO" (Novela)

 

                Capítulo No.3

 

Por:Bernot Berry Martínez   (bloguero) 

 

     Los concubinos Pedro y Manuela continuaban conversando en el patio de aquella vivienda de madera. Próximo a ellos, debajo de un frondoso limonero sin frutos, había una torcida mesita que tenía encima una batea de zinc conteniendo algunas prendas mojadas y un lío de ropa sucia a su lado. Cerca del mismo árbol se notaba un montoncito de basura, yerbas altas y dos infantes desnudos jugando en la tierra. Esos niños eran vigilados de cuando en vez por su madre, quien dejaba cuanto hacía en la cocina para echarles una ojeada, pero mirando también de soslayo a sus vecinos, oyéndolos discutir, tratando de no perderse nada para más tarde ir a contarle a su comadre Inés. Sí, ella escuchaba debatir a Pedro y Manuela y sonreía, sintiendo un extraño placer cuando ambos no se ponían de acuerdo, anhelando deleitarse al máximo si peleaban a los puños, cosa no rara en la barriada de La Aurora. Por tanto, ponía atención a la controversia, maldiciendo a los motoristas y  automovilistas que a su paso por la calle le quitaban oir con claridad ciertas palabras. Y sin embargo, por hallarse más atenta en esa polémica descuidaba a sus pequeños vástagos, no viéndolos comer tierra y hierba y que más tarde les ocasionarían diarrea y vómitos, enojándose con ambos, pegándoles chancletazos, injuriando a su marido al éste pedirle una explicación lógica por no encontrar servida su comida luego de laborar donde César Iglesias & Co, teniendo que irse el pobre obrero a sentarse en el  Parque Salvador, comiendo allí  pan vacío y algunas almendras tumbadas por el viento.

     Entretanto, Pedro y Manuela se decían:

     --Pue’ si, hombre, yo sigo creyendo que lo sonero no deberían de botá su dinero en tontería. Tá bien que se diviertan, se beban vario traguito, pasen un momento alegre pa’ botá el golpe, pero eso de botarlo to’, hum, eso lo veo mal, pero muy mal.    

     --Vuelvo  a  repetirte  que  yo  sé  por  dónde  tú  va, mujer, lo sopecho --dijo Pedro, respondiéndole ella--:Tú siempre tá sopechando,  ¿qué te pasa, eh?"  El concubino  le contestó: "Ná, que yo no soy pendejo no, no soy pendejo". Y la concubina: "Yo sé bien que  no lo ere. Lo que quiero e’ que comprenda que el dinero se debe empleá en algo útil, en cosa buena pa’ la familia". Y él, riéndose: "Je je je, ¿cómo en un tambor, eh?". Manuela se abstuvo de responderle seguidamente. Ella respiró hondo, miró el cosmos, acto seguido, contemplando los ojos pardos de su marido (el hombre sonreía con los brazos cruzados sobre su pecho) manifestó: "¿Sabe lo que pasa contigo, Pedro? Eh, ¿sabe lo que pasa contigo?".

     --¡No, mujer inteligente, dímelo, dímelo! --abrió los brazos,  la sonrisa iba desapareciendo.  

     --Mira, lo  que  sucede e’ que tú ere  un tipo egoíta, solamente piensa en ti, Pedro, en ti --lo señaló. 

     --No me diga, cerebro ’e moquito.  Oye, je-je-je, ¿eso lo aprendite en la ecuelita esa, eh, en la del curita barrigón y chimoso, ah?  

     --¡Ahí enseñan de tó, de tó! --señaló la lavandera con cierto orgullo, molestando a su concubino el cual le indicó--:"Ehh, ecucha bien, mujer, ecucha bien:  ¿Qué sabe un viejo curita de la vida, eh? Ná, no sabe naíta, como tampoco esa maetra privona, jamona, con narí paraíta. ¡Jum, que vayan a la sona y sentirán candela quemando nalga! Entonce sí que podrán conocé del mundo y sabrán enseñá, aconsejá, criticá”...

     Un fuerte pitazo de camión impidió brevemente que la vecina oyera, pegada a la entreabierta puerta del patio, cuanto Manuela le respondió a su concubino. Por eso alzó sus brazos hacia la calle y maldijo susurrado al desconocido conductor. Mas volvió a ponerse la diestra sobre su boca cuando escuchó al hombre decir que en esa zona del diablo él se quemaba el trasero para ganarse un dinerito mientras que Manuela hablaba en favor de curas sinvergüenzas, asimismo de solteronas que nunca han probado a un machazo como él. También oyó a Manuela pedirle que respetara y no hablara de esa manera, además que ella conocía que la zona era dura, terrible, y que debido a eso no debía él botar cuanto ganaba con tantos sacrificios en cosas malas, sino ayudando a su gente, no botándolo en ron y en cerveza, oyendo al trabajador expresar: "Há, há, há, mujer, ¿y por dónde tú entiende, ah?" (en ese instante la vecina se introdujo tres dedos entre la boca, impidiendo que saliera gran parte de su risa) “Te repito que yo soy un machaso, el ron e’ mi medicina, eso lo dice el merengaso del caballo, lo dice el merengaso del caballo".

     --¡Eso e’ un grandísimo diparate!

     --Diparate no, Manuela, así tá hecho el mundaso: el hombre a lo suyo y la mujer en la casa cocinando y criando macaco.

     -- ¡Caramba, qué atrasáo tá tú!

     -- ¿Atrasáo? ¿Eso e’ lo que te enseñan en la ecuelita esa, eh? E’ má, oye, yo quiero que tú salga de la vaina esa, d’esa ecuelita jediondona, maetra privona en nalga pará y apretá. Hum, mira, ante tú era má comprensiva,  sedita, una  verdadera seda.

     --Claro, yo era una bobona. Pero no voy a dejá la ecuela no, no voy a dejarla pa’ seguir aguantándote pendejada. --Y él: “Mujer, mujer, no juegue con fuego pue’ te puede quemá, te puede quemá... 

     Mientras tanto, Jaimito había llegado al Parque Salvador tocando su imaginario tambor. Dio tres vueltas al Monumento a los Padres de la República, dirigiéndose enseguida hacia una torcida palmera que tenía un nido de golondrinas. El mozalbete dejó  la  pantomimia  y  subió  a  un asiento, mirando desde ahí al nido. Sonrió. Y entonces, cerrando los ojos fue ampliando su sonrisa al percibir claramente aquellos hermosos cánticos de esas avecillas, cantos que le agradaban en demasía y que lo conducían por agradables senderos crepusculares en donde perdíase quién sabe  por  cuál espacio-tiempo. 

     En ese mismo momento Pedro preguntaba  a su concubina: "¿Y cómo un tipo como yo, embragáo, pelo en pecho, se metió con una vaina como tú, eh?".

     --Eso mimito pensaba yo, pue’ tú ere un borrachón, egoíta y mujeriego--. Y él: “Carajo, tengo que irme, tengo que irme pa’ no darte una tunda de golpe, sí, pa’no darte una tunda de golpe, coño!—Y ella: “¡Véte, véte, meno perro,  meno pulga!

     --Claro, me iré a darme un jumo loco, un jumo loco--.Y la fémina: “Ajúmate, eso sí sabe hacerlo bien. Sin embargo, ¿a que no piensa en tu hijo, en el tamborcito pa’ su cumpleaño, ah? --el hombre ya se iba pero se detuvo para decir--:"Mira, a mí nadie me compró nunca ná, nadie. Cualquier vaina que quería me lo compraba yo mimo limpiando sapato en el Parque Duarte. E’ má, cómpraselo tú. Eh, ¿tú no ere dique la inteligente, la etudiante del curita pansón, ah? ¡Cómpraselo, cómpraselo!". Y Manuela le contestó: "Tá bien, tú no ere el único que mete dinero en la casa. Yo meto má que tú. Lo único que tú trae aquí e’ mucha baba, baba por funda, por funda, ¿entendite?". Y él, visiblemente enojado:"¡Cállate, jedionda a fá! Me largo a bucá jembra de verdá, jembra que tenga rabo gordo, gordaso!" ( la vecina se cayó al suelo de la risa: tenía los cinco dedos de su diestra entre la boca, sujetándolos con la  izquierda, apenas saliéndole un tenue aullido) Pedro se marchaba perol se detuvo porque su mujer le llamó: “¡Párate ahí, borrachón, párate carajo! Oyeme bien, ojalá te peguen el SIDA, maldito, te peguen el SIDA, asaroso". No obstante el concubino no respondió, al contrario sonrió casi en forma grotesca, alejándose con rapidez hacia la calle, dejando a Manuela sollozando, abominándolo, las lágrimas serpenteando por su rostro. Fue en ese instante cuando la vecina se le acercó y sosteniéndola por los hombros le dijo: “¡Cálmate, Manuela,cálmate!”

     --E’ que... ese pendejo..., degraciáo..., eh, no quiere comprarle un tamborcito, un tamborcito a mi Jaimito por su cumpleaño.

     --Lo sé, vecina, lo sé. Sin quererlo ecuché parte de la dicusión de utede si. Pero tranquilísate, por Dió, tranquilísate, tú debe calmarte, Manuelita. 

     --E’ que Pedro e’ un tipo malo, vecina, borrachón y mujeriego. --lo dijo contemplándola, los ojos llorosos, pero la otra fémina le respondió que así son los hombres, que todos son iguales y que el de ella era peor pues tiene mujerzuelas por todo el pueblo, admirándose Manuela ("¿no me diga?; pero no lo parece no" dijo), manifestándole la otra: "Así como tú  lo oye, vecina, él tiene tipeja por varia parte. Eh, yo no sé cómo la complacerá no porque a mí no me atiende pa’ ná, pa’ ná me atiende. Siempre dique cansáo por el trabajo y pa’ ná me atiende. ¡Y celoso que e’, vecinita, celoso como el mimo demonio! Vea, siempre me tá vigilando como si yo tuviera otro hombre. Él  sale de la casa y enseguida tá aquí. Díque porque se le olvidó algo, la cartera o la llave, eh, cualquier pendejá; o se queda en el colmáo bebiéndose un mabí. Jí jí jí, el otro día lo atrapé allí mimo, en el colmáo de Ramón, y no sabía dónde meterse pa’ que yo no lo viera, jí jí jí”,...Y Manuela: “!Ay vecina, uté lo coje con calma, no se pone loca!” 

     --Claro que no, vecina, no voy a volverme loca no. Eso e’ lo que él quiere. Pero éta que tá aquí no se vuelve loca por nadie, qué va, eso tá pa’trá, pa’trá. Por  eso le digo que se calme, porque Dió aprieta pero no ahorca, si señor, Dió aprieta pero no ahorca.

     Y prosiguieron platicando, serenándose Manuela, terminando ella por reír con las ocurrencias de su colindante, la cual le contó cosas que ignoraba por completo, principalmente del concubino de aquélla y a quien la lavandera tenía por persona seria, trabajador, y que cuanto ganaba se lo entregaba a su mujer, quedándose con unos pesos para ciertos gastos. Pero no. Parece que se había equivocado con ese hombre de cachucha azul. Era un tipo terrible, lo decía la madre de sus dos hijos, un mentiroso, uno de ésos "que no hacen ruido y mayores son sus penas". Y supo además que su  vecina le era infiel con un joven de Miramar ("con él me siento de maravilla, Manuela, te puedo bucá uno, eso e’ la moda...), viéndose con ese amante por la mencionada barriada porque en La Aurora no se podía, la gente hablaba mucho y alguien podía informárselo al marido, cosa que ella no deseaba ni un poquito, ya que aparte de todo ese asalariado mantenía a sus infantes.    

 

                                       

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