'EN AQUEL CENTENARIO LAS PALOMAS NO VOLARON'
De nuestro libro ’Anécdotas macorisanas’
Por: Bernot Berry M. (bloguero)
En cierto atardecer en que me hallaba delante del Río Macoríx (Higuamo), contemplando un bello crepúsculo, mis manos sobre el Muro de Contención, próximo a las casuchas levantadas por su orilla y los lanchones varados ex profeso robándole su otrora belleza natural (eso me apenaba en demasía), aconteció que cuando mantenía mi vista por su centro, se formó una equis (X) gigantesca. La misma poseía un tenue tono fosforado, asombrándome de tan súbita aparición.
Mientras absorto contemplaba la enorme letra me acordé de aquella tarde, 10 de Septiembre 1982, en la cual los poderosos del pueblo celebraban en grande el Centenario, los 100 años de haber sido elevado Macorís a Distrito Marítimo con categoría provincial. Y por tal motivo me puse a memorizar en la muchedumbre que había por el entonces Parque Salvador durante esa ocasión. Sí, me encontraba con un amigo al final del murito, por la bajadita que llevaba al sector aún llamado “La Barca”, y veíamos a un bote que se deslizaba con cierta elegancia por el río, conduciendo a la reina de tales festejos y su comitiva
Esa embarcación, ridículamente arreglada para darle un parecido a una góndola, la vi entre la bruma de la imaginación: llevaba en proa a los edecanes guardias marinos, mientras en popa iba la hermosa majestad con su séquito.
A todo el lugar le habían dado un aspecto del pasado, algo semejante a como debió estar en 1932, durante las grandiosas fiestas del Cincuentenario. Mi compañero hizo un chiste que me puso a reír en el momento en que la “góndola” llegaba a un embarcadero construido deprisa, frente al gran muro, por donde estaba una de las dos bajadas hacia el litoral del Macorix, cuyas aguas percibí tristes en aquel momento de festejo.
Desde la distancia observamos el lento desfile dirigido al sitio en el cual sería coronada la soberana, situado en la avenida Domínguez Charro, en el Parque Salvador, entre un almendro y un pino.
La multitud se empujaba. Todos deseaban ver a la joven con aires monárquicos, quien nerviosamente trataba de que no se le cayera la elegante corona de su cabeza.
Los monárquicos españoles, también árabes y ciertos ‘cocolos’, se frotaban las manos, sonreían, y quizás ansiaban en sus arrugados corazones que eso continuara, que no existiera República, sino un servilismo espantoso, cruel y despótico hacia la gente dizque de“sangre azul”. Y mientras el amigo y yo nos reíamos de los trasnochados versos llenos de alabanzas pronunciados por un hombre vestido con traje de color crema, la oscuridad iba sutilmente arropando todo el contorno, embrujándolo con una misteriosa fascinación. Fue entonces cuando los organizadores de tan gran acto comenzaron a soltar las 100 palomas que tenían encerradas desde muy temprano, significando cada ave un año del conmemorado Centenario. Empero, ellos olvidaron que las palomas son diurnas. Y para su sorpresa, esencialmente de los acaudalados del patio la reina y su comitiva, esos pájaros no se elevaron en la esperada bandada, sino que lo hicieron sobre la multitud, cayendo la mayoría encima de las personas, quienes alborozadas las sujetaron y muchos las guardaron entre sus vestimentas. Otras palomas se refugiaron en el campanario de la iglesia, así como en el Monumento a los Padres de la Patria. Algunas pocas buscaron protección en los arbustos cercanos, subiéndose algunos a buscarlas.
Cierto fue, el plan de los señores del pueblo de contemplar a las palomas volando hacia el rojizo moribundo atardecer no se realizó, quedó destruido, totalmente fracasado. Se fueron cabizbajos.
Alguien relacionado con lo místico, me informaría después que tal acontecimiento anunciaba un mal augurio para la ciudad macorisana.
Luego conocería que varias familias de Macorís cenaron palomas guisadas durante esa noche del Centenario. Sin embargo, lo que sí me asombró fue la enorme equis que nuevamente noté en el centro de la ría, sin enseñársela a mi acompañante. Y claro, desde aquel instante comprendí que dicha letra es la X del Macoríx, la cual sustituyeron los hispanófilos por la S y que orgullosamente de cuando en vez su Espíritu la enseña a sus conocidos adoradores, como otra vez volvió a mostrármela, quizás advirtiéndome que todavía sigue vivo, sin importar la inmensa contaminación que lanzan entre su cauce.
¡Caramba, tengo la impresión de que me mandó un aviso para que hagamos algo por él, por el Macoríx, de donde le vino el nombre a este pueblo, río que debemos cuidar, amar, evitar en lo posible que se nos muera, porque intrínsecamente nos hallamos unidos, formando esa unión justiciera para felicidad de los macorisanos!
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