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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'LA MISION DE JAIMITO' (Novela)

                        

                       Capítulo No.10

 

Por: Bernot Berry Martínez  (bloguero) 

 

     Al Parque Salvador llegó Jaimito gimoteando. Se sentó en un asiento cercano a un frondoso almendro. Por el lugar circulaban pocos vehículos. Encontrábase solitaria la plaza. Sólo un anciano estaba dormitando encima de uno de los bancos de concretos.

     El adolescente hallábase pensativo. A su lado cayó una almendra rojiza. Agarró la madura fruta y en tanto la saboreaba cavilaba: "Hum, la gente me cré loco. Mi padre, la’buela, lo primo, tó dicen que me encuentro loco. Pero yo no lo toy no, no toy naíta loco. E’ que nací así. Eh, me guta mirá el río, la flore, un ave volando, el atardecer alejándose, la noche cayendo por aquí, envolviéndolo con su manto ocuro,... Sí, eh, no me agradó lo que hiso la’buela no. Ella, ella me prometió no contárselo a mami pa’ que yo le contara lo mío, mi secreto, y cuando lo supo, eh, vino enseguiíta donde mami a decírselo. Cierto, quisá se rieron de mí, el aloquetiáo, raroso, el que no juega con muchacho del barrio (’¿pero será maricón, mujer?’, recordó lo que varias veces había escuchado de su padre conversando con la madre acerca de su persona) Unjú, se lo contó toitico. Eh, dique miel de abeja, pan y leche. Hum, ¿y en quién confiá entonce, ah? Porque si ello, que son mi familiare se ríen de mí, me relajan, ¿qué no harán lo demá, eh? ... Vaya, dique papi me comprará un tambor. ¡Qué cuentaso! Primero se lo creí si, pero depué me dí cuenta qu’eso era un  feo relajo, un relajote pa’ engatusarme en el día de mi cumpleaño... Hum, toy seguro que papi se pondrá a tomá cervesa pue’ siempre lo hace depué de bebé mucho ron, casi siempre lo hace. Eh, pa’eso siempre consigue dinero, cuarto, siempre. Pero pa’ mí, su hijo, pobre, pa’ mí nunca tiene un peso, nunca, ni siquiera un cariñito, una palabra bonita, naíta hermano. ¡Juá!, ¿víte cómo me besó, ah? Eh, hacía mucho tiempo que no me besaba no. Hata con eso me relajó si, hata con eso... ¡Cógelo, sí, cualquiera, cualquiera, eh, eh, se tira al río ya que no puedo cumplí con la misión esa! Desaparecé  si, salí d’ete agujero del barrio, de gente peleona, bruta, mala, y que no miran la bellesa del río, ni de la flore, ni eso atardecere tan bello... Claro, eh, yo, yo debo lansarme al río y bucá, eh,  al..., bucá al Epíritu y eplicarle que no pude conseguí el tambor y que por eso no puedo cumplí la misión que me dio, no puedo cumplirla"...                                                                           

    En ese instante la madre de Jaimito decíase: "¡Caramba, qué cosa eta, Virgencita, qué cosa! Eh, to’ iba bien, perfeto, y de pronto, y de pronto como que to’ se viene abajo. ¿Por qué será eso, ah? Jum, tiene que sé cosa del diablo si, cosa del diablo metiendo siempre su mano asarosa pa’ que no seamo felice. Ahora, ahora falta que Pedro se ponga a tomá como loco y acabe por dañarlo toíto, sólo eso falta. ¡Oh, Dió mío, ayúdeno, ayúdeno! No deje que el diablo gane, gane uté, Señor, gane uté, derrótelo, derrótelo"... 

     Mientras, el marido de Manuela había tenido cierta suerte: halló un prestamista el cual le facilitó cincuenta pesos para que bebiera ron o cerveza, de la marca que prefiriera, pero que ingiriera alcohol pues para eso es que se lo había prestado ("eh, te lo preto pa’ bebé, Pedro, solamente pa’eso", le dijo con su ronca voz, señalándolo) Y el padre de Jaimito le contestó que sí, que era para tomar varias cervezas que lo necesitaba urgentemente, y simuló sonreír con gran pena, como la vida le había enseñado desde pequeño. El usurero buscó en su cartera sucia, torcida por el tiempo, mirando desconfiado como hurón hacia los lados, entregándole al obrero un billete de cincuenta pesos, manifestándole: "Eh, ya sabe, me lo paga el vierne sin falta, con su interé, no te olvide, no te olvide ni un momentico". Y Pedro le respondió que sí ("no le fallo, míter, no le fallaré el vierne, se lo juro por lo reto de mi madre, se lo juro, míter"),  y con sus índices en cruz los besó, y nuevamente le sonrió al individuo (le llamaban ’veinte por ciento’), despidiéndose con un fuerte apretón de manos. Seguidamente el concubino de Manuela atravesó el Parque Duarte, deteniéndose bajo la sombra del famoso árbol ’guaraguao’, bicentenario, el cual vio crecer la ciudad de Macorís, histórico, con numerosas leyendas, en donde se sentaba el poeta Gastón F. Designe (1861–1913) a leer y realizar meditación contemplativa, surgiéndole ahí, según afirmaba el historiador-periodista Miguel Alfonzo Mendoza (1933-2000), la idea de escribir su gran poema ’Arriba el Pabellón’ debido a que la fortaleza militar se encontraba al frente, en donde actualmente se halla el club ’Dos de Julio’; árbol aún hermoso, imponente, ’misterioso’ para algunos, amoroso a otros, y que éstos últimos cariñosamente le llaman el “más viejo de los macorisanos”’. Sí, Pedro se dirigió a una compraventa cercana y empeñó su cadena y el guillo de oro, y entonces, con una cantidad de dinero quemándole su bolsillo izquierdo, sonrió al bello firmamento azul, sin nubes, con bellos ’pájaros-tijeretas’ planeando elegantemente, explorando de manera arrogante el medio. "Diantre, el día tá buenazo pa’ una fría si, eh, pa’ una bárbara cervesuana cenisa. Eh, cierto, depué bucaré al macaco pa’ comprá el tambor ese", se dijo, entrando minutos más tarde a un colmado, pidiendo allí la bebida espumosa, ingiriéndola deprisa, percibiendo que el frío de ella le causaba un agradable bienestar, y porque sintió hambre compró pan y sardina, comiendo y bebiendo, pidiendo otra botella ya que su muchacho podía esperar, todavía era temprano... 

     Por otro lado,  Jaimito continuaba en el mismo sitio, disfrutando de los frutos maduros que el viento hacía caer. En ese momento murmuraba: "Sabrosa que tán eta almendra, ya me he comío como sei, si, como sei... Hum, apueto lo que no tengo que papi tá bebiendo. Eh, mami asegura que él no puede tené dinero encima porque pronto lo gata. Parece que le guta tar arrancáo, peláo como bacaláo. ¿Por qué será eso, ah? Mi papá no parece mal tipo no. Entonce, entonce algo tiene en la cabesa que lo pone a tomá mucho si. Hum,  pero ¿qué será, eh, qué será?".

     A consecuencia de que el tiempo había ido pasando sin que su marido apareciera, Manuela se desesperaba, preguntándose el lugar donde aquél se encontraba y la razón por la cual no llegaba. "Caramba, Jaimito pensará que también yo lo engañé. Ya me dijo que  sopechaba  que  ambo lo tábamo engañando con el asunto del tambor. ¡Ay Dió mío, ay Dió mío, la tritesa me ahoga, me ahoga!”   

     En ese mismo instante, Pedro ordenaba: "Hey amigo, déme otra cervesa hí, pero que té bien fría, bien fría", en tanto su vástago reflexionaba de que había escuchado que las personas bebedoras de mucho alcohol es porque tienen problemas íntimos, interrogándose si su progenitor lo poseía y cuál sería. Por eso se afirmó que si lo tenía era a consecuencia tal vez de que había sufrido bastante en su vida, principalmente cuando fue niño. "¡Diantre, entonce tengo rasón, quisá hora mimito tá tomando, gatando dinero! ¡Ja, lo que le dije a mami, no hay tambor ná, to’ fue un cuento pa’ engañarme, salí del paso, el hijo bobo, atontáo, solitario, quien no juega con nadie, dique el mirador del río! Igualmente Manuela, entristecida, se cuestionaba acerca de cuánto le diría a Jaimito para que no se le volviera un amargado semejante a su padre si éste, algo que no dudaba, no le obsequiaba el redoblante como se lo prometió. Por eso le rezó a la Virgen de la Altagracia, pidiéndole por favor que intercediera ante el Santísimo para que el muchacho no se le volviera un frustrado si su papá no le conseguía el tambor, pues muchos son los hombres que se volvieron resentidos sociales debido a que sus padres los engañaron cuando fueron infantes, prometiéndoles cosas que nunca podrían alcanzar por el poder que tiene el dinero en una sociedad inhumana como es la nuestra.  

     Pedro preguntaba al dueño del colmado: "Oiga pulpero, ¿uté nunca ha vito al diablo, eh?", y cuantos se encontraban en el negocio lo miraron con cierto asombro, contestando riendo el comerciante: "Jo jo jo, ¡oye a éte, oye a éte".

     --No se ría, amigo, no se ría. Eh, anoche..., anoche yo lo ví, sí, en el Parquercito de la tré palma lo ví, puedo jurarlo.

     --¿No me diga? --el negociante sonrió ampliamente.

     El zonero  volvió a decir: "Sí, amigo, brillaba como un cocuyo grandaso,   jediondo   a   mangle".   Algunos   clientes   sonrieron. ¿Anjá?",   señaló   el   tendero,   sus manos en la cintura, observándole atentamente como también los presentes. El concubino de Manuela bebió un sorbo de cerveza y de nuevo manifestó: "Así como le dije, amigo, ¿y sabe una vaina, eh?  Mire, me ordenó que..., eh, que le comprara un tambor a un hijo raroso que tengo".

     Una señora salió del colmado persignándose dos veces mientras el comerciante, riendo bajito le preguntó a Pedro: "¿Y se lo comprará, eh?", --esa interrogación trajo risa general en los presentes--. El obrero se puso serio. Los miró. Ingirió de la bebida y contestó: "Hum, quién sabe, amigo, quién sabe", y se quedó con la cabeza inclinada, su mirada perdida, la mente nublándosele, formando aquella figura fosforada que volvíale a señalar “¡llévale el tambor, el tambor, el tambor!"  Y por eso sacudió su testa, como tratando de alejar tan horrible imagen, echando una fuerte maldición, expresión que hizo sonreír a las personas. En ese instante un perro ladraba desde la calle al padre de Jaimito y un jovenzuelo lo espantó dándole un golpe sobre el espinazo con un palo de escoba, yéndose el sato corriendo y chillando. 

     --¡Eso  e’  pa’  que  afinque!  --indicó  Pedro con relación a lo sucedido con el can, y levantó su vaso a manera de felicitación al joven que golpeó al animal, bebiendo toda la cerveza que contenía, y gesticulando pidió más pan y sardina, dando con la botella varios golpes con el casco encima del mostrador.

     El negociante le llevó cuanto exigió, preguntándole si deseaba otra ’cervesuana’, enseñando unos dientazos amarillentos por el cigarrillo. No obstante Pedro le contestó que no, "todavía tiene la botella un poco, mire", dijo, y la levantó. Empero el tendero, sin darle importancia, deseando vender, le expresó que ésa ya estaba caliente y que podría traerle una casi helada, ’ceniza’. "¿Qué le parece, ah?”, logrando que Pedro se admirara, tragara saliva y le expresara: "Tráigamela, tráigamela", quedándose con la vista fija en la botella que rápidamente fue traída por el hombre del colmado, quien se la puso cerquita, destapándola,  saliendo de la misma un humito, sintiendo el zonero  la  frialdad  cuando  la  sujetó  por  su  verdosa etiqueta. Entonces, deseándolo con ansias, bebió un largo sorbo a pico de botella, y mientras lentamente volvía a ponerla sobre el mostrador susurró "ahhhh", manteniendo sus ojos casi cerrados, volando entre una placentera sensación, no escuchando cuanto el negociante le manifestó, mirándolo complacido ("nada como una cervesa bien fría, ¿eh?"), yéndose de inmediato para atender a un pestilente hombre cargado de cachivaches al cual apodaban ’Yancló’, tal vez simulador combatiente en imaginaria guerra, un pobre demente a quien el tendero le extendió un cigarrillo encendido para que se fuera, cosa que hizo enseguida, quedando en el ambiente su desagradable hedor, intolerable olor que con lentitud se fue para tranquilidad de la gente, esencialmente del propietario del colmado, un banilejo del pueblo de Sombrero, quien había sido militar de la Marina de Guerra años atrás, farero por largo tiempo en ’Alto Velo’, aquel islote no lejos de Pedernales y en donde él pudo economizar muchísimos cheques que en la vida civil utilizaría para efectuar su gran sueño infantil: ser un triunfante comerciante.        

 

Le recordamos a los posibles lectores que esta obra se encuentra registrada en la Oficina de Derecho de Autor, ONDA, como manda la Ley 65-00.

 

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