Blogia
Bernot Berry Martinez (Turenne)

'EN ESE DOBLAR DE CAMPANAS' (RELATO)

  Por Bernot Berry Martínez  (bloguero)      

 

Ese hombre, nombrado Luis, le dijo a su amigo Juan, ambos pensionados y quienes con cierta frecuencia conversaban en la entonces Plazoleta Salvador por las noches, que le contaría un asunto acontecido cuando aún las campanas doblaban por los difuntos y los sacerdotes caminaban por las calles vestidos con sus hábitos marrones, besándoles las manos los creyentes, advirtiéndole que sucedió en el campanario de la iglesia una tarde grimosa cuando el pueblo casi adormecía durante un calor sofocante y la suave brisa parecía estar detenida en algún lugar por Aquél que todo lo puede, ve, escucha y conoce..

--¿Y sabes una cosa, eh? --le manifestó, intrigando más al silencioso Juan --tú serás el primero que lo conocerás. A nadie nunca le he dicho nada. Lo cargo encima igual a secreto maldito, una mancha que ni el largo tiempo transcurrido ha podido borrar, eliminarlo de mi existencia. Cierto, ¿cuántas veces he anhelado relatarlo a los cuatro vientos para que todos lo conozcan, y no obstante lo mantengo encerrado en mi corazón, aunque siempre lo percibo inculcarme para que lo deje salir del encierro? Se asegura que existen hombres baúles, guardadores de enormes confidencias sin que jamás nadie llegue a conocerlas, ni siquiera los intrigantes e inquisidores curas. Pero me cansé de serlo, y voy a contártelo aunque faltaré a ese convenio prometido a ese amigo de que  nunca nadie lo conocería. Empero, como ya han pasado muchos años de lo sucedido, y él falleció hace cierto tiempo, debo informárselo a alguien para liberarme de este peso que llevo encima, y pienso que eres el  indicado para  hacértelo conocer.

Luis dejó de hablar. Su amigo le contemplaba con cierto interés, intuyendo que preparaba su mente para hacérselo saber y sentir tan grandioso alivio de dejar libre, al  espacio  cósmico,  lo guardado durante tanto tiempo en su interior.

--Sí, sí, fue algo tremendo –murmuró Luis, su vista perdida en lontananza, así lo percibió Juan-- pero desde hace meses quería informarte ese asunto que sucedió allá arriba, en el campanario --calló un momentico para señalar la torre, continuando diciendo--: Escucha, una conocido individuo de aquí, muy popular en la comunidad, casado con buena mujer, un relacionado de esa iglesia, le preguntó a ese enllave mío, alguien que nos queríamos como hermanos, si él nunca había subido al campanario, y cuando mi amigo le respondió que no, que jamás lo había hecho y le gustaría hacerlo, el tipo, sin ocultar su alegría le aseguró que si estaba dispuesto podía conducirlo allá arriba, sin que lo vieran pues  estaba prohibido, pero que para eso deberían de esperar un instante propicio, de día, especialmente en algún sepelio de persona importante.

 Luis dejó de conversar para encender un hediondo cigarrillo, levantándose del asiento para que el humo no le diera a su viejo amigo, un sujeto que no le agradaba el olor del tabaco y quien con regularidad le aconsejaba dejar ese degradante vicio. Pero al verlo callado, observándolo, tal vez interesado en cuanto le narraba, agradándole contar cosas, pensando que las hacía bien y quizá por eso las personas lo apreciaban, lo contrario a su amigo, el cual era poco comunicativo, un verdadero solitario.                                                       

--Pues sí, eh, como te estaba diciendo, debido a que mi amigo... --oye, no voy a informarte su nombre y mucho menos el del otro, que está bien vivo y coleando, ¿okey?--, (Juan sonrió y asintió con la cabeza, continuando Luis): Eh, como te decía, a consecuencia de que a mi pana siempre le había agradado subir al campanario para desde ahí echarle un vistazo al pueblo, acordó con el tipo aguardar tal instante para ambos subir hasta  allá, muy cerca de las campanas, cumpliendo de ese modo el deseo que ansiaba desde niño. Y fueron pasando los días, esperando mi enllave que el individuo le dijera que había llegado el momento oportuno para ellos aprovecharlo y escaparse hacia lo alto, ‘donde las nubes casi se topan con las manos’ como el tipo aseguraba. Entonces, en calurosa mañana se apareció gozoso por la casa de mi pana, y llevándolo aparte para que la familia no escuchara, le informó que a las cuatro de la tarde de ese día llevarían a don fulanote de tal, fallecido personaje de la alta sociedad a una misa de cuerpo presente, pudiendo aprovecharla para colarse hacia la torre si aún continuaba dispuesto. Y planearon verse en este parque antes de las cuatro. Y cuando se aproximaba el concurrido entierro, las campanas doblando, escuchándose en casi todo el pueblo, el individuo llegó y le comunicó a mi amigo que entrarían con la multitud, que no se asustara ni preocupara pues todo saldría bien, perfecto, y que pronto vería desde lo alto el bello panorama en el cual se nota a Macorís desaparecer entre los numerosos árboles y matorrales que desde lo alto se ven --Luis dejó de hablar para fumar, exhalando una gran bocanada, expulsándola por boca y nariz, siguiendo contando--: Eh, pues bien, al silenciar las campanas entraron a la parroquia junto a muchos asistentes. El órgano comenzó a interpretar una música fúnebre en tanto el coro comenzó a entonar un himno fúnebre. Fueron retrocediendo, agachándose detrás de los últimos bancos, subiendo uno detrás del otro hasta donde estaba el grupo cantando, pasando cautos sin verlos los que coreaban con solemnidad observando atentos hacia el altar. Sí, continuaron subiendo aquel lugar de tenue oscuridad, haciéndolo el tipo deprisa, igual a felino, pero mi amigo lo hacía despacio, contemplando con cuidado en donde pisaba, temiendo constantemente que fueran  descubiertos.

De nuevo volvió Luis a callarse. Obsequió a Juan una menta (con regularidad llevaba de esos dulces en un bolsillo), y mientras ambos les quitaban las envolturas, el narrador, fumando y botando humo, prosiguió relatando: “Oye, como te conté, el tipo ascendía con prontitud, desapareciendo a veces de la vista de mi amigo y debía éste que llamarlo varias veces, apareciendo entonces el sujeto sentado sobre un peldaño, mirándolo fijamente, quizá burlándose porque no subía tan aprisa como él, y cuando mi enllave se le iba acercando aquél se ponía de pie, colocaba sus manos encima de los hombros de mi pana y le susurraba oye, a que no me agarras, ¿ah? Y de nuevo volvía a su veloz ascenso, a perderse en lo alto, debiendo de llamarlo otra vez, aguardándolo el tipo en otro escalón, contemplándolo con atención, percibiendo mi básica que los ojos del sujeto poseían un brillo que le hicieron recordar a su gato cabezón cuando se hallaba entre la oscuridad”.

Se calló un instante para fumar y tal vez memorizar mejor cuanto le contó su camarada hace años, siguiendo narrando: “Cierto, eh, de esa forma fueron ascendiendo, parándose solamente en un descanso por el cual se veía hacia la calle, ojeando al solitario carro fúnebre repleto de flores, admirándolas una niña descalza, así me informó él, un ser muy sentimental, pero como te dije no puedo informar su nombre por respeto a su memoria (“no importa, sigue-sigue”, le señaló Juan) Y Luis: “Hum, veo que estás muy interesado, notándote emocionado. Es por eso que te participo que cuando  llegaron  a la torre un agradable viento les acarició sus rostros y cabellos. Alegremente rieron. Se felicitaron. Casi bailaron por haber realizado esa conquista que en aquel momento era envidiable por mucha gente, incluso por mí que nunca he subido a ese campanario”. (“Y mucho menos yo”, confesó Juan)

El  relator  estuvo un par de minutos sin hablar, dejando que pasara una camioneta cargada de bocinas tronando que votaran por x candidato. Ambos sonrieron con esa propaganda. Ninguno de ellos creía en políticos, afirmando que son mentirosos y ladrones, y no perdían el tiempo en votar por ninguno para no tener después remordimientos por haber contribuido llevando al poder a unos sinvergüenzas.

--Mira Juan, volviendo a lo anterior, mi pana tuvo un deleite tremendo al contemplar el paisaje del río, los cocoteros, el verdor de los manglares de aquel tiempo, esencialmente por los muchísimos y variados árboles que casi arropaban al pueblo. Me contó que allá arriba conversaron poco, atisbando maravillado cuanto podían  apreciar sus avizores ojos. Entonces, deleitándose con el hermosísimo espectáculo, oyó al sujeto manifestarle que la misa había terminado y que ya iban saliendo con el fallecido. Se quedaron observando hacia abajo, viendo pequeñitas a las personas. Miraron los abrazos a dolientes, asimismo cuando cargaban el ataúd y lo entraban al lujoso transporte mortuorio, también las numerosas coronas que colocaron encima de las flores. Sí, contemplaron ponerse en movimiento el funeral con rumbo al cementerio, precedido por tres curas con hábitos blancos echando humo de incienso a los lados, seguido por un pelotón de monaguillos portando plateadas cruces en alto. En ese mismo instante comenzaron a doblar las campanas, sorprendiéndose bastante mi amigo por tan intenso lúgubre sonido, afectándole de inmediato, poniéndose a dar vueltas avistando el vaivén de las mismas. Empero, unas suaves manos agarraron las suyas, haciéndolo detener. Mi amigo miró al individuo que le observaba dulcemente, sonriendo tontamente. Las campanas seguían repicando, influyendo de tal forma en mi pana que se quedó inmovilizado, notando que ese tipo pegaba su cabeza junto a su fornido pecho, continuando sonriéndole de manera estúpida y con la vista en la distancia. Me confirmó no saber qué hacer, pues los fuertes campanazos le quitaban lucidez, siendo algo terrible, sintiéndose cual piedra humana. Fue en eso que se dio cuenta que el tipo le agarró su miembro viril, apretándoselo lentamente, acariciándolo, notando que de los labios del tipejo salía una babita que se deslizaba por la barbilla, manteniendo esa peculiar mirada que poseen los religiosos en trance. Me indicó que se hallaba a su merced, comprendiendo que había sido llevado a una vil trampa bien preparada. Sin embargo, me dijo que repentinamente las campanas enmudecieron, alejándose su triste sonar, quedándose en la torre unas molestosas y zumbantes vibraciones que fueron partiendo lentamente, yéndosele a mi amigo el perverso influjo del sonido de las cercanas campanas, volviendo a ser dueño de sus actos. Por consiguiente, cuando el personaje se encontraba extasiado extrayéndole su pene, lo apartó con un fuerte empujón, haciéndolo tambalear, pero como el elemento no entendió debido a que estaba ensimismado en su morbosidad y de nuevo retornaba hacia él con ansias, sus brazos abiertos, la boca llena de baba, no tuvo más remedio que derrumbarlo a puñetazos, dejándolo tirado en el suelo lloriqueando. En ese momento aprovechó mi pana para irse rápido del campanario, oyéndolo quejarse de manera sollozante porque con seguridad se lamentaba de haber perdido una buena oportunidad minuciosamente bien elaborada, en la cual talvez cayeron varios jóvenes entre sus tentadoras manos. Y en la torre se quedó ese carajo, quizá llorando de rabia, golpeando el piso a consecuencia de que mi enllave se le escapó en un último instante, cuando ya lo tenía prácticamente dominado. Cierto, de aquel tiempo, que como te informé sucedió años atrás, ambos no volvieron a dirigirse la palabra, principalmente por mi amigo, quien era un hombre sincero, honesto, luchador por las causas justas, humanista, muy odiado por ladrones de cuello blanco y sus peligrosos adulones.

Cierto Juan, siempre he pensado luego de su repentinamente muerte, que por su correcta formación,  cuanto  hizo  clandestinamente por los suyos, debería encontrarse brillando con las estrellas.                  


0 comentarios