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Bernot Berry Martinez (Turenne)

5to. CAP. DE "UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ"

 

                         -V-

 

NOTA: Nadie tiene derecho a dominar a los demás con una tiranía despiadada. Lo mejor del ser humano es su Libertad que le da el Derecho de Expresión. Hacer lo contrario es retornar al Oscurantismo.  

 

Por Bernot Berry Martínez  (bloguero)

 

    Era tiempo de la conspiración discreta, efectuándose cada vez con mayor riesgo. Abundaban en Macorís los calieses o chivatos, llegados de toda la República, y estaban por todos lados, en constante vigilancia. Los macorisanos se encontraban temerosos. La afligida Evangelina no se hallaba en disposición de ver a los poquísimos enfermos que aún acudían a su clínica procurando ser atendidos, asimismo que les ofreciera medicamentos. La doctora ya casi no los examinaba. Muy apenada los contemplaba por una rendija, y meneando su cabeza, triste, se marchaba por el patio. Es que no conseguía medicinas para ofrecerles, mucho menos leche para los niños. Entonces, no podía socorrerles cual era su deber, lo había jurado, estaba comprometida. Y ya se encontraba cansada de prometerles falsas esperanzas. En varias oportunidades se los formuló, pero regresaban ilusionados durante preciosa asoleada mañana. Es que regularmente eran campesinos, quienes se levantaban bien temprano a contemplar al bello astro naciente oriental. Pero la Dra. Rodríguez, asistida por bondadosas vecinas, pasando entre empalizadas, se escapaba, saliendo algunas viviendas más lejos de la ‘Casa Amarilla’, por la calle Altagracia. Y cubriéndose la parte superior de su cuerpo con un oscuro paño, algo disfrazada para confundir a dos confidentes que delante del consultorio se entretenían jugando dados, andando deprisa junto a las moradas se alejaba del sector. Al final doblaba hacia la derecha, por donde cruzaban las líneas férreas del Ingenio Porvenir. Se afirma que marchaba a una reunión encubierta, o a caminar, a disfrutar del día. A veces regresaba pronto, porque la primera no pudo darse, o horas después de su caminata, entrando de igual modo a como había salido. Confirman que eso lo ejecutaba como medida de precaución, de seguridad. Si retornaba con rapidez los atendía, esencialmente a los infantes con calenturas y diarrea, igualmente a varias mujeres, recomendándoles hervir bien el agua de río que ingerían, asimismo darles de beber a sus vástagos unas pócimas de ciertas hojas medicinales para toda la familia. Más nada podía hacer. Ya no tenía ni siquiera un calmante. Los poderosos de Macorís, encabezados por los ‘curas católicos‘, les habían cerrados todas las puertas, incluyendo cualquier rendijita que le pudiera quedar. 

Los labriegos se despedían contentos, dándoles las gracias, los sombreros en sus manos. Partían sonrientes. Es que los había atendido la conocida señorita doctora, prometiéndoles ir pronto a conocer cómo les estaba yendo. Además, Evangelina salía a la calle para que los dos soplones la contemplaran. Y éstos, viéndola, abandonaban presurosos los dados, levantándose deprisa, sujetándose los revólveres, mirando con rabia a las humildes personas que iban pasando próximo a ellos. Y los soñolientos y hambrientos chivatos, molestos porque los notaban gozosos llevando arropados a sus niños, les lanzaban ofensivas frases.    

Después de un par de días, ocasión en la cual la Dra. Rodríguez logró volver a salir sin ser advertida, no se dirigió a ninguna reunión, mucho menos a disfrutar del placentero instante mañanero. No, cuanto ella anhelaba era marcharse lejos, caminar bastante, ausentarse de Macorís, pueblo aterrorizado, lleno de miedo, con sus calles vacías, tristes, llenas de pavor. Es más, cavilaba que podría llegar hasta Pedro Sánchez. Sí, es que en aquel pobladito ella había estado otras veces, como ya se contó. Allá podría encontrarse con su medio hermano por parte de su padre, llamado Ricardo, un ayudante de mecánico que trabajaba de cuando en vez en los ingenios, siempre anhelando con un pedazo de tierra para cultivarla.                          

El distinguido siquiatra  y  escritor, Dr. Antonio Zaglul, expresa en su biografía que nuestra primera médica fue cayendo progresivamente en una terrible enfermedad conocida como esquizofrenia. Dice hallarse seguro de que ese padecimiento Andrea lo adquirió en un largo proceso sociogénico, a causa de abundantes maltratos emocionales que había recibido de sus enemigos. Manifiesta que aquella honorable mujer, victoriosa en numerosos frentes de lucha, sucumbió a la inmensa soledad a la cual fue conducida por una sociedad con alta hipocresía, estúpida, atrasada, machista, extremadamente egoísta. Por tanto, como se ha informado, Zaglul consideró que Dominicana todavía no estaba preparada para tener entre su seno a una médica con sus elevadas condiciones, honrosa fémina perteneciente a las alturas, proveída con enaltecida inteligencia y ternura. 

Es probable que lo afirmado por el galeno Zaglul acerca de la perturbación mental de Evangelina Rodríguez sea muy verdadero. Él fue un experimentado siquiatra, un inquisidor de la mente. Y es que nuestra Primera Médica, tanto en Macorís como en otras comunidades, fue bastante rechazada, odiada y vejada, incluso desde años anteriores. ¿Y por qué? Simplemente porque se dedicó a servir a gente pobre, necesitada, como ya se manifestó. Y es obligado a ese motivo que personas pensantes todavía continúan indagándose: ¿En caso de que Andrea se hubiese dedicado solamente a ejercer la Medicina, manteniéndose conservadora en política, yendo con regularidad a la parroquia, comulgando con mordaces ‘sacerdotes’ aunque por dentro se riera como muchas damas hacen, recibiendo con sumisión la ostia, hubiera terminado cual le aconteció? Pero esa es una interrogante que se derrumba en la conjetura. La misma no se puede contestar con lógica. Quizá sí, tal vez no. Es algo muy difícil de saber lo que la vida reservará a una persona, ya que el porvenir es profundamente nebuloso, pertenece a lo abstracto... 

Mientras tanto, es casi seguro que ese anchísimo y agraciado camino tomado por Evangelina, favoreciendo con sus conocimientos a tantos indigentes, sacando tiempo de su poco merecido reposo para alfabetizar a iletrados, luchando tenazmente por los Derechos de la Mujer, combatiendo a la intervención norteamericana y esa demencial tiranía que nos dejaron, su amistad con los Ibéricos Republicanos, su simpatía con el Socialismo, etc., crearon que las cerradas autoridades gubernamentales les fueran obstruyendo la preciosa y brillante ruta por la cual alegremente transitaba. Cierto, se la fueron constriñendo con lentitud sádica, hasta que súbitamente, en espantosa noche sin Luna ni estrellas, de manera completa se la sellaron totalmente. Y con muchísima certeza eso le ocasionó una honda herida sensitiva, quedando con sus manos vacías, sin nada qué ofrecerles a los suplicantes dolientes que acudían donde ella buscando su piedad. Todo esto la fue conduciendo a un terrible y negruzco callejón, con semejanza a laberinto en donde posiblemente fue perdiendo la razón. No hay nada que cause más dolor a un ser emotivo que la impotencia. Y a nuestra admirada Evangelina la llevaron a esa eventualidad por atroces personeros del Macorís de entonces, una retardada y torpe sociedad que se hallaba dirigida desde las sombras por los sombríos jesuitas.      

No obstante, existe otra versión que debemos señalar. Es evidente la creencia de que la Dra. Rodríguez poseía una gran anormalidad. Eso no se puede discutir. Y es que, por su vasta inteligencia, considerada superdotada, su increíble amor por los niños y la gente humilde, su enorme talento y sensibilidad, la vocación suya de servicio al prójimo, esa enérgica perseverancia enfrentando cualquier problema, su valentía desafiando a los yanquis y al tirano Trujillo, la fraguan merecedora de ser considerada totalmente anormal en relación con las demás personas corrientes, conservadoras por intuición. Y eso es explicativo, tiene tremendo entendimiento. Empero, a consecuencia de tal posible interpretación, determinadas personas siempre creyeron que en sus últimos dos años de vida, Andrea E. Rodríguez Perozo se hizo la gran loca como forma de eludir la tenaz persecución, conservar su útil existencia, aguardando de tal modo poder superar a la pavorosa tormenta que azotaba el país. Y aluden, dándole mayor sustentación a esa suposición, que ella estaba al tanto de la gran expedición que se equipaba y adiestraba en ‘Cayo Confites’, Cuba, con la finalidad de derrumbar a la horrible dictadura de Trujillo. Sin embargo, si dicha hipótesis era lo correcto y la Dra. Rodríguez se hacía la demente aguardando tal invasión, con mucha seguridad debió ignorar, igual a otros revolucionarios en el país, que aquel islote cubano se encontraba vigilado constantemente por los norteamericanos. Y de esta manera la gente de “Dios salve América”, con películas filmadas desde aeroplanos sobrevolándolo, se la proyectaban al tirano en el Palacio Nacional. Todo esto lo tenían formalizado para que su déspota predilecto en América, lleno de ira, babeando rabioso, dando manotazos sobre enorme mesa de caoba, los complaciera una vez más, firmando la disposición de comprar armamentos sobrantes de la Segunda Guerra Mundial: aviones, barcos, tanques, camiones,... 

Durante años se conjeturó que no obstante hallarse la satrapía al tanto de que Evangelina era una inmensa conspiradora, jamás la detuvieron y mucho menos golpeada. ¿Y por qué? Eso es algo que se desconoce, no se ha podido indagar. El Dr. Zaglul, en su referida biografía sobre ella, escribe que investigó un rumor de que Trujillo padeció un principio de tuberculosis en Ramón Santana, cuando se encontraba persiguiendo a los Guerrilleros del Este, siendo curado por la Dra. Rodríguez en ese entonces pasando allí la pasantía. Y debido a tal rumoreo, el siquiatra llegó a preguntárselo al  Dr. Georg, quien había sido muy amigo del tirano desde que estuvo en El Soco, y que el galeno alemán le respondió: “Presumo que Trujillo hizo un proceso de tuberculosis leve, pero no le puedo asegurar si esa mujer (Evangelina) lo atendió.    

    Empero, se sabe que ambos, Trujillo y Andrea, se conocían bastante  bien. La médica lo despreciaba por su peligrosa anomalía: era sanguinario, aterrador criminal, abusivo en extremo. Cuando él averiguaba por terribles torturas que humildes agricultores poseían familiares en la Guerrilla, si se hallaba ebrio por las distintas bebidas hurtadas de algunas bodegas, ordenaba golpearlos hasta fallecer. Con relativa frecuencia violaba sexualmente, él y sus hombres, a mujeres e hijas de cualquier sospechoso de auxiliar a los Combatientes Nacionalistas. Destruía los sembradíos. Quemaba sus casuchas. A veces asesinaba a todos, incluso a niñitos, dejando los cadáveres sin sepultar para que las carroñeras auras los devoraran. Aseguran que lo efectuaba como correctivo, de esta forma los demás le cogerían un espantoso temor. Y Trujillo se convirtió en el terror de las campiñas orientales. Esos crímenes se los pegaban a la Guerrilla Nacionalista, y así lo informaban ciertos medios periodísticos de Macorís y de la capital, con titulares que informaban: “Gavilleros cometen matanza”. El futuro dictador se apropiaba de pequeños terrenos que luego vendía a los ingenios azucareros, también a insaciables terratenientes. Los primeros sembraban más cañas, en cambio los segundos alargaban, frotándose sus manos, las cercas de púas. Esos robos eran arreglados por licenciados con intenso olor a brandy o coñac, sin un poco de ética ni pudor, alterando deprisa los genuinos documentos si existían o haciendo otros en caso contrario, porque “el papel aguanta cualquier cosa que le pongan”. 

Siempre se ha dicho que Trujillo era un descascarado cuatrero, asesino y ladrón.. Numerosos de los animales que usurpaba, se los comía con sus salvajes guardias en escandalosas borracheras,  vendiendo los mejores a ciertos potentados, regalando los remanentes entre perversos individuos que le apoyaban por toda la comarca, informándoles sobre los guerrilleros, y que aún sus descendentes --tan despreciables como sus progenitores--, aún simpatizan con el tirano. Es que sus abuelos y otros descendientes, obtuvieron propiedades hurtadas por tan enorme sinvergüenza.   

La doctora estaba percatada de los considerables abusos del temible hombre. Algunas de las personas violentadas, mientras amorosamente Evangelina las curabas (varias muy afectadas emocionalmente), le contaban cuanto ese repugnante y despreciable oficial de la Guardia Nacional cometía. Y por esas variadas narraciones, ella, mujer con elevada sensibilidad, gruesas lágrimas serpenteaban por su rostro. Cierto, la médica conocía perfectamente a tan temible sujeto, entregado de forma sumisa al poder extranjero. Y lo tenía calificado como un verdadero traidor a Dominicana, un tipo predispuesto a cualquier cosa por conseguir la felicitación de sus foráneos amos, parabienes que obtenía con relativa frecuencia, así lo demostraban las condecoraciones que orgullosamente exhibía en su pecho, afirmándose por debajo que diversas de ellas las había comprado a ebrios oficiales yanquis. Claro, Andrea poseía fiel conocimiento de que por su tremendo fetichismo a las medallas, a Trujillo le apodaban “Chapita”.

 

Se asevera que Trujillo y la Dra. Rodríguez tuvieron una fuerte polémica en la farmacia “El Tocón”, propiedad de la médica. Es que él cogía medicamentos y nunca los pagaba. Dicen que ninguno olvidó esa discusión en la cual se pronunciaron hasta palabrotas. Y es que aquel oficial subalterno, jamás costeó cuanto debía a la botica, aunque se encontraba comprometido con su firma en hacerlo. Como ya se informó, es por eso que le consideran como el causante esencial en la bancarrota de tan importante establecimiento para ese  poblado.                                                                                           

Se repite que  desde el tiempo que llevaba en el poder la dictadura trujillista, que se conozca, a la Dra. Rodríguez no había sido molestada. Todos sabían que ella no le tenía miedo al dictador, desafiándolo en cualquier parte de Macorís, igualmente en otros pueblos. A veces pasaba hasta por suicida ante fieros calieses que vigilaban sus pasos. Es por eso que nadie ha podido explicar con claridad el porqué tan temibles hombres, fanáticos del ‘Jefe’, se aguantaban al escuchar la fortísima voz de la médica lanzando pestes y maldiciones contra su ídolo. ¿Tenían el estricto mandato de no hacerle ningún daño? Y si esto era así, ¿de dónde fue ordenado? ¿Del propio Trujillo? Esa posibilidad tiene mucha certeza. El tirano poseía entre su puño al país; además se hallaba muy al tanto de cuanto acontecía en Macorís y La Romana, pueblos que aborrecía por rebeldes. Cuentan que en cierta ocasión mañanera, en el mismo centro de Macorís, a mediado de 1946, Andrea descargó tantos improperios contra el dictador que los comercios del lugar cerraron deprisa sus puertas, los transeúntes salieron corriendo. Todo ese lugar quedó silencioso, escuchándose solamente a Evangelina insultando, gesticulando, contemplada por dos tipos de la seguridad del régimen, quienes con gran certeza tuvieron que aguantar bastante para no írsele encima, derrumbarla a puñetazos, patearla, sujetarla por los moñitos y arrastrarla por la calle como muñeca de trapo. Y mientras ambos se miraban con seriedad, quizás afirmándose que actuaran ya contra esa mujer demente sin importar resultado, fue que la Dra. Rodríguez dejó de insultar, cayendo un enorme silencio por el contorno. Los calieses la observaron un momentito. Estaba callada y les contemplaba. Entonces miraron que ella comenzó a caminar, abandonando la esquina en donde estuvo vociferando contra Trujillo. En eso se alteraron porque advirtieron que Evangelina venía hacia donde se hallaban, avanzando a ritmo de marcha, cantando, agitando sus brazos. Y ambos se pusieron en guardia. Sus diestras acariciaron las culatas de poderosos revólveres escondidos entre sus cinturones, debajo de sus camisas. Pero la doctora cruzó delante de los dos, sin siquiera mirarles. Todo esto lo contarían después, con lujo de detalles y en baja voz, algunas personas que atisbaban desde entornadas puertas y persianas de un comercio cercano. Igualmente informarían que Andrea, enérgicamente iba vocalizando con gran entusiasmo:                                                             

 

               “... que se alcen los

                pueblos con valor

                por la Internacional...”                    

 

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