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Bernot Berry Martinez (Turenne)

CAPITULO 2DO. DE "UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ"

 

NOTA. LA NOVELA LA PUBLICO EN MI BLOG DE MANERA GRATUITA PARA QUE LA GENTE HUMILDE CONOZCA A ESTA INMENSA MUJER.                               

                               

                  -II-

 

Por Bernot Berry Martínez  (bloguero) 

 

Aunque en nuestro pueblo se conocía cabalmente la llegada de la Dra. Rodríguez con sus especialidades efectuadas en París, no fue recibida por las autoridades como era merecedora (ramilletes de flores, discursos, canciones, poemas), algo que con bastante asiduidad se realizaba hasta con gente de la peor ralea. No, a la triunfante primera médica le dieron la bienvenida unos cuantos familiares y amigos cercanos. Se cree que de esa forma los cabecillas de Macorís revelaron un cruel resentimiento contra ella, y eso que a Trujillo le faltaban varios años para llegar al poder político. Por tanto, con la ausencia de esos mandamases, permaneció evidenciado, realmente confirmado, de que una oposición contra “Lilina” ya estaba en marcha desde antes de su retorno. Es por este motivo de que algunas personas llegaron a preguntarse: ¿Acaso pudo vislumbrar su posible inclusión en la “lista negra” de la Iglesia Católica, un listado de personas consideradas adversas al Vaticano, preparada por la poderosa Orden de Jesús? Bueno, si ella intuyó esa interrogante, con mucha seguridad debió recordar que en su libro de sociología, “Granos de Polen, aconsejaba contra el internado de jóvenes en colegios dirigidos por jesuitas, curas que hacen voto de obediencia total al Papa, afirmándose  que se hallan dirigidos por un ‘general’. Si de esta manera lo percibió, entonces con bastante certeza tuvo que memorizar aquellas reuniones de intelectuales en la vivienda de los Deligne, escuchando allí que tales ‘religiosos’ eran excelentes lectores,  que buena parte de su labor consistía en escudriñar con enorme lupa cuanto se publicaba: ensayos, novelas, cuentos, poemarios, artículos en revistas,  periódicos, etc. 

Se conoce bien que los jesuitas han sido desde su fundación por Ignacio de Loyola en 1540, una Orden Religiosa más militante que  contemplativa. Fueron  ellos, durante la horrorosa inquisición y en nombre del ‘cristianismo’, dirigieron los tribunales que mandaron hacia las aterradoras hogueras a numerosas progresistas  personas (científicos, escritores, auténticos religiosos,...) de varias naciones de Europa y América, atrasando muchísimo el avance de la sufrida Humanidad, sumiéndola durante gran tiempo en el Oscurantismo. Ellos, con sus constantes intrigas, causaron la Matanza de la noche de San Bartolomé, en agosto de 1572, Francia, asesinados despiadadamente a millares de no católicos, aumentando por años la Guerra Religiosa Francesa. Sí, fue por la constante insistencia de los jesuitas que hicieron hervir en alquitrán, por herejes, a Caciques de Quisqueya junto a sus familiares y otros dirigentes de los Cacicazgos, para que negaran su religión y aceptaran el ‘cristianismo’, prefiriendo morir bien cocidos antes que rechazar sus creencias centenarias ¡Caramba, cuanto honor poseyeron aquellos indígenas! Inclino mi cabeza de admiración ante su memoria.   

Los ignacianos ejercieron una cruel presión chantajista, peor que la relatada por La Biblia acerca de los sacerdotes judíos contra el gobernador Pilatos, con el propósito de que esas dominaciones en Santo Domingo aniquilaran en gran parte a la ‘salvaje’ y humilde raza nativa, levantando después hermosas parroquias por Bayaguana, La Vega, Higüey, Bahoruco, etcétera, en cada lugar donde se consumaron tan espantosas masacres. El siquiatra Zaglul afirma que es muy extraño ese maniqueísmo en la Iglesia Católica --herejía originada por Manes o Maniqueo, persa fundador de la secta de los maniqueos, quien aceptaba dos orígenes creadores, uno para el bien, otro para el mal--. Después, manifiesta el destacado galeno, esos ‘cristianos’ concibieron aquellas supuestas y fantásticas apariciones (‘Cristo de Bayaguana’, ‘Vírgenes de las Mercedes’ y de la Altagracia’, ‘Santa Cruz del Seibo’, etc.), las que con el trotar del tiempo se convirtieron, unas más que otras, en ardientes y fabulosas leyendas de numerosos habitantes.

De varios países los jesuitas fueron expulsados: de Francia en tres ocasiones, pero de nuevo se introducían bajo la protección Papal. Están considerados feroces enemigos de las innovaciones sociales de los pueblos, contribuyendo con cuanto han podido por detener el normal rodamiento de la rueda evolutiva del mundo, de nuestra Humanidad. Con el paso de los años han ido cambiando en forma lentísima, ya que sus jerarcas prefirieron aflojar para no ser barridos de la faz de la Tierra. Es que saben cambiar a tiempo. Por eso son muy temibles. Con los años han sido conocidos como los ‘simuladores y camaleones cuervos’.                    

En tiempo de la Dra. Rodríguez. la influencia de los ignacianos sobre la sociedad dominicana era inmensa, creciendo mucho más cuando Trujillo firmó años después el ‘Concordato’, haciéndolo para ganarse el apoyo de esa oscura Iglesia del Medioevo, con inmenso apoyo en la alta clase social, igualmente en la indigente. Si bien ya se hallaban ‘trabajando’ en el país, se asegura que fue en el ‘Concordato’ que penetró de lleno el actual poderoso movimiento ‘Opus Dei’, fundado en España, Madrid, (1928), por José María Escrivá de Balaguer, una institución muy colaboradora del Fascismo Internacional (de Hitler, Mussolini, Franco, Trujillo, Strossner, Pinochet, etc.). Se conoce que un sacerdote del mismo ‘bendijo’ una metralleta que participó en un atentado contra el Presidente francés, general de Gaulle, en plena calle, salvándose el héroe y cuantos iban con él por pura casualidad, nadie salió herido, aunque catorce balas impactaron en el carro no blindado. La Fraternidad ‘Opus Dei’ es sumamente opulenta, calculándose su fortuna en billones de dólares. Es la “Prelatura Personal” del Vaticano. Su sede principal se encuentra en Roma. Se martirizan con fuertes torturas como forma de sentir los dolores padecidos por el piadoso Jesús. Tienen más de dos mil sacerdotes, jesuitas y de otras confraternidades. Disponen de miles de fieles laicos, principalmente de alta y clase media, profesionales en su mayoría. En Nueva York, su asiento en USA, ostenta un edificio que le costó 96 millones de dólares. Su fundador, Escrivá de Balaguer, fue  beatificado en  1992  y canonizado en el 2002 por el Papa polaco Juan Pablo Segundo, a quien con seguridad beatificarán y canonizarán, encabezado por el Papa Benedicto XVI, un antiguo nazi.         

Siempre se caviló que  los jesuitas eran conocedores al dedillo de cuanto Evangelina Rodríguez había relatado en “Granos de Polen”, y que jamás la perdonarían, algo muy peculiar en esa Orden. Es por eso el rumor de que ya ella estaba comprendida en la lóbrega lista de personalidades consideradas enemigas de tal institución cuando retornó a su querido Macorís, deseosa por trabajar fervorosamente por los variados y cuantiosos enfermos de nuestra región. Y Andrea, apasionada por poner en práctica lo aprendido en la ciudad luz, se dedicó con sumo amor a servir a la gente, sin importar condición social. Empero, para hacerlo necesitaba la cooperación de las arrogantes autoridades. Y sin timidez, desoyendo precaución, tocó las puertas de la Gobernación Provincial, de Sanidad y Sindicatura, de diversas logias y sociedades, de ricas personas. Acerca de tales peticiones pudo conseguir pequeñas ayudas con las cuales alquilar una casa en Villa Velásquez, la cual le serviría de clínica, comprando indispensables asuntos y fármacos. 

De acuerdo al Dr. Zaglul esa vivienda se encontraba entre la avenida Independencia con Altagracia, y era conocida como la “Casa Amarilla” porque de ese color se hallaba pintada. Era de madera. Aún está en el mismo lugar y su último propietario lo fue el señor Luis Alburquerque. Allí atendía nuestra Primera Médica a enfermos muy pobres y de clase media baja. Además, ofrecía sus servicios a domicilio, como cuanto efectuaba con los padres de su futuro biógrafo y hermanos. La reputación suya como especialista en distintas disciplinas iba en aumento, principalmente entre mujeres y niños. Sin embargo, aunque en Macorís ejercían en excelentes médicos, se considera que pocos de éstos estaban a su altura, mucho menos a su grandiosa sensibilidad social. Laboraba en forma infatigable. Sus mayores esfuerzos los colocó en beneficio de la gente humilde. Y era por tal consecuencia que con cierta frecuencia, de madrugada, cuando apenas tenía unas horas para dormir, de reponer fuerzas, tocaban a su puerta con la finalidad de que asistiera en el parto de una primeriza, o por una mujer gritando de dolor, igualmente por algún infante con alta fiebre o fuerte diarrea. Se confirma que a todas esas llamadas acudía a prestar con enorme fervor sus servicios, aunque anticipadamente conocía que varios de esos pacientes no le pagarían, teniendo incluso que regalarles las medicinas.      

Su vocación de servicio no tenía limitaciones. Con regularidad sacaba tiempo y marchaba hacia la escuela nocturna,  ofreciendo allí su contribución para que obreros y domésticas se alfabetizaran. Conjuntamente protestaba en unión a distintas damas en favor del Movimiento Feminista, escribiendo por igual motivo en periódicos o revistas locales, como ya fue informado. Esa forma de ella proceder en la arrogante y compleja sociedad macorísana le fue ganando una enorme hostilidad entre el sector dominante, que no entendía su comportamiento radical, siendo una médica especializada en Europa. Y en varias ocasiones fue aconsejada a dedicarse de manera exclusiva a su profesión, que para eso era asistida con dinero y medicamentos, ofreciéndole los ganaderos una cantidad de bidones del alimento lácteo para su programa infantil llamado ‘gota de leche’, establecido por la doctora al considerar que los niños menesterosos debían de ingerirla junto al originado por los senos de sus madres. Por  eso se la pedía a ciertos acaudalados hacendados, ganaderos que a veces la botaban porque la poseían en gran cantidad.

Una cosa  sí  aconteció: su clientela de clase media, la cual le pagaba sus servicios profesionales, fue dejando de consultarla, disminuyendo bastante, hasta que dejaron de hacerlo. Se afirma que a esas damas se lo ordenaron los ‘religiosos’. Entonces comenzó la educadora-doctora a conseguir menos recursos para comprar medicamentos y obsequiarles a los muy indigentes. Pero Evangelina no cambiaría su manera de ser. Nació para servir. Cuentan que criticaba a ciertos orgullosos selectos médicos, los cuales habiendo realizado el juramento Hipocrático no socorrían a personas necesitadas, algunas tiradas en las calles, lamentándose de algún dolor, solamente porque eran infelices, pobrísimos, no viendo esos galenos la parte humana. Tal conducta de sus colegas la enfurecía, ya que en la Universidad no les enseñaban esa indiferencia, sino lo contrario. Y tuvo choques verbales con varios de ellos, enemistándose. Tales médicos le afirmaban que “no se habían quemado las pestañas para socorrer a pelagatos”. Por esa razón más gente humilde se dirigían donde ella, esencialmente en las noches, ya que escasísimos eran los doctores que se levantaban para atender a un enfermo sin apellido sonoro, mandando a la porra el famoso juramento que prometieron cumplir con la diestra en el corazón y sus ojos hacia lo alto. 

--¡Qué desfachatez, duermen sin nada de vergüenza en sus conciencias, si es que tienen! --dicen que afirmaba Evangelina con asiduidad.   

Mas, Andrea Rodríguez prosiguió auxiliando a los indigentes. Lo realizaba con cuanto podía, sin dejar de batallar en la instrucción de los trabajadores, asimismo protestando por la causa de los Derechos de la Mujer. Realmente era incansable. 

Narran que era muy vocinglera, Poseía una enérgica voz. Su misión caritativa llegó a expandirse hacia leprosos y tuberculosos, buscando alojarlos en las afueras del pueblo. Allí les daba el tratamiento que en aquel entonces se conocía. También impartía charlas sobre educación sexual, aconsejando a sus oyentes a tener los hijos que pudieran mantener, convirtiéndose en la primera médica en conversar acerca del control de la natalidad (algo todavía tabú en el país), espantando a curas y otros servidores del ‘cristianismo’. Se comenta que ciertos ‘religiosos’, pastores de varias sectas entre éstos, predicaron en sus tribunas que Andrea estaba loca, que era una peligrosa mensajera al servicio de Satanás. 

La Dra. Rodríguez  afirmaba  que “era un cuento grande eso de que “los  niños  traían  el  pan debajo de sus brazos”. Y trató en nuestra egoísta, machista y atrasada sociedad, adelantándose bastante en aquel tiempo, enseñando a las féminas la manera de evitar los hijos no deseados. Y mientras les obsequiaba preservativos, instruyéndoles el modo correcto de usarlos, les afirmaba que si continuaban trayendo a tantos niños desnutridos, mal alimentados, barrigones, en varias décadas la República se llenaría de numerosos tarados y cretinos, retardando muchísimo el desarrollo de Dominicana. Les confirmó que esos debilitados hijos poseen un escaso progreso mental, son casi animales, una carga para la Nación, convirtiéndose buena parte de ellos en parásitos sociales. Les aseveraba que no pocos sólo servirían para robar y asesinar. No obstante, a pesar de tales realidades que con tanta bondad enseñaba --certeza cabalmente demostrada con el transcurso de los años--, le causaban un profundo odio entre esos sujetos lujuriosos (“No usaré esa vaina que te dio esa loca”, les decían enojados a sus mujeres, ebrios de alcohol, pegándoles con los puños entre las costillas para que abrieran las piernas). Las beatas, muchas con tendencia al sadomasoquismo, apoyaban con alegría los abusos de esos tipos, y así lo daban a conocer en alta voz para que los vecinos escucharan en las numerosas viviendas que visitaban, echándole la culpa a la Dra. Rodríguez, diciendo que a ésta deberían de castigarla a puros latigazos. Los pícaros jesuitas agitaban por debajo, y frotándose sus manos aprovechaban cualquier ocasión para injuriar más a la heroica médica.  

Esos tipos de sotanas negras se deleitaban idealizando con llevarla hacia la hoguera moral, la substituta de la medieval. Y con bastante posibilidad lo sublimaron en sus tenebrosas mentes. Por tanto, se decían que si ella deseaba continuar con su modo de vida, tendría que partir lejos, fuera del país, o de lo contrario sería completamente arrinconada, conducida hacia una total inutilidad, derribándole su enorme autoestima. Claro, esos militantes ignacianos eran tremendos expertos en esa técnica, pues conocían perfectamente el temperamento emocional humano, ya lo tenían perfeccionado. Y es que empezaron ensayándolo en bondadosos monjes Franciscanos, a los cuales encerraban en hediondas mazmorras de Europa y América, usándolos para sus crueles fines (está bien divulgado el colosal miedo que aún les tienen esos humildes frailes a los jesuitas). Después, con excelente práctica, lo utilizaron en liberales profesionales para hacerles la vida imposible, aislándolos en pueblos que estaban bien controlados por esos temibles curas, teniendo que arrepentirse con inmensa humillación antes de dejarlos retornar al seno de la sociedad a ganarse el sustento de los suyos. Pero eso sí: siempre serían vigilados, utilizándolos con frecuencias en sus aviesas causas. En caso de que no aceptaran, debían de partir hacia algún lejano lugar para no morir de hambre o de locura. Es que tales ignacianos lo dominaban todo. Con regularidad se encontraban pegados como las garrapatas en los gobiernos, dándoles instrucciones constantemente.                                                 

El valor y pasión de la Dra. Rodríguez hacia sus semejantes son inmutables. Algunos estudiosos de su vida piensan que estuvo muy cercano, aparte de los Héroes Patrios, de cualquier destacado ciudadano en nuestra historia. Es más, se dice que Andrea se halla entre las grandes féminas de Latinoamérica. Y quizá sea por eso que ciertos investigadores se interrogaron de dónde había salido esa mujer, con mentalidad tan brillante, de enorme fecundidad. De igual forma se han preguntado de quiénes había heredado su ADN, su genoma, una pobrísima campesina nacida en Higüey, llevada de seis años a Macorís, vendedora de dulces, logrando alcanzar tan altísima intelectualidad, con enorme moralidad, excesiva amante de la Humanidad. Y debido a que no podrían llegar a ninguna conclusión sobre el eruditismo de Evangelina Rodríguez, ellos consideraron que de manera muy casual nació de esa forma, con esa inteligencia superior proporcionada por una serie de neuronas en su cerebro. Por consiguiente, ese dilema se lo dejaron a la Ciencia de la Genética, a la cual igualmente le sería dificilísima efectuarla, porque un posible portador era el desconocido abuelo materno, aquel venezolano que luego de embarazar a la abuela de Andrea se fue a Santiago de los Caballeros, regresando luego a su país, desapareciendo por siempre, esto según indagaciones del Dr. Zaglul en su mencionado libro. Sí, aquella indigente mujer, la nana de nuestra primera Doctora en Medicina, pudo subsistir laborando en lujosas viviendas de hateros y terratenientes higüeyanos, ésos que se apoderaron por la fuerza de cuanta tierra existía por los contornos, arrebatándoselas a paupérrimos campesinos, expandiendo con orgullo sus posiciones, terrenos que muchos los perderían contra potentados extranjeros.       

Cierto fue lo siguiente. Entonces empezaron a disminuir bastante más las ayudas ofrecidas a la Dra. Rodríguez para socorrer a sus necesitados dolientes. Y tampoco de nada valieron sus valerosos y enérgicas protestas para que siguieran proporcionándolas. Además también acontecía que aparte de que sus auxiliadores ya no deseaban seguir asistiéndola por la enorme presión recibida por esos ‘religiosos’ a la Sindicatura, a ganaderos y comerciantes liberales, la bonanza azucarera se estaba yendo deprisa de Macorís. La depresión económica hacía estragos en las clases sociales. La cacareada ‘Danza de los Millones’ iba diciéndole adiós al pueblo para con seguridad no retornar jamás, quedando plasmado en numerosas fotografías, muchas de ellas exhibidas años después en el Museo de Historia de nuestra ciudad.

Fue en eso que aconteció una noticia que hirió hondamente a nuestra noble Primera Médica: “Trujillo Presidente”, a quien había conocido en Ramón Santana y sabía que era un sádico espantoso. Enseguida vino el ciclón conocido por ‘San Zenón’, destruyendo la capital, presagiando algo horrible a la Nación. Y luego comenzó a proyectarse la despótica larga y oscurísima noche por toda la República. En pueblos grandes y pequeños, caseríos y aldeas, en valles y montes próximos a poblaciones, empezaron a mostrarse cadáveres de desconocidos, quizá llevados de lejanos sitios con el cruel propósito de amedrentar a sus moradores. Varios de éstos se hallaron en calles y plazas, algunos sin cabezas, otros colgados de árboles y maderos. Empezó así una matanza selectiva. En la región oriental asesinaron e hicieron desaparecer a la mayoría de los Guerrilleros Nacionalistas del Este, aquellos feroces y duros combatientes contra la Intervención Norteamericana, Guerrilla comandada  por el olvidado general Vicente Evangelista, y luego por el bravo Ramón Natera quien le había aconsejado a ”Vicentico” en la posibilidad de una trampa por los norteamericanos en el asunto de la Gobernación de Macorís,  como en efecto fue: lo desaparecieron... Unos cuantos vivieron en cuevas hasta que fallecieron de inanición o asesinados por traidores parientes. Los poquísimos nacionalistas que escaparon a tan grotesco exterminio, lo efectuaron debido a que lograron atravesar en pequeñas embarcaciones el siniestro Canal de la Mona, internándose en montes de Borinquen, no volviendo jamás, olvidándose completamente del país. Al indómito Ramón Natera ya lo habían asesinado antes de Trujillo coger el poder en el batey ‘El Jagual’. Su muerte es atribuida a ‘Pechito’ Muñoz, aunque su verdadero matador lo fue Ramón Rosario, alias ‘Cano’, según me explicó el Sr. José M. Payano, ex Juez de Paz de Ramón Santana y ex Juez Civil de Macorís, a quien se lo narró un abogado de Guaza, el Dr. Ramón A. Ramírez González.    

En esta ciudad, ultimados con certeros tiros en la nuca, lanzaron cuerpos de hombres por variados barrios. Un extraño apareció ahorcado, suspendido a una rama del antiguo árbol “guaraguao” del Parque Duarte, debajo de donde Gastón F. Deligne escribió su bello poema a la Bandera Nacional. Hasta al famoso caudillo del Noroeste, general Desiderio Arias, lo asesinaron en 1931. Se afirma que le cortaron su cabeza para llevársela a Trujillo en un saco de henequén, pero que éste, sobresaltado ante tan horrible sorpresa, ordenó que se la cosieran al cuerpo, aconteciendo que cuando los sicarios encontraron su cadáver, ya se hallaba en condiciones desastrosas por los animales monteses. ¿Y qué hicieron? Se asegura que asesinaron a otro hombre, un desconocido, poniéndole a su cuerpo la testa de Desiderio.  

Esos crímenes por todo el país duraron lo suficiente para que los dominicanos comprendieran que el gobierno trujillista había llegado para traer la paz que tienen los cementerios, y que nuevamente otro ‘pacificador’ se había instalado firmemente en el poder político, todo eso con el apoyo de los yanquis.                            

Sin embargo, aunque la tiranía sabía bien cómo pensaba y actuaba la Dra. Rodríguez, a ella la dejaban en paz los esbirros, pero de forma constante era escudriñada. Mas, la médica, mujer altamente sensible, se asombró y lloró por tan crueles homicidios. No obstante, continuó con su vida, curando a cuantos enfermos podía, regalando medicinas si las conseguía, cooperando con la educación de obreros y domésticas, tratando de ayudar a campesinos pobres con una especie de Banco Agrícola, obsesión que murió enseguida, era un natimuerto. Empero, algo sí logró notar Evangelina en el ambiente: percibió que ciertas personas a las que tanto había socorrido, igual a sus familiares, se le fueron alejando, como temiendo hablarle, excusándose por cualquier motivo si ella se les aproximara. 

Se repite que Andrea era una persona de altos vuelos. Todo eso la hacía sonreír y enojar. Iba notando que el odiado Trujillo podría durar numerosos años tiranizando la Patria de Duarte y Luperón, a consecuencia del temor colectivo, el cual es el horrible ácido de donde se nutren los déspotas para mantener su total obediencia.                     

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