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Bernot Berry Martinez (Turenne)

“AQUEL JUEVES ESPECIAL DE RAMON”

 

NOTA: Quinto cuento o relato de los cinco que concursaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís.  

                   

Por Bernot Berry Martínez  (bloguero) 

 

Ramón vislumbró que ese jueves era su gran día para llevar a cabo su mayor deseo en la vida: hacer el amor con Laura, la arrogante quinceañera de duros senos, ojos grises, con quien soñaba frecuentemente realizando impúdicos y escandalosos actos sexuales.

Sin embargo, su principal problema consistía en que ella no quería saber nada de él, parecía que no le gustaba, y así se lo había manifestado en varias ocasiones, sintiendo gran pena por tales rechazos. 

Pero Ramón no se era nada tímido. Seguía insistiendo. También la vigilaba de forma discreta y constante desde las persianas de su habitación en la vivienda de su tía Matilde, en donde estaba residiendo desde que sus padres partieron para Norteamérica, aguardando allí la visa residencial para unirse a ellos. 

Claro, Ramón temía muchísimo irse del país sin haber efectuado ninguna relación íntima con Laura. Meditaba que si lo anterior llegara a suceder le haría un enorme daño a su ego machista. Él no quería ni siquiera imaginarse que otro hiciese realidad lo que había ansiado con toda su alma. 

Sí, qué triste sería su vida si no llegaba a poseerla de manera completa, como lo ansían todas las jóvenes de esa edad. Por tanto, tenía que hacer algo pronto. Claro, el tiempo se le venía encima. En cualquier momento podría llegarle la citación para el Consulado. 

Y entonces, ah? Bueno, la entrevista, y varios días después el pasaje de ida a Nueva York, los abrazos, algún trabajito, el consejo de que debes estudiar inglés por el asunto ese de mejores oportunidades, etc. “No, no, yo tengo que acecharla bien hoy jueves, día en que su mamá sale a visitar amistades por la tarde, a las tres, regresando por la noche a las ocho cuando ya Laura se encuentra bañadita, esperándola con la cena para los tres, ya que el papá siempre  viene  con  la  mamá,  es algo que nunca falla, lo tengo bien comprobado”.

Ramón estaba en su cuarto, la puerta cerrada, tendido sobre la cama, contemplativo, deseando que los minutos fueran pasando, aumentándole la angustia para cuando dieran las tres, vaya, ponerse atento porque la madre de la joven ya iba saliendo y enseguida escucharía los aullidos del odiado perro al venir la joven a barrer el patio, y entonces, por las persianas casi cerradas de su habitación atisbaría con rabia al animal pegársele, olfateándola intranquilo, y ella dizque alejándolo pero riendo bajito mientras ojeaba por los alrededores, volviendo el can a insistir con más fogosidad, sonriendo Laura al empujarlo con cierta dulzura. No obstante nuevamente continuaba el cuadrúpedo insistiendo de forma constante hasta que ella lo dejaba juntársele, levantarse sobre sus patas traseras para entonces la adolescente, gozando con el persistente hocico que olfateaba su vulva y trasero, se lo llevaba para un cuartucho lleno de cachivaches que había en el patio, y dejando la puerta entrejunta se quedaba allí dentro un buen rato con el lascivo animal. Eso él lo había visto en varias ocasiones.   

Mordiéndose los labios murmuró: “Pero esta vez no, si la veo entrar ahí con ese maldito ‘vira lata’ yo, aunque tenga que fajarme con la bestia esa  entraré, entraré, no me quedaré aquí masturbándome como un loco no, de eso puedes estar seguro, te lo juro por”... Y dejó de soliloquiar porque escuchó ladridos. De inmediato se levantó del lecho y empezó a vigilar por las persianas casi cerraditas. Era ya un experto espiando con cautela. Contempló al perro nervioso, moviendo la cola, recibiendo alegremente a una Laura con pantaloncitos apretados, ‘calientes’, encontrándola más ‘buenaza’ que nunca-jamás. Miró al animal oliéndola y a ella riendo bajito y mirando hacia los lados, con seguridad buscando curiosos. El joven se estremeció al parecerle que los ojos grises de la muchacha se quedaron fijos en la aproximada cerrada ventana. La miró pasando la diestra con delicadeza por la cabeza al can, el cuello, la garganta, diciéndole algo en voz baja, agarrando sus patas delanteras cuando se irguió, besándole el hocico con cierta pasión. 

--¡Es peor que una puta! --susurró enojado, los puños cerrados, haciendo gran esfuerzo por no insultarla y que todos conocieran su hipocresía de joven seria, decente, asistiendo a iglesia protestante, leyendo La Biblia junto a su madre debajo del frondoso guanábano que había en el patio. 

Cierto, tal vez solamente él la conocía de manera perfecta. Por eso ansió con todas sus emociones de hombre viril, amarla íntimamente, hacerla suya antes de irse para los Estados Unidos.  

En eso, atisbando que Laura se llevaba el animal hacia el cuarto de los objetos usados, respirando él profundamente, se afirmó que entraría allí sin importar cuánto le pudiera suceder, pues ya era tiempo de que esa joven conociera a un macho de verdad. Y por tal motivo, aguardó unos minutos, pues consideró que eran indispensables para efectuar su acción. Entonces salió sigilosamente de la habitación, y notando que ningún vecino estaba por la cercanía, semejante a un felino brincó la cerca separadora de ambas viviendas. Decidido a todo, la sangre golpeando los laterales de su frente, abrió la puerta sin asombrarse por lo encontrado. 

Aunque el perro lo percibió no pudo reaccionar a consecuencia de la rápida actuación de Ramón, quien sujetándolo por el collar lo lanzó con bríos hacia el patio, rodando como pelota, cerrando con prontitud con cerrojo la entrada, quedándose la bestia mordiendo, arañando, ladrando furiosamente la puerta.

Él, embelesado con esa encantadora manceba con la cual tantas veces soñó, no se asombró mucho al encontrarla encima de un viejo colchón en el suelo, el pantaloncito a su vera, las piernas abiertas, desnuda desde la cintura para abajo, sonreída, sus brazos levantados hacia el joven, los labios suplicantes, exigiéndole de forma lasciva que la hiciera suya, que la penetrara de modo profundo. Y Ramón, sin tiempo que perder, despojándose de sus pantalones, se lanzó sobre una complaciente Laura, y el canto de la tarde se llenó de gozosos y amorosos sonidos por varias horas, haciendo que todo aquel ambiente se hiciera un incomparable encantamiento.   

Dos días después a Ramón le llegó la cita para el Consulado. Y en varios otros el joven partió  contentísimo para Nueva York a reunirse con sus padres.

¿Y qué pasó con la adolescente Laura? Bueno, que quedó embarazada y por más diligencias que hicieron para que Ramón cumpliera con la responsabilidad para con su hijo, nada se logró. Laura se vio obligada a criar sola a su vástago, a veces ayudada por su mamá y parientes cercanos, convirtiéndose en madre soltera con grandes resentimientos hacia los hombres.      

¿Y Ramón? Él desapareció entre las noches neoyorquinas.

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