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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'AQUEL PEQUEÑO RARO CAN'

 

Por Bernot Berry Martínez  (bloguero)

 

NOTA: 2do cuento o relato de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís

 

                        ‘AQUEL PEQUEÑO RARO CAN’ 

                                                                          

Por Bernot Berry Martínez  (bloguero) 

 

Acontecen cosas tan extrañas, esencialmente a unos más que a otros, como el que voy a contarles, que de seguro ustedes se asombraran. 

Me sucedió años atrás con un raro perrito que repentinamente se apareció por el faro de playa de muertos, cuando absorto contemplaba la belleza de un atardecer.

Quiero aclarar que en aquel tiempo por ese contorno no existían las viviendas como las hay actualmente. Era un lugar solitario, con muchas matas  de  uvas  playeras y numerosos cocoteros.

Cierto, recuerdo que ese animalito era totalmente negro, con ojos amarillentos, rabo corto, y extremadamente juguetón. ¿De dónde había salido pues de manera súbita lo vi a mi lado, contemplándome mientras meneaba el rabito, el hocico abierto, con sus patitas delanteras levantadas? Dicha interrogante me la he hecho bastante veces y a nada he llegado que no sea la desilusión por descifrar lo ignorado, mejor dicho por no comprenderlo. 

Me acuerdo que el perrito ladraba y daba graciosos saltitos cuando le gritaba: “ey, ey, negrito, ¿cómo estás, cómo estás”? 

A consecuencia que lo noté limpio, sin mal hedor, traté de acariciar su lomo y su hociquillo. Sin embargo no se dejó. Traté varias veces de hacerlo, pero él reculaba con rapidez para que no lo hiciera, volviendo a aproximarse cuando intuía (eso siempre lo he sospechado) que otra vez no intentaría tocarlo. 

Realmente, por su modo de actuar, parecía un infante humano de esos que les encanta ser juguetón pero que no lo toquen. 

Durante unos 30 minutos disfruté con sus brinquitos y ladridos, olvidándome del moribundo crepúsculo, el cual con un derroche majestuoso de rojizo colorido se despedía de los macorisanos. Entonces, como la oscuridad se iba apoderando de la región y tenía que retornar al pueblo, realicé un último y desesperado esfuerzo por agarrarlo, pues grandes eran las ansias que poseía por acariciarlo, sentir la suavidad de su pelaje, lo tibio de su cuerpo.     

Empero, el pequeño perrito tampoco se dejó. Y a consecuencia de que me le fui detrás chillándole “negrito ven acá, no te haré daño, ven, ven”, él se alejó deprisa, introduciéndose entre la maleza, y aunque continué buscándolo un buen rato, incluso llamándolo, no apareció. 

Sentí una gran desilusión.  

Un inmenso silencio rodeó el contorno, estremeciéndome.  

En aquel entonces yo poseía una bicicleta y me alejaba de la ciudad a leer, poder meditar mejor, buscar tranquilidad emocional. Era el tiempo en que luchaba por dejar el horrible hábito de fumar cigarrillos, ese vicio maldito del tabaquismo que tanto daño produce a la salud como a la Naturaleza. 

Pues bien, debido a que el perrito no aparecía opté por irme. Agarré la bicicleta y me fui andando con ella. Cuando ya estaba llegando al caminito que pasaba por la playa, casi bajando de la costa, escuché unos ladridos próximos a mí, haciéndome detener, mirar hacia atrás y encontrarme sorpresivamente con el ‘negrito’. De verdad que me alegré al verlo. Sonreí al mirarlo que se hallaba con sus patas delanteras levantadas, meneando su rabito, la boquita abierta, sus ojos amarillentos brillando en la penumbra.

Me puse muy contento al contemplarlo en esa forma. Y de nuevo volví a sonreír, esta vez de forma profunda, con mucha satisfacción. En eso, mientras gozoso admiraba su graciosa demostración de cariño, me regresaron los anhelos por tocarlo, de percibir su pelaje entre mis dedos. Estaba a menos de dos metros de él. Pensé que tal vez se dejaría palpar, incluso acariciar, y que podría llevarlo conmigo para que tuviera el calor de un hogar. 

La bicicleta dejé en el suelo. El animalito no se inmutó. Cautamente di un paso adelante.

Me fui agachando con suma lentitud. Sus ojos se encontraban fijos en los míos. Tuve la sensación de que su mirada era poderosa, tal vez fuera de esta dimensión.

De inmediato sentí que una fuerza misteriosa se introducía en mi interior trayéndome enorme quietud. Prácticamente quedé inmovilizado. Entonces fue que me la ofreció, amigos, y por la misma estoy recordando todo esto, ya que de cuando en vez me viene a la memoria lo que el perrito hizo para enseguida ir retrocediendo lentamente, desapareciendo en la tenue oscuridad. 

Cierto, como por encanto se fue de mí la inmovilidad. Y con desespero creciente lo busqué un rato por los alrededores sin resultado positivo, como tampoco apareció en los siguientes días que anhelante por verlo estuve rebuscándolo por aquel sector cerca del mar. 

Caramba, pasan cosas muy extrañas en el mundo. Es por eso que en estos instantes me acuerdo una vez más del bello obsequio suyo antes de esfumarse de mi asombrada vista para siempre:

¡Una hermosa sonrisa humana!   

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