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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'SOLILOQUIO CON MAXIMO GOMEZ'

Por Bernot Berry Martínez  (bloguero)                    

 


Máximo Gómez 001.jpg
General
  1852-1905

 

General de generales:          

En nuevo aniversario de su nacimiento,         

frente a su ecuestre figura inmortal,         

¡oh libertador de pueblos!,         

venimos a platicar contigo.            

 

Sí, conocemos que la idea libertaria de la         

angustiada Cuba surgió en Ramón de la Luz Silveira,

expirando la blanca paloma antes de vuelo emprender,         

continuándola José Antonio Aponte,         

quien junto a mujeres y hombres,         

emancipadores tambores,         .

quiso levantarla,         

pintarla en el cosmos cubano.            

Pero la isla entera se cubrió de sangre,         

quedando sólo el sinsonte llevando entre los         

montes el canto hermoso de la Luz Silveira.            

 

Y pasaron los años, general,         

la palmera crecía, endurecíase,         

adulta se hacía.            

 

Un día, próximo a río,

Carlos Manuel de Céspedes

halló una Estrella.         

Se maravilló.

La limpió.

Quedó enamorado de su hermosura.         

Orgullosamente la guardó en su corazón antillano.           

Y entonces, inducido por Ella,

a todo pulmón de Céspedes gritó en Yara:          

“¡Viva Cuba Libre!”                    

 

La frase fue esparcida por aves cantoras,          

mariposas y luciérnagas.          

Sobre la pradera la esculpió el pájaro carpintero,

y en toda flor el bello colibrí.             

Usted, general, sonrió satisfecho a los montes          

orientales.          

Y  de  nuevo se  oyó el cimbraneo machetero,          

galopadas,  estruendos,  llamas  lamiendo bosques...             

La República en Armas fue proclamada.          

De Céspedes, Presidente.            

 

Con los mambises estuvo, señor.          

Dirigió operaciones en Guantánamo.          

Famoso fue el combate de Palo Seco.          

Invadió Las Villas.          

Usted y el general García sobresalieron          

en la Guerra de los Diez Años.            

Pero llegó el Pacto de Zanjón.          

La contienda terminó.          

Palideció la Estrella y su luz fue perseguida          

con fiereza.          

Hubo resistencia.          

Brotó la Guerra Chiquita.          

Pero nada. 

 

La Estrella se refugió en la manigua

hasta que la palmera terminara de crecer.           

Usted fue al exilio.          

Cargado de dolor retornó al país de

laTricolor Bandera.             

Y en Monte-Cristy,           

en su finquita La Reforma,          

sin hacer caso a murmuraciones,          

pensó en Los Restauradores de nuestra          

nacionalidad, recordando con admiración a                          

Gaspar Polanco, Benito Monción,          

Gregorio Luperón,...           

Y sin que nadie lo viera, general,          

observando la belleza de los astros,          

gruesas lágrimas serpentearon su duro rostro          

varonil.             

 

Empero, en  Cuba,  lo sabe bien,

se levantó aquel joven visionario,

henchido de amor, mirada taciturna

(“yo soy un hombre sincero de donde crece la palma”,

aseguraba),

y de la manigua sacó la Estrella,

refulgente puso.           

La besó.

Abrazó contra su pecho,         

y solemnemente juró ponerla en el                                     

firmamento!               

--¡Es el Apóstol de la Libertad! --sentenció          

usted la vez primera que lo vio, ¿recuerda?.                    

Claro, por eso no titubeó en firmar el          

Manifiesto de Montecristi, buscar voluntarios              

por Dominicana, ayuda en el gobierno,

y con la vista en lontananza, junto a Martí,          

llegar a tierra de Oriente, la de Maceo,          

para lanzar por siempre, allende los mares,          

a los arrogantes ibéricos.             

 

¡Y bramó el Grito de Baire!.          

El machete, buscando aurora,

rasgó el oscuro horizonte,

y la sangre salpicó arboledas, aves y nidos.             

El  sable suyo, general, su grito guerrero,          

"¡a la carga, macheteros!”,

llevó pánico a los hispanos.               

El fuego devoró haciendas,

cafetales, cañas,...          

¡La isla convirtióse en inmensa lumbre de la mar!                     

Y aunque cayera en Dos Ríos el hombre que          

afirmó “con los pobres del mundo quiero yo          

mi suerte echar”,

y perdiera a su hijo y al           

gran Maceo,

usted, señor, tragándose las          

lágrimas, 

aunando esfuerzos, el Estandarte           

Dominicano en su conciencia,

con poquísima ayuda,

comandando improvisado ejército haraposo,

sosteniendo  

“las revoluciones ni se asustan ni se exterminan,

¿cómo matar una idea?”, 

su  don  de mando,  su  táctica  y estrategia militar, 

derrotó a los mejores generales españoles

y sus más de 200 mil feroces soldados.                     

Y no quiso la Presidencia, mi general.          

Grande fue su modestia.   

Sin embargo, permítanos manifestarle, señor,          

de los Libertadores Americanos usted es         

 uno de los superiores, así lo atestigua la Historia.          

Por tanto, reverencia le hacemos.          

Enorme fue su genio militar.                     

 

¡Generalísimo Máximo Gómez,          

usted puso a brillar más arriba del cielo cubano,

a la emancipadora Estrella Solitaria!  

¡Honraremos siempre su memoria!


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