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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'EL EXTRAÑO PERRITO NEGRO' (Relato)

Por: Bernot Berry Martínez (bloguero)

 

Relato dedicado al amigo periodista Iván Santana, quien desde hace tiempo me lo ha estado pidiendo. El mismo fue publicado en la desaparecida revista “El Comercial”, la No.4, Pág.10, Agosto 1994.

 

Oye, voy a contarte un asunto que me aconteció años atrás con un raro perrito que repentinamente se me apareció por el faro de playa de muertos, cuando absorto contemplaba la belleza de un atardecer. De más está decirte que en aquel entonces por ese contorno no habían las viviendas que existen actualmente. Era un lugar solitario, con muchas matas uveras, playeras, y numerosos cocoteros.

Cierto, recuerdo que ese animalito era totalmente negro, con ojos amarillentos, rabo corto, y extremadamente juguetón. ¿De dónde había salido, pues de manera súbita lo vi a mi lado, contemplándome mientras meneaba el rabito, el hocico abierto, con sus patitas delanteras levantadas? Dicha interrogante me la he hecho muchas veces y a nada jamás he llegado que no sea la desilusión por descifrar lo ignorado, mejor dicho por no comprenderlo.

Me acuerdo que el perrito ladraba y daba graciosos saltitos cuado le decía: “Hey, hey, negrito, ¿cómo estás, cómo estás?”.

Debido a que lo noté limpio, sin hedor, traté de acariciar su lomo y su hociquillo. Sin embargo no se dejó. Traté varias veces en hacerlo, pero él reculaba con rapidez para que no lo hiciera, volviendo a aproximarse al intuír (eso siempre lo he sospechado) que otra vez no intentaría tocarlo.

Durante unos 30 minutos disfruté con sus brinquitos y ladridos, olvidándome del moribundo crepúsculo, el cual con un derroche majestuoso de rojizo colorido se despedía de los macorisanos. Entonces, como la oscuridad se iba apoderando de la región y tenía que retornar al pueblo, realicé un último y desesperado esfuerzo por agarrarlo, pues grandes eran mis deseos por acariciarlo, sentir la suavidad de su pelaje. Empero, el pequeño can tampoco se dejó. Y a consecuencia de que me le fui detrás gritándole “negrito, ven acá, no te haré daño, ven, ven”, él se alejó deprisa, introduciéndose entre la maleza, y aunque continué buscándolo un
buen rato, incluso llamándolo, no apareció.

Un inmenso silencio rodeó el contorno, estremeciéndome.

En aquel entonces yo poseía una bicicleta y me alejaba de la ciudad a leer, poder meditar mejor, buscar tranquilidad emocional. Era el tiempo en que luchaba por dejar el horrible hábito de fumar cigarrillos, ese vicio maldito del tabaquismo que tanto daño produce a la salud como a la Naturaleza.

Pues bien, debido a que el perrito no aparecía opté por irme. Agarré la bicicleta y me fui andando con ella. Cuando ya estaba llegando al caminito que pasaba por la playa, casi bajando de la costa, escuché unos ladridos próximos a mí, haciéndome detener, contemplar hacia atrás y encontrarme sorpresivamente con el ‘negrito’. Sonreí al verlo que se hallaba con sus patas delanteras levantadas, meneando su rabito, la boquita abierta, sus ojos amarillentos brillando en la penumbra. Me puse muy contento al mirarlo en esa forma. Y de nuevo volví a sonreír, esta vez de forma profunda, con mucha satisfacción. En eso, mientras gozoso contemplaba su graciosa demostración de cariño, me regresaron los anhelos por tocarlo, de percibir su cuerpo entre mis dedos. Me hallaba a menos de dos metros de él. Pensé que tal vez se dejaría palpar, incluso acariciar, y que podría llevarlo conmigo para que tuviera el calor de un hogar. La bicicleta dejé en el suelo. El animalito no se inmutó. Cautamente di un paso adelante. Me fui agachando con suma lentitud. Sus ojos se encontraban fijos en los míos. Tuve la sensación de que su mirada era poderosa.

De inmediato sentí que una fuerza misteriosa se introducía en mi interior, trayéndome enorme quietud. Prácticamente quedé inmovilizado. Entonces fue que me la ofreció, colega, y por la misma estoy recordando todo esto, ya que de cuando en vez me viene a la memoria lo que el perrito hizo, para enseguida ir retrocediendo lentamente, desapareciendo en la oscuridad. Cierto, como por encanto se fue de mí la inmovilidad, y con desespero creciente lo busqué un rato por los alrededores sin resultado positivo, cual tampoco apareció en los siguientes días que anhelante por hallarlo estuve rebuscándolo por aquel sector cerca del mar.

Caramba, pasan cosas raras en el mundo. Es por eso que en estos instantes me acuerdo una vez más del bello obsequio suyo antes de esfumarse de mi asombrada vista para siempre:

¡Una hermosa sonrisa humana.

 

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