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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'LA MISION DE JAIMITO' (Novela)

             

                    Capítulo No.7

 

Por: Bernot Berry Martínez  (bloguero)

 

     El guardián estaba listo para dispararle a Jaimito, quien corría ansioso voceando que no se pararía, que no podía hacerlo pues nadie le creería. Y sin embargo, pese a todo el impulso de sus piernas para marcharse rápido del lugar, doblar la esquina y escapar, el muchacho no avanzaba en aquel ambiente color de rosa el cual lo envolvía. Cierto, él no se alejaba: hallábase en el mismo sitio, casi flotando, con movimientos de sus piernas y brazos pero sin apartarse. El vigilante lo tenía bien medido, era un blanco perfecto, y por eso sus labios poseían una sonrisa siniestra, apuntándole a la espalda, el dedo índice en el gatillo, con Robertico apurando ("dipare, dipare", gritaba, saltando como simio). El estampido fue tenebroso, brutal, hiriente del mundo. Miles de lucecitas dirigiéronse hacia el infinito. Jaimito gritó ayes de dolor ("¡Ay mai, ay, cuánto duele, cuánto duele! Mami, mami, mami”...), mientras una oscuridad cayó súbitamente en ese medio, dividiendo el espacio-tiempo, pero de modo sorpresivo encendiéndose una luz amarillenta.   

     --¡Depierta, Jaimito, depiértate muchacho, depiértate!

     -- ¡Oh, oh, me muero, me muero!

     --Vamo,  depierta hijo,  depierta  --la   madre  lo

sacudía por los hombros. 

     --¡Oh, oh, la herida, la herida, el guáchiman!, el tambor, Robertico. --el jovencito movía la cabeza, sus ojos muy abiertos.

     --Vamo, vamo,  fue un sueño malo, un sueño  malo –Manuela

se sentó en la camita, al lado de su hijo. 

     --¿Dónde toy, dónde toy? --Jaimito contemplaba hacia todas partes.       

     --En la cama, en tu casa, con tu mamá que te quiere mucho, mucho.

     --Entonce, entonce yo, yo… -el adolescente no entendía, su rostro se encontraba sudoroso.                                                           

     --Vamo hijito, parece que tuvite una pesadilla  jodona, un sueño malísimo --ella le acarició los húmedos cabellos

     --Ehh, entonce, entonce no me diparó el guachimán, no me diparó? --contempló a su madre asombrado.

     --Qué guachimán y qué guachimán, lo que tuvite fue un sueño terrible, una pesadilla, ya te lo dije. 

     --¿Y no toy herido? --preguntó, frotándose con la diestra su espalda, tratando de observarla por el hombro izquierdo, tal vez deseando conocer su estado. 

     --¿Herido de qué, Jaimito? Y déjate ya de pasá la mano por ahí, te repito que tuvite un sueño malo, eso fue tó, una pesadilla por etar pensando tanta pendejá. Háme caso, por algo soy tu mamá, la que se apura por ti siempre, deseándote lo mejor, dipueta pa’ servirte to’ el tiempo, hijo, y en quien tú debe confiá, confiá muchísimo.

     El mozalbete continuaba incrédulo. Miraba a su progenitora y toda la habitación. Y porque comprendió que se encontraba en su cuarto, acostado en su lecho y que nada le había sucedido, le narró a su madre el horrible sueño, contándole sobre ese guardián que vivía cerca de ellos, quien le había disparado con una escopeta por la espalda, sintiendo las municiones penetrando entre su cuerpo, rompiendo sus entrañas, mortalmente herido. Mas, la lavandera, acariciándole los cabellos, volvió a repetirle que se calmara pues cuanto tuvo fue una pesadilla y que él se hallaba bien. Y Jaimito: "Sí, sí,  gracia a Dió, gracia a Dió. Eh, ¿y sabe, mami? Oiga, soñé que me diparó por tocá un tambor por allá por el Malecón, por donde viven uno ricachone en lujosa residencia, sí, y por tocá un redoblante igualitico al que yo quiero, con sonido chulísimo, buenaso"...                                                 

     Y mientras Manuela secaba el sudor de la frente con una toallita a su vástago, éste prosiguió relatándole lo soñado, poniéndose ella triste, preocupada, meditando que eso podría ser un mal presagio, con seguridad una advertencia enviada desde el más allá, donde habitan los buenos espíritus, su padre entre ellos, quienes les enviaban luz para que ésta la esparciera en su hogar, la llevara a todos los rincones de la casa, sin dejar ningún oscuro lugar que la misma iluminara pues se aproximaban días muy tormentosos.                      

     Entretanto, en el denominado ’Parquecito de las tres palmas’, situado en la misma barriada, durante esa madrugada se hallaba  Pedro sentado en un asiento de cemento sin espaldar. El sitio se encontraba totalmente solitario, rodeado por un velo misterioso. El padre de Jaimito tenía una botella de ron y reflexionaba:"Ehh, yo bebo solo, solo. Pa’l  carajo la gente. Je je, dique un tambor. Que lo compre ella. Ehh, a mí nunca nadie me compró naíta. To’ lo conseguía yo. ¡Hip! Ete que tá sentáo aquí, bebiendo ron, la medicina, la gutavida, je, se la bucaba si. Eh, ni mi mai me daba pa’ ná, mucho meno mi pai el borrachón, má que yo, sí, má que yo. Eh, hip, yo soy una papa que bebe un rato si, pero mi pai  era jodón de verdá, bebía por tré día corrío, tré día, lo que no e’ paja ’e coco no... Eh, y no dejaba ná en la casa, ná, ni un pesito viejo... ¡Hip! Mi mai me mandaba a limpiá sapato, y... y si yo no llevaba algún dinerito, je, me arremetía una pela que me meaba, me meaba. Jum, y Jaimito dique quiere un tambor, un tambor pa’ hacé una bulla del diablo. ¡Hip! Pero, ¿habráse vito, ah? Je, que lo compre él mimo fajándose en el Parque Duarte, peleando con lo demá limpiabota por lutrá sapato jediondo. Jum, jum, eto vale uno, mi socio, vale uno, uno largo... ¡Ahh, qué buenasasa sabe mi medicina, mi querendona medicina sabrosuana"... 

     Mientras, en la vivienda, Jaimito y su madre seguían platicando: "Mami, ¿y papi no ha llegáo todavía, eh?"/. "No hijo, aún no llega; debe tar fetejando con su amigote"/. "¿Y qué hora e’, mami?"/. "Ay  muchacho, son  má de la tré, má de la tré"/. "Eh, mami, ¿papi me comprará el tambor, verdá?"/. "Hum, puede sé si, puede sé, pero lo mejor e’ que te duerma, eh, todavía e’ temprano"/. "Ay mami, yo quiero tené tanto un tambor, uno que  sea  mío  pa’ no moletá a nadie"/. "Lo sé, hijo, lo sé, pero duérmete ya por Dió, duérmete ya; ya veremo lo que trae el nuevo día, ya veremo"... Y la madre besó a su vástago en la frente. Ella lo miró en silencio, percibiéndolo pensativo, ignorando que cavilaba en la extraña pesadilla tenida, en Robertico,  en   aquel    fenómeno   redoblante,   en   el   guardián  disparando la escopeta, prácticamente sin comprender nada de todo eso. Empero, meditando él que algo del mismo sí fue cierto, le aconteció, lentamente se fue durmiendo, adentrándose  en la tranquilidad de un dulce sueño. La madre, dándose cuenta que dormía, apagó la luz del cuarto y retornó preocupada a su lecho, no obstante cuando se disponía a sentar en su cama ocurrió un apagón que puso en tinieblas la morada. Se levantó para encender la lámpara de querosene. A tientas buscó la cajita con los fósforos. Prendió la lamparita. Se acostó. Sin embargo, ella no pudo reconciliar el sueño. Por eso comenzó a reflexionar que no sabía cuánto haría porque Jaimito anhelaba el redoblante y ellos, sus padres, deberían de obsequiárselo. Por tanto, diciéndose que no tenía dinero con el cual comprarlo, le rezó a la Virgen de la Altagracia para que la socorriera, haciéndolo con fe grande ya que las lágrimas serpentearon por sus mejillas ("se lo pido en el nombre de Jesú, su hijo amado, el sacrificado por nosotro lo pecadore").                                                                                                                                                                                                                                                                 

     En ese instante Pedro continuaba bebiendo ron y charlando solo. Ahora se hallaba un poco más ebrio. Decía: "Cierto, hip, qué tambor y qué tambor. Hip, y lo grande e’ que quiere un redo, un redoblante. Jum, ¿tará mal del caco el muchacho, ah? Hip, si le consigo uno, uno, eh, no me dejará tirá la pavita no... Ese carajito tiene que tar, hip, mal del caco, si, loquito, loquito... Jum, qué ocuro tá el barrio eta noche, hip. Pero, yo no me asuto por ná no, por ná me asuto yo... Eh, y tengo mi tré clavo, je je je, que se lo ajuto a cualquiera  -topó el manco del cuchillo que llevaba debajo  de la camisa.

     --Hip...eh, claro, eso vale uno, mi pana, vale otro bien largo.

     Y aconteció que cuando Pedro ingería la bebida, saboreándola con los ojos semicerrados, limpiándose su boca con la diestra, tapando el recipiente con cierta dificultad, percibió un hedor raro, uno semejante al de los manglares. "Diablo, me jiede a lodo de río, hip, a vaina de río me jiede! --exclamó, mirando hacia los lados, notando algo  brilloso  cerca  de  una   palmera,  interrogándose por ello: ¡Mierda! ¿Qué cosa e’ aquello, ah? --y asustándose por cuanto vio, Pedro se levantó, dejando caer la botella, rompiéndose la misma, quedándose él alelado, realmente pasmado, su vista en aquel ser fantasmagórico, fosforescente, el cual súbitamente había aparecido despidiendo ese olor peculiar de los mangles vírgenes. Fue en eso que escuchó una voz extrañísima  manifestándole: "Oyeme tú, hombre del pasado, yo soy el Espíritu del Río Macorix. A tu hijo Jaimito dímole misión que deberá cumplir. ¡Llévale el tambor, llévale el tambor, el tambor!,..." --y mientras la fantástica forma fosforada fue repitiendo ’el tambor’, de igual manera desapareció entre el suelo, dejando perplejo a Pedro, con sus ojos muy abiertos, buscando al ser en su derredor, llenándose el ambiente con una rara melodía mezclada con aletear de aves, cántico del pájaro ’martín-garcía’, ulular del viento, sonido de olita llegando a orilla arenosa.

     --¿Dónde tá, dónde tá la vaina esa, dónde tá, dónde, dónde?...,  -interrogábase Pedro dando vueltas en su redor, volviendo lentamente la tranquilidad a envolver el sector, a ponerse tan silente que ’se podía escuchar las pisadas de los muertos’ como lo aseguran antiguos moradores de esa barriada, esencialmente por ese Parquecito de las tres palmas, extraño lugar en el cual se unen varias callejuelas y dizque los fantasmas en pena que vagan por las madrugadas se encuentran allí, juntándose, molestando a los mortales con estremecedores escalofríos cuando éstos cruzan por dicho sitio, sentándose tales espíritus en los asientos de la placita o sobre su murito o en su rojiza calzada, subiéndose en las palmeras, a veces correteando a los perros, quienes gimiendo se esconden en los patios y no se atreven a salir, teniendo sus dueños que pegarles chancletazos para que vayan a proteger las viviendas, muchas de ellas viejas casonas por donde cuentan historiadores de esta ciudad comenzó la segunda parte de Macorís, ya que la primera fue por una playa existente por el puerto marítimo, uniéndose ambas con el tiempo, pueblo iniciado por aventureros contrabandistas, principalmente parientes de piratas, gente que comenzó a establecerse aquí posiblemente por 1800, levantando una aldehuela que fue llamada’ Macorís’ por el río y  que  con  el  trotar  de  los  años le añadieron otros nombres, hasta quedar en ’San Pedro’, el Pedro en honor al hombre fuerte de aquel entonces, el general Santana, apelativo puesto con seguridad por sus aduladores para la obtención de prebendas, y el San por los curas, religiosos que constantemente se hallan atentos al futuro, cambiándolo todo en favor de la Iglesia Católica. 

     Claro, tal vez cuanto digan determinados cronistas acerca de la fundación de este pueblo sea cierta o no (¿?), pero el Pedro de  esta historia, lamentándose por lo sucedido, escondiendo el  rostro entre sus manos, junto a las rodillas, volvió a sentarse en el  banco, quedándose así  hasta que la sirena de los bomberos sonó  por la población macorisana. Y levantando la cabeza un poco, excitado susurró: "Cógelo, ya son la sei, ya son la sei". Y quedándose pensativo, la testa ladeada, caviló en cuanto le había acontecido. "Hum, qué vaina má rara ví. Quizá fue el jumo si. Aseguran lo viejo que el ron hace vé vaina rara, rarosa. Pero, jum, ahí taba frente a mí la pendejá esa. Ahí mimito hay una mancha, una mancha. Qué raro e’ to’ eto, qué raroso". Pedro se agachó en donde se notaba una parda mácula sobre el rojizo piso. La tocó con el índice, observando que no se hallaba seca,sino pastosa. Se extrañó. La olió. 

     Y se quedó sorprendido al percibir que poseía el característico olor de los manglares. 

  

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

 

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