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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'ESA RARA OBSESION SEXUAL'

 

NOTA: Este relato pertenece a nuestro libro de narraciones "En ese doblar de campanas (Extraños Relatos)". 

 

Por: Bernot Berry Martínez   (bloguero)     

 

    Mientras la mujer conducía su carrito gris hacia el sitio del encuentro, no se interrogaba del porqué lo hacía. Es que le gustaba realizarlo, sólo eso. Le deleitaba bastante hacer el amor carnal en aquellos 20 minutos con ese extrañísimo hombre, prácticamente mudo, con intenso olor a ajonjolí, de hipnóticos ojos rojizos, piel calientísima, suavísimas manos, y quien llegaba al máximo placer cuando ella finalizaba el suyo emitiendo un agradable sonido que le recordaba al viento atravesando un pinar, semejante a la película aquella “La amante del teniente francés”, la que varias veces había visto.     

    Cierto, sonrió memorizando algunas escenas de aquel filme al continuar rumbo a la casita de madera, la del portoncito azul, aislada del pueblo, rodeada de árboles, extravagante, en la cual con seguridad se hallaba él esperándola tendido en la camita con delgada colchoneta, su torso desnudo, arropado de la cintura hacia abajo, sus brazos abiertos, las temidas pupilas fijas en el tejado de cinc. 

    Ansió llegar. Deseaba tanto estar con él. Eran solamente 20 minutos que el destino le obsequiaba para no morirse de aburrimiento. Por eso apretó el acelerador pues ya faltaban pocos minutos para la diez, hora de la cita cada tres días desde ese grisáceo matutino domingo, de tenue llovizna, en el cual iba paseando y casualmente (¿?) cruzó por el lugar en donde estaba la morada que consideraba hechizada, viendo al sujeto debajo de la lluvia, sin camisa, pegado al portón, los brazos cruzados sobre su fuerte pecho, intuyendo por su mirada que la deseaba como amante, que quería hacerle el amor un momentico, un ratito de sus vidas para que ambos pudieran aliviar el pesado lastre que llevaban encima. En aquel instante se sintió embrujada. No pudo dominarse, mucho menos controlar sus instintos emocionales. Y llevándose por una pasión indescriptible que arropaba todo su cuerpo, bajó del carrito y se fue con él hacia el interior de la vivienda, sin hablar absolutamente nada. Se dirigieron tomados de las manos directamente al dormitorio, pasando ahí, encima de la camita, veinte minutos gozosos, realmente envidiable para cualquier fémina de su posición social. Y desde entonces se encontraba muy feliz, y aunque a veces no deseaba ir a ese sitio encantado temiendo ser descubierta, tratando de evitar un mayúsculo escándalo en pueblo chismoso, siempre se llenaba de valor para cumplir con la misma, deleitándose una barbaridad en aquellos instantes aún sin tropiezo alguno. Se preguntó cuántas veces había estado con ese raro individuo. No lo sabía. Tal vez treinta o más, cada una de veinte minutos que efectuaban un total de... Y lanzó una alegre carcajada. De inmediato se acordó de su confidente amiga Elvira, mujer que tuvo numerosos amantes y vivía tranquila con su esposo, a la que contó su aventura, aconsejándola ésta que tuviera cuidado con ese hombre (“Eh, puede ser el diablo, dicen que huele a ajonjolí”). No obstante la ‘dama’ del carrito gris no le hizo caso, más bien se rió, ya que no creía en esas cosas, tampoco en espíritus ni en religiones.

    --Ya vendrá tiempo para eso” --se dijo, y sonrió sutilmente, poniéndose a reír cuando pensó en la posibilidad de que él pudiera ser de otro mundo, de lejano planeta.  

    El auto lo detuvo próximo al portón. Percibió la tranquilidad circundante. E igual a otras ocasiones no había personas que pudiesen verla penetrando a la casita misteriosa. Observó su rostro en el vidrio retrovisor, quedando conforme con la imagen reflejada. Miró su reloj de pulsera, notando que faltaba menos de un minuto. Y deprisa bajó de la máquina, yéndose trotando hacia el ansiado momento, llenándose de alegría al contemplarlo tirado sobre el pequeño lecho, abiertos sus brazos, mirándola con intensidad, el semblante duro, su poderoso pecho desnudo, aguardándola con calma, silencioso, la sábana cubriendo su bestial erecto falo. Precipitadamente se quitó su ancho vestido, y como no llevaba ropa interior, enseguida se unió al hombre exactamente a las diez en punto, así lo vio en su reloj mientras el individuo la sujetaba con sus suaves manos, contemplándola con sus ojos sin vida. Ella se estremeció al contacto con su piel caliente. Se besaron con locas ansias, creyendo la mujer que el aliento del macho se unía al suyo en tal vez una alianza espiritual. Percibió en forma profunda su olor a ajonjolí. Sin embargo, para nada se acordó del consejo de Elvira porque ya iba partiendo lejos, adentrándose por un tenue color rosáceo a medida que el hombre la penetrada hondamente, sintiendo que casi le rozaba su corazón, llenándola de felicidad. Volvió a sentir que cuanto tenía en su interior le sacaba parte de su alma. Y de nuevo, como en distintas ocasiones, la cama se movió para luego brincar, temblando la casita, los ojos del hombre poniéndosele rojos, dos diminutas ardientes lumbres por breve instante, para después llenarse el cuartucho de hondos suspiros que recordaban a praderas arboladas, el sonido del viento aullando, todo el Universo embelesado ante tan tremendo acto sexual. 

    Y se cumplieron los veinte minutos. Ella se levantó con calma. Como siempre, le ardía el canal vaginal, igualmente sentía caliente toda su piel. Pero se puso la vestimenta con rapidez, en silencio, sin ninguno conversar. Caminó hacia la salida. Desde el umbral le lanzó un vistazo al personaje tendido en el lecho. Y éste, contemplándola con sus pupilas de fuego le mandó un mensaje telepático, conocido solamente por ambos (“Dentro de tres días nos vemos, diez en punto, no faltes”). Y ella, semejante a complacida felina, gozosa al recibirlo, ligeramente sonrió, y con movimientos afirmativos de su cabeza le informó que sí, que estaría nuevamente ahí dentro de tres días, diez en punto, hora crucial para su feliz existencia.   

 

 

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