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Bernot Berry Martinez (Turenne)

'UNA FLOR PARA EVANGELINA RODRIGUEZ' (¿1879?-1947)

 

                     (Novela-Histórica)

                     Capítulo IV 

Por: Bernot Berry Martínez    (bloguero)

    Lo que a continuación se informa fue verdadero, una acción audaz de cómo funcionaba la Seguridad Trujillista para su protección. Aunque es doloroso relatarlo, la dictadura dominante se percataba de cuanto esos valerosos directivos socialistas les afirmaban a los concurrentes, porque infiltraba en mítines y asambleas populares a excelentes taquígrafos, quienes copiaban sus principales discursos, lo que hablaban y a veces discutían, pasándolos luego a papel limpio. Entonces los mecanografiaban y se los entregaban a la Inteligencia del tirano. Mas, si bien el gobierno se encontraba enterado de cuanto sus enemigos efectuaban, se mostraba tolerante, dizque democrático, muy paciente. Quizá se complacía cual lo haría un fornido leopardo no hambriento, paciente y satisfecho, observando desde su camuflajeada madriguera a lastimada gacela tratando infructuosamente de levantarse. Por ende, aquella nefasta administración dejaba que sus enemigos se entretuvieran, permitiéndoles avanzar para así enterarse de sus planes, saber quiénes eran sus posibles amigos y cuáles sus contrarios. En lenguaje del pescador: ‘les daba  cordel’.                            

    Fue en eso, al  finalizar la cruenta Segunda Guerra Mundial con el triunfo de ‘Los Aliados’, que lentamente se fue yendo la tregua política. Y entonces se dio paso a otra contienda entre sistemas de gobiernos, comenzando la denominada ‘Guerra Fría’. Fue hecha por Norteamérica (USA) y demás países capitalistas, en contra del Bloque Socialista dirigido por la Unión Soviética. Y el planeta se deshumanizó nuevamente. Los crímenes en el ámbito mundial empezaron a realizarse de manera selectiva. El espionaje llenaría hasta los espacios cósmicos. Había una locura armamentista. Se derrochaba una extraordinaria cantidad de dinero en investigaciones acerca de todo tipo de armamentos, sin importar que una gran parte de países vivía llena de necesidades.

    ¡Caramba, cuánto  enorme  daño han consumado ciertos dirigentes ‘políticos’ a los habitantes de la Tierra!    

    El absolutismo trujillista se contentó con la terminación de aquel cese que le ocasionaba muchas rabietas. Y su larguísima lengua se movió entre su bocaza. El formidable leopardo degustaba ya al lastimado antílope, constantemente vigilado por sus feroces ojos. 

    Lo primero que la tiranía efectuó fue la exclusión definitiva de Dominicana de diversos Republicanos Ibéricos, principalmente los considerados más radicales, violando un acuerdo con países europeos, dejando unos cuantos a quienes consideraba como moderados. Y fue por esta consecuencia --lo confirmaron distintos sujetos de la zona oriental-- que repiquetearon durante buen rato las campanas de las iglesias católicas del Este. Y contaron que fueron tocadas por alegres ‘religiosos’, varios ebrios de vino, celebrando ese desalojo solicitado unas veces por sus jerarcas al Papa, igual que al dictador. 

    En la parroquia de Macorís, con continuos redobles de campanas, unos jovencitos que retozaban por la plazoleta en aquella tarde gris de triste crepúsculo, manifestaron que oyeron risotadas de hombres procedentes del interior de la parroquia. Y ellos, extrañados por tales carcajadas, se acercaron a curiosear por una rendija de la puerta trasera. Desde ahí pudieron advertir a ‘sacerdotes’ de vestimentas marrones bebiendo a pico de botella, riendo, saltando, abrazándose, bailando unos con otros.

    --¡Jó-jó-jó, botados como perros sarnosos! --oyeron los muchachos que exclamaban, redoblando las campanas con intensidad, preguntándoles unos adultos lo que estaba pasando, respondiéndoles ellos: “son los curas que se hallan celebrando algo...” 

    Con el paso de los días estos adolescentes supieron por amigos monaguillos que esos ‘clérigos’ se bebieron todo el vino que había almacenado, incluyendo el de las misas. Supieron asimismo que celebraban la obligada partida de aquellos izquierdistas hispánicos, antimonárquicos, los cuales con sus frentes en alto partieron a engrandecer a otras naciones de América Latina (Venezuela, Costa Rica, México), luego de lanzar al hermoso río rosas rojas mientras entonaban la canción ‘El Emigrante’.                           

    La partida de esos revolucionarios hispánicos trajo una honda pesadumbre a nuestra Dra. Evangelina Rodríguez. Es que eran sus buenos camaradas. Con ellos se sentía a gusto. Con regularidad conversaban acerca de literatura, filosofía y política. Le agradaba escucharles declamando versos de los hermanos Antonio y Manuel Machado, de León David, de Federico García Lorca --asesinado este  poeta-dramaturgo por la tiranía franquista-falangista en 1936--. Sí, con frecuencia cantaban ‘La Internacional’, himno que Andrea había aprendido en Francia cuando estudiaba sus especialidades en Medicina… Su poderosa voz se oía por encima de las demás, emocionándose vocalizándolo, ocasionándole que sus ojos lagrimearan.                        

    Durante unos días ella casi no conversó con nadie. Se encontraba muy afligida, rabiando contra el déspota. Y se mantuvo aislada, escribiendo su novela “Selisette”, con seguridad dedicada a “Lalita”, su querida hija de crianza, obra que aún se ignora si llegó a terminar y dónde fue a parar pues siempre la llevaba consigo, redactándola en un cuaderno cuando había tranquilidad y si se encontraba en disposición. Eso sí, a su futura narración la doctora le fue dando estructura, creciendo bastante cuando empezó a caminar larga distancia perseguida por la niña. Se la contemplaba sentada a la vera de un camino, encima de un tronco o gran piedra, escribiendo por horas, ‘Lalita’ a su lado. Se conoce todo esto por familiares de calieses que la vigilaban constantemente, escrutando cuanto realizaba, con quiénes hablaba, anotando viviendas, hora y nombres de posibles “comunistas”. Y a consecuencia de que sus visitas y conversaciones les traían con relativa frecuencia allanamientos, atropellos y encarcelamientos, las personas le fueron cogiendo un fuerte pavor. Por eso comenzaron  a refugiarse en sus moradas tan pronto era vista, cerrando puertas y ventanas, no acudiendo cuando ella tocaba y los llamaba, quedándose quietos, silenciosos, sudorosos, poniéndose nerviosos cuando la escuchaban vocear sus nombres, lo que con cierta bastante certeza les podría traer algún problema con los abusadores calieses que siempre la vigilaban desde prudente espacio. A veces, enojándose ante esa situación, Evangelina daba fuertes puñetazos contra cualquier puerta y gritaba:

    --¡Cobardes, son unos grandes cobardes, carajo!

    El sátrapa comenzó su nueva  represión con lentitud, pero con suma crueldad. Las palizas a sus contrarios se pusieron de moda, igualmente unos extraños suicidios que nadie los creía. En Macorís, tales sucesos originaron que sus pobladores se inquietaran, esencialmente quienes eran desafectos al régimen. Y se aterrorizaron más todavía cuando se supo la noticia de que procedente del Sur, San Cristóbal, la “Cuna del Jefe”, llegaron unos individuos de piel oscura, armados “hasta los dientes”, con la misión de ejecutar a los “comunistas” del pueblo. Algunos de esos sujetos se paseaban por las barriadas de Miramar y ‘La Arena’, tardes y  noches, provocando a sus tranquilos y temerosos moradores. Eran altos y fuertes, ingerían bastante alcohol, cargaban largos revólveres, con cinturones repletos de balas, finos machetes y cuchillos. Les encantaba maltratar, dándole golpes a cualquier infeliz con el cual se hallaban por las noches. El terror trotaba las calles de ambas barriadas. A las prostitutas de ‘La Arena’ no les pagaban sus servicios, recibiendo fuertes planazos si los reclamaban.      

    Unos meses después acontecería, durante silenciosa madrugada, que la tranquilidad de esos residentes sería muy alterada, principalmente en Miramar, ‘Presidente Jiménez’ con la actual ‘Enrique Rijo’, cuando los que vivíamos por ese contorno nos despertaron potentes estampidos de armas de fuego por un rato, viniendo enseguida una inmensa quietud, escuchando poco después potentes voces exclamando: 

    --¡Se cayó Trujillo, coño, salgan, salgan! ¡Viva la revolución, coñazo, viva la revolución! --y de nuevo oíamos otra cantidad de disparos de variadas capacidades, igualmente otra vez las mismas frases. Eso lo estuvieron haciendo por unos minutos, hasta que partieron a la próxima cuadra, haciendo lo mismo allí. Por casi toda esa barriada hicieron lo manifestado, retornando después un aterrador silencio al decidir partir.

    Los adultos de Miramar, angustiados, no volvieron a conciliar el sueño. Los muchachos lo hicimos despacio, con lentitud, oyendo los llantos de infantes y susurradas voces de señoras tratando de calmarlos. La mayoría de los mayores abrieron sus viviendas en avanzadas horas de la mañana. Los infantes salimos a explorar, encontrando numerosos casquillos de balas. Eran de diferentes calibres, incluso sin ser usadas, nuevecitas. Luego se conocería que cuanto fue perpetrado era un simulacro, una especie de terrible trampa de la dictadura para aprisionar y asesinar a sus escurridizos enemigos existentes en nuestro barrio miramareño, un sector donde con regularidad aparecían pasquines aconsejando que se prepararan a cooperar con los revolucionarios que vendrían en cualquier momento por la costa cercana.  Desconocemos hasta la fecha si en ambas barriadas, también en el pueblo, alguna persona salió a respaldar a los supuestos ‘antitrujillistas’ durante aquella madrugada de tan cruel engaño.                                                     

    Evangelina Rodríguez se volvió más huraña y distraída cuando le  quitaron a  su hija de  crianza. Fue un durísimo golpe para las dos, ya que se amaban inmensamente. Se  asegura que esa separación la afectó bastante. La niña era lo último que le quedaba. Todo lo demás, sus sueños con fines de favorecer a su país, a los pobres y analfabetos, a tantos desnutridos y tarados, se hundieron hondamente, similar al trágico hundimiento del “Titanic”. Mas, se considera que lo mejor para Selisette Sánchez fue que su padre la reclamara.

    Dolorosamente sola y vacía se sentía nuestra Primera Médica. Intuía que se encontraba vigilada por peligrosos animales con semejanza a humanos. Por eso pasó a ser más encubierta, clandestina. Y se dispuso a no dialogar con gente desconocida, extraña, solamente hacerlo con viejas y sólidas amistades. Pero éstas no lo deseaban, más bien le huían. A veces Andrea se iba caminando por las calles de Macorís, esperanzada en un porvenir mejor hacia todos. Una mañana de precioso firmamento azul, andando por un triste barrio, canturreando en francés ‘La Internacional’, escuchando los lugareños que entonaba algo que no entendían, consideraron que estaba ya extremadamente demente. Y se rieron de ella, haciéndole muecas, voceándole “vieja loca, decrépita”, y traviesos infantes, mandados quizá por sus madres, les lanzaron semillas de mangos. Pero la doctora no les daba importancia. Continuaba avanzando, tarareando el himno que tanto amaba, idealizando seguramente con el sistema socialista que tanto bienestar les traería a los infelices que le iban detrás burlándose, principalmente en alimentación, educación y salud, base fundamental del desarrollo de las Naciones. Un grupo de personas, algunas curadas por ella, la seguían, voceándole tonterías. Empero, una cosa no le gustaba ni un poquito que le hicieran a la doctora, y era ser tocada, principalmente que le agarraran su trasero como alguien hizo en tanto los demás daban intensas risotadas. Entonces ella se detuvo, y contemplando con seriedad a quienes se reían y la señalaban, rabiosa les voceó:

    --Carajo, ¿por qué no le agarran las nalgas al maldito Trujillo ese, asesino y ladrón, ah?

    Y los molestosos residentes, adultos y muchachos, inquietos y miedosos, oteando los alrededores, el horror en sus rostros, brillantes sus ojos, se alejaron corriendo, cargando con los chiquitines, dejándole el claro, buscando refugio en las desteñidas viviendas en que habitaban, pertenecientes casi todas a soberbios individuos que las obtuvieron a precio de ‘vaca muerta’, esto a consecuencia de que sus anteriores propietarios partieron huyendo de la miseria que caía cual sutil llovizna sobre Macorís.    

    La médica los persiguió con su mirada. Sonría cuando expresó: “Son unos grandes pendejos. La bestia estará por largos años en el poder, hasta que la maten igual que a Lilís”. Y prosiguió con su paseo. Y en tanto sucedió lo narrado, desde media cuadra del lugar, un par de chivatos contemplaron con gran asombro lo acaecido, pero nada hicieron, prosiguiendo tras ella, vigilándola, pues era la orden que poseían. No obstante, desde ese instante no volvieron esos moradores a fastidiar a la Dra. Rodríguez. Es más, de sólo verla venir se escondían con rapidez, pasando la heroica mujer por el silencioso lugar canturreando en francés ‘La Internacional’, canto que esa gente percibía con nitidez, saliendo cuando cruzaban los personeros que regularmente la perseguían a prudente distancia, así me lo contó un antiguo habitante de allí, experimentado ebanista de vasta memoria, decente, buen hombre, muy trabajador, cuyo nombre es Elpidio de Peña, mejor conocido por ‘El Maco’.    

    Y llegó el tiempo en el cual Mauricio Báez y los demás dirigentes laborales hicieron tremendas huelgas por la región oriental. El régimen de Trujillo se estremeció hasta sus cimientos. Eso causó pánico en Wall Street. Y le llamaron la atención, algo que molestó muchísimo al tirano. Por esto, muy incómodo, ordenó seguidamente la eliminación de numerosos sindicalistas con la denominada ‘Operación Corbata”. En La Romana y Macorís, pueblos de trabajadores, asimismo por sus entornos (en el “Potrero de Mallén” aparecieron colgados unos sujetos que nadie conocía), se encontraron ahorcados algunos de esos asalariados. Los criminales, con la finalidad de espantar más a la gente, cambiaban a los muertos, llevándolos a diferentes sitios, trayendo mayor confusión y angustia entre los familiares, pues ignoraban a dónde condujeron a los detenidos. Aseveran que algunos de este pueblo aparecieron por el Cibao. Se afirma que una señora blanca, aún joven, desconocida, con largo vestido, apareció  colgada  en  un árbol de níspero, cerca de ‘Punta de Garza’.   

    A  quienes  ahorcaban  los  dejaban guindando por días. Era una forma de intimidación. El miedo era tan grande que ningún pariente de los desaparecidos se aproximaba a identificarlos. Regularmente mandaban a muchachos, quienes siempre traían la misma noticia: ‘no sabían quiénes eran’. Esto les aumentaba sus zozobras, conociendo después que La Sanidad los bajaba, les echaba cal, y se los llevaba a un destino ignorado. A otros obreros, y delante de sus mujeres e hijos, les propinaron tan horribles golpizas esos individuos de piel oscura, que jamás sirvieron para laborar, convirtiéndose en dolientes pordioseros de oscuros callejones. Empero, ante tan terribles ejecuciones y violaciones por parte de la feroz dictadura, la Iglesia Católica, también las demás sectas dizque ‘cristianas’, no protestaron, callaron cobardemente, haciéndose cómplices de tan abominable matanza y palizas. Desde ese instante, en ambas poblaciones y mientras duró el régimen de Trujillo, siempre se sintió que estaban ambientadas por un temor constante, con desconfianza total entre sus pobladores. Era algo peculiar de esos pueblos, y que no se revelaba demasiado en otras localidades del país.                                                       

    Esas injusticias cometidas por tan inmundos sujetos al servicio de la satrapía contra hombres de honor y trabajo, afectaron emocionalmente a la muy sensible Evangelina Rodríguez. La pobre, ella nunca creyó que fueran tan bárbaros. Por eso los consideró como horribles alimañas. Y lloró durante horas. Es, como se ha dicho, una fémina con espíritu superior. Por tanto, pudo ser que odió intensamente a cuanto significaba el régimen capitalista, juzgándolo de brutal y enloquecedor. Más luego se percataría que se hallaban deteniendo a los máximos directivos del Partido Socialista Popular, PSP, también a los de la Juventud Democrática, sospechosos de ser los intelectuales de las huelgas. Y temió por los animosos Freddy Valdez González, Mauricio Báez, Víctor M. Ortiz (‘Pipí’), Juan Niemen Castle, Justino José del Orbe y otros valerosos luchadores. Desde lo más profundo de su ser les envió ansiosos deseos, advirtiéndoles que se protegieran de psicópatas a sueldos. Empero, ella nunca sabría que a Freddy Valdez lo detuvieron prontamente, que lo llevaron por variadas fortalezas, escondiéndolo de familiares y amistades, también de la Prensa Internacional. Se dice que fue sumamente torturado, humillándolo, martirizándolo hasta lo indescriptible, todo como manera de ofrecer informaciones sobre sus camaradas. Y debido a la enorme tenacidad demostrada por Valdez González en los principios por los cuales luchaba y creía (era fuerte, atlético, valientísimo), durante unos años lo mantendrían encerrado, sin claudicar, amarrado como peligroso animal, no dejándoselo ver a ninguna Comisión Foránea (los trujillistas mentían cínicamente, comunicando que él había salido clandestinamente, firmando documentos con esa ignominia; esa misma infamia emplearía el principal asesor de Trujillo, Joaquín Balaguer, referentes a los progresistas jóvenes que años después su gobierno haría desaparecer)

    Se confirma que cuando los esbirros estaban hartos de hacerle a Freddy Valdez increíbles suplicios a este heroico y poco recordado luchador por la Libertad de Dominicana, recibieron la orden de dejarlo suspendido hasta que sus muñecas se les desprendieran. Y así lo realizaron, cayendo al suelo el indomable dirigente del PSP, falleciendo desangrado, maldiciéndolos. Existe otra presunción de que su muerte fue por ahorcamiento. Ese asesinato aconteció el 27 de enero de 1950, en la fortaleza de San Francisco de Macorís. Referente a Mauricio Báez y ‘Pipí’ Ortiz y unos cuantos más, varios lograron asilarse en una Delegación Diplomática, partiendo a México. Dicen que Mauricio retornó al país luego de un año a proseguir luchando por la Clase Obrera, pero tuvo que volver a salir rápidamente para salvar su vida, trasladándose hacia Cuba, continuando en ese país combatiendo contra la tiranía, junto con otros revolucionarios. Sin embargo, luego de unos años los sicarios consiguieron engatusar al carismático líder laboral (aseguran que fue traicionado por un “compañero”), llevándoselo en un auto, haciéndole desaparecer aquel siniestro 10 de diciembre del 1950, curiosamente el mismo año en el cual mataron al animoso combatiente Freddy Valdez González. Se ha especulado que Mauricio Báez fue traído al país y asesinado en la región donde nació, “porque San Cristóbal no podía dar un enemigo de la Patria”, era “la provincia estirpe del Benefactor”, la de “Trujillo el Grande”, real “Campeón Anticomunista de América”. Empero, la versión principal es que fue lanzado al mar, entre un tanque lleno de cemento. En cuanto al profesor Víctor (‘Pipí’) Ortiz, él estuvo por variados países lidiando contra el despotismo trujillista, regresando a la Patria cuando la dictadura finalizó. Por buen tiempo se dedicó a la enseñanza pedagógica hogareña. Lo efectuaba como modo de subsistir, ya que ningún gobierno le socorrió con un trabajo, a pesar de su buena preparación intelectual y honestidad. Sus enemigos, algunos simpatizantes del fascismo, tratando de avasallarle, le pusieron el mote de “Pipí el Vago”. 

    ¡Diantre, cuánta sinvergüencería poseen los derechistas falangistas!              

 

 NOTA: Esta obra se encuentra registrada en la Oficina de Derecho de autor como manda la Ley 65-00.

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